La otra cara de la corrupción de Castedo no era su llanto en televisión, era el césped artificial en las medianas, las flores de navidad en la zona Centro, los camiones de Viveros Albatera en cada avenida, los 500 euros al día en reposición de flores... La Alicante guapa, guapa, guapa de aquellas campañas era la ciudad-fachada que con tanto tino han denunciado asociaciones como la Plataforma contra la Pobreza. Era la ciudad que miraba hacia fuera por evitarse el sonrojo de mirarse hacia dentro; la que miraba hacia los yates para no mirar a los ojos a sus vecinos. Lo de Castedo y el PP era un modelo, urbanístico, productivo pero sobre todo cultural. Sobre la especulación, el ladrillo y la corrupción se construyó una manera de pensar lo común; se establecieron los marcos que determinaban qué asuntos eran importantes en la esfera pública, y cuáles eran obviados. De tal suerte que era habitual que las reclamaciones de cualquiera de los barrios de Alicante se centraran en una jardinera igual a la que había en el barrio de al lado, que se pusiera otro tipo de vegetación, o que terminaran de poner el césped artificial de tal avenida; eso era lo que se podía reclamar a la institución, y no que actuara sobre problemas que afectaban a derechos ciudadanos básicos, como el empleo o la vivienda.
Caminamos hacia los dos años sin pijama parties (al menos que se sepa), y hemos de pensar en ese modelo cultural que impuso el PP para entender por qué a día de hoy el tema de la limpieza surge a diestro y siniestro; como si solucionando eso, llegáramos mágicamente a tener la ciudad de nuestros sueños: productiva, sostenible, ecológica, una ciudad de cuidados y sin desigualdades sociales. Y lo preocupante no es que se hable desproporcionadamente de limpieza, sino que se hable siempre en términos de gestión, o de un conflicto limitado entre ciudadanos de bien y “gente guarra”, o entre los ciudadanos y un concejal pretendidamente ineficaz, sin profundizar en los problemas de fondo. Que la limpieza sea eje central del debate político (y como digo, en esos términos de gestión sin conflicto) nos da la clave para entender la gran derrota cultural de la izquierda alicantina. Así mismo, creemos que de la comprensión y subversión de esta derrota depende en gran medida que el Partido Popular no recupere el ayuntamiento en 2019, algo que en un momento en que las alternativas a los modelos de gestión que nos han traído hasta aquí marcados por la corrupción, la desigualdad y la destrucción del territorio están llegando desde lo municipal (Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cádiz), le aporta una doble importancia y es ampliable tanto para nuestra autonomía, donde conseguimos echar al PP valenciano pero la amenaza persiste; como en nuestro estado, donde no se ha conseguido pese a la debilidad del gobierno actual.
Este fracaso se fundamenta en dos pilares que se retroalimentan: la incapacidad de producir e instalar en el imaginario colectivo un modelo de ciudad alternativo, solvente y creíble; y la incapacidad de articular la movilización y el conflicto que generen el tejido social en que debe sustentarse esta alternativa.
En primer lugar, creemos que desde las fuerzas del cambio no hemos sido capaces de pensar un modelo de ciudad alternativo. Sabemos que no nos gusta el modelo del PP, e incluso podemos llegar a tener alternativas concretas a cada problemática, pero no conseguimos articular una imagen clara, de conjunto, posible, de la ciudad que queremos. El modelo que estableció el PP se sustenta en varios ejes ejemplificables en realidades concretas: Alicante limpia y guapa [las flores y jardineras], turística [las setas de la calle San Francisco], de grandes eventos [La Volvo Ocean Race], y posicionada en el mundo [la Ciudad de la Luz]. Ante esto, no podemos sino preguntarnos: ¿Cuál es nuestra alternativa? ¿Cuáles son los ejes sobre los que sostener nuestro modelo de ciudad? ¿Seguir discutiendo en torno a los ejes de la época anterior no es una victoria del Modelo Castedo? ¿Hasta qué punto los ejes del Modelo Castedo impregnan los debates de hoy sobre horarios comerciales, limpieza, el establecimiento de Ikea o la construcción de una Estación Central? Tratar de responder a estas preguntas es la primera tarea que las fuerzas del cambio debemos acometer si aspiramos a transformar esta ciudad. Sobre todo porque es la capacidad de articular conflictos y de presentar horizontes conectados con la realidad la que refuerza las resistencias que hacen posible ese futuro.
En segundo lugar, y consecuencia directa de la falta de un modelo alternativo claro, está la incapacidad para articular las resistencias y las posibles alternativas. Para ello habría que reemplazar los marcos creados por el Modelo Castedo por otros distintos, sobre los que establecer nuestras futuras victorias o bien tratar de disputar estos marcos en otro sentido: ¿Por qué no articular un movimiento en defensa de un Alicante limpio que tuviera claros los obstáculos reales de Enrique Ortiz y las contratas millonarias- y que luchase por conseguir la remunicipalización del servicio? ¿Por qué no articular movimientos que presenten batalla sobre los ejes fundamentales en los que se basen nuestra alternativa: los cuidados, el empleo digno, la democracia, la ecología, el feminismo, la lucha contra la pobreza, la transparencia o la cultura popular?
Si utilizamos el verbo articular es porque entendemos que ya hay movimientos y colectivos que trabajan cada uno o algunos de estos ejes, y ese trabajo desarrollado por la sociedad civil es el que habilita las victorias del futuro. Sin embargo queda pendiente la tarea de articularlos en forma de un modelo de ciudad alternativa, para que ninguna lucha sea aislada, ni sectorial, sino popular y municipal.
Por todo ello, pensamos que las fuerzas del cambio se enfrentan a una decisión trascendental: o siguen esperando que la derrota cultural y económica no lapide la relativa victoria política que se consiguió en mayo del año pasado, o entienden que aunque tengamos aliados o presencia en el gobierno municipal, el partido lo estamos perdiendo por goleada y nos quedan dos años para remontar o terminar de perder las pocas posiciones que tenemos tomadas. Si tomamos esta segunda opción, deberemos entender que con una derrota cultural de estas dimensiones no bastará con fuerzas posicionadas en cada uno de los temas; hará falta un movimiento municipalista amplio que sea capaz de poner sobre la mesa un modelo de ciudad alternativo, articulador de las luchas, creíble y ganador.
Como conclusión, creemos que los ayuntamientos del cambio han sido capaces de aumentar los servicios de la ciudadanía mientras reducían la deuda pública y esto ha sido posible por el tejido social previo pero también por la capacidad de crear espacios comunes de cooperación y afectos entre este y la institución, marcando las pautas de una reconstrucción de nuestro país a partir de una alternativa municipalista. Si no somos capaces de plantar cara de forma concreta al modelo de país basado en el ladrillazo, la privatización y el deterioro de lo público desde lo concreto, que es lo municipal, en una ciudad de las dimensiones y la importancia de Alicante, nos será mucho más complicado afianzar y ampliar el cambio que ha comenzado a abrirse paso en la Comunidad Valenciana.
Antonio Estañ es diputado autonómico de Podemos por Alicante e Ivan López, secretario de Formación del CCM de Alicante