Hay cierto sector de lo que antes se llamaba la opinión pública, y ahora hierve en las redes sociales, empeñado en subrayar la nacionalidad de los cuatro integrantes de lo que los medios, con nuestra proverbial originalidad, hemos dado en llamar la manada de Callosa. Al parecer, es importante saber qué pasaporte utilizan cuatro jóvenes que son capaces de, presuntamente, emborrachar y drogar a una muchacha de 19 años, transportarla medio inconsciente de un lugar a otro y finalmente agredirla brutalmente y violarla repetidas veces. Preguntar la nacionalidad de un delincuente, que de hecho, ya es conocida, es como plantearse la orientación sexual del periodista que da la información. No aporta nada, pero alimenta ciertos impulsos que llevamos dentro y que nos sirven, como insultar al árbitro cada domingo, para desfogar nuestras miserables vidas de meros espectadores del atardecer. Es la retórica del rencor.
La cosa se complica, además, cuando ese mismo sector de la parte más intestina de la red trata de comparar el tratamiento mediático que se da a la nueva cuadrilla de presuntos violadores con el que se realizó en el caso de la manada original, la de Pamplona. Muchos ven un agravio que los sevillanos involucrados en varios casos de agresión fueran identificados y su imagen se difundiera abiertamente. De hecho, hay quien sigue defendiéndolos por el mero hecho de tener un DNI en el bolsillo, por el mero hecho de pertenecer a un cuerpo de seguridad del Estado o, incluso, por el mero hecho de haber ido a vomitar insultos contra el árbitro en alguna de las curvas del Sánchez Pizjuán, el estadio del Sevilla, equipo del que son seguidores. Como si la españolidad, lo castrense o el sevillismo fueran eximentes de cualquier delito cometido. Que, no olvidemos, fue muy similar al de Callosa. Conocer a una chica, española según todos los indicios en el caso pamplonés, arrastrarla a algún lugar oculto a las miradas de los ciudadanos y destrozar su vida con el único fin de saciar un instinto y de poder contarlo a la vuelta.
Todo esto contrasta soberanamente con el comportamiento que ha mostrado la familia de alguno de los acusados de la agresión grupal de Callosa. Que, por si no lo sabe quien se lo pueda preguntar, tiene el mismo origen y la misma nacionalidad que los detenidos. Ese mismo pasaporte tampoco fue el que impelió a la hermana de uno de los asaltantes a denunciar los hechos ante la Guardia Civil. Ese mismo pasaporte tampoco fue el que la hizo esperar, probablemente aterrada, temblorosa y en un rincón, a que vinieran los agentes a sorprender a los agresores in fraganti. Ese mismo pasaporte tampoco fue el que permitió al padre de ambos a admitir que su hijo era un delincuente y que poco habían podido hacer para solucionarlo. No fue la nacionalidad la que metió a la muchacha en un vehículo con destino a Callosa d’En Sarrià para someterla a cuantas vejaciones fueran posible. Y además, para grabarlo todo en el móvil. No fue la nacionalidad la que convirtió a la muchacha en presa de la jauría. Y, desde luego, no fue la nacionalidad la que forzó a la familia a actuar correctamente y lograr que su pariente entre en prisión. Pero hay quien agita la bandera para añadir agravantes en unos casos y restar importancia a otros. Quizá así pueden dormir mejor. No sé. Espero que se les atragante tanto patriotismo. Y que no consigan conciliar el sueño por esta epidemia de odio y xenofobia.
@Faroimpostor