la yoyoba / OPINIÓN

De concursos y concursantes

4/08/2017 - 

Los concursos de televisión son un excelente escaparate donde se pueden observar las aptitudes humanas más apreciadas por cada sociedad en cada momento. En los inicios de este género televisivo, cuando TVE era la única cadena posible, los programas buscaban perfiles de concursantes ilustrados a quienes admirar por sus vastos conocimientos en disciplinas ahora totalmente en desuso dentro de los medios de comunicación como las matemáticas, la geografía, la literatura, la filosofía, el cine e incluso el latín.  Entonces competían los mejores, tanto en modalidad individual como de forma colectiva. Los que nacimos con las pantallas en blanco y negro aún recordamos “Un millón para el mejor” o “Cesta y punto”, donde las preguntas no se las saltaba un galgo. Igual pasaba con los tertulianos, que eran escogidos por su talla intelectual y no por su histrionismo omnisciente de pacotilla para ver quién la lía más parda. Una vez me dijo Rosa Mª Calaf que ella rechaza siempre ir a tertulias donde se habla sin pudor de lo humano y lo divino porque no estaba capacitada para abarcar tantos temas con solvencia. No como Inda, que es una “enciclopedia” con patas. O con patillas, para ser más exactos. 

Pero siguiendo con los concursos y su deriva hacia el show televisivo, llegamos a Chicho Ibáñez Serrador y su “Un, dos, tres, responda otra vez”, un modelo híbrido de conocimientos culturales más espectáculo televisivo que marcó un antes y un después en la percepción social de la figura del concursante. Para ganar el premio ya no había que ser el más culto sino el más espabilado o el más intuitivo. El último escalón de esta degradación televisiva está a reventar de concursantes insulsos dispuestos a todo para llevarse un botín que solo requiere maestría en técnicas de edredoning, palabrería barata, peleas barriobajeras o supervivencia de cartón piedra. La telerrealidad ha colonizado los concursos en todas sus versiones y se ha adueñado del prime time, desde El juego de la oca, OT, GH, Master Chef, El grand prix, Supervivientes o Pekín Exprés. Incluso hay empresas especializadas en castings para encontrar estos nuevos perfiles de concursantes que lo mismo te pegan una “yoya”, que se casan por la audiencia o que se confiesan ante el Gran Hermano aunque no tengan ni idea de quién es Orwell ni puñetera falta que les hace. Si la televisión es un reflejo de la sociedad que la produce y que la consume, nos encontramos en un momento donde se encumbra al tonto del pueblo y se lo saca en procesión de programa en programa. La lectura es bien fácil: “dame pan y dime tonto”.

No obstante, aún quedan concursos de la vieja escuela, los denominados quiz show, donde se valoran los conocimientos, la memoria y la habilidad mental de los concursantes. Yo me reconozco una fiel seguidora de Saber y Ganar, en La 2 y de Boom, en Antena 3. Es como jugar al trivial entre amigos pero con premios en metálico. Y lo soy aún más desde que mi amigo Valentín Ferrero, uno de los integrantes del equipo de los Lobos de Boom,  ha entrado a formar parte de ese selecto grupo de concursantes eruditos que nos dejan con la boca abierta cada tarde frente a la pantalla del televisor. Valentín es pedagogo, licenciado en Bellas Artes, experto en género, deportista multidisciplinar y “más que un hombre al uso que sabe su doctrina, es, en el buen sentido de la palabra, bueno”, que diría Machado. Con ese currículum profesional y vital, tenía todas las papeletas para verse desterrado al ostracismo en una sociedad que solo valora los oropeles de la ingeniería financiera, la rentabilidad a corto plazo y el maniqueísmo más simplista. La cultura es un dispendio que no da para vivir con holgura a quienes la cultivan. Menos mal que hay concursos que en cuarenta y cinco minutos de grabación son más rentables que un año dando clases. Sin embargo, no deja de ser una paradoja que un profesor universitario se gane mejor la vida como concursante que como docente. Cosas que pasan. 

@layoyoba

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