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tribuna libre / OPINIÓN

David Lynch, los Pixies y una etapa en Filadelfia

28/01/2025 - 

Pixies fue una banda de punk rock estadounidense que actualmente no dice nada a muchos, pero puede transmitir bastante a algunos, principalmente a los que nacieron en la década de los setenta. Pixies no fue nunca un conjunto mainstream ni tampoco un grupo de amiguetes que pasara desapercibido por la escena musical. En 1989 publicó su segundo álbum, Doolittle, que además de otros temas más icónicos contenía uno que considero mucho más que una joya: Debaser. El líder de los Pixies, Black Francis, dejaba patente en esta pista no sólo su querencia hacia el surrealismo, sino el moto que guiaba a los cuatro bostonianos: be a debaser -algo así como “sé un degradador”-. Francis hacía suyo el lema de Buñuel y de Dalí: degradar la moral burguesa, rebajarla, destruirla. reducirla a cenizas, aniquilarla. Slicing up eyeballs -rebanar globos oculares- especificaba Francis en su letra, referencia evidente al inicio de Un perro andaluz -cuyo título original aparece asimismo en el tema-.

Lynch no quiso reconocer en vida la influencia recibida de Buñuel -no esperemos descubrirla ahora en un texto inédito que aparezca en unos días-. Lynch negó incluso haber visto cualquier película del cineasta aragonés -actitud, por otro lado, muy similar a la del propio Luis, quien descartaba de manera sistemática toda influencia recibida-. Y quizá sea ese el principal nexo entre ambos: el escaso apego por la verdad en lo referente a la génesis creativa. Tanto Lynch como Buñuel mostraron en no pocas ocasiones su falta de voluntad a la hora de explicitar simbología, argumento e imaginería de sus respectivas obras.

Ni el Eraserhead de Lynch es una versión de Los olvidados, ni la log-lady de Twin Peaks es como el chino y su caja en Belle de jour, o Sailor Ripley el protagonista de La edad de oro, ni Laura Palmer es la Silvia Pinal de Simón del desierto, ni la atmósfera opresiva de Dune es la de El Ángel exterminador. Que el paisano de Calanda y el chaval rubio de Missoula tienen más de dos similitudes es evidente, pero todo ello obedece antes a la fe que ambos profesaban en la libertad creativa y en el ilógico rigor del pensamiento automático, que a una posible influencia efectiva de un director -que quería ser escritor- como Buñuel en otro cuyo propósito fueron originalmente las artes plásticas, que es el único ámbito en el que ambos registraron un punto en común, su pasión por el pintor proto-surrealista, el Bosco, y por su tríptico El Jardín de las delicias

Lynch fue un producto típico de la pequeña burguesía norteamericana de los cincuenta, algo así como el equivalente midcentury de la familia -más adinerada- de Luis Buňuel. Un padre, una madre, unos hermanos que se aman. Una casa o dos, unos veranos soleados, una estructura, una ciudad, unos jardines bien cuidados, un automóvil que no falla en carretera, una camisa, un polo, un pantalón, una carrera, un sueño, un pueblo, una comunidad, una tele, chicles, series, westerns y Beach boys

Bobby Vinton lo captó perfectamente en su Blue Velvet, y nadie supo adaptar mejor el título, la melodía y el concepto que David Lynch en su película homónima. Un cielo limpio y azul, unas flores rojas, un camión de bomberos impoluto y un bombero que saluda afable subido a él, una valla blanca y unas flores amarillas. Una lady de edad media ve películas de polis en su casa y su good-old-man -que riega en el jardín- es víctima de un ictus. Luego el perro trata de beber de la manguera en rigor mortis. Luego Lynch desciende hasta el subsuelo, donde yacen tierra, mugre e insectos. Lo naif y lo escabroso. Tati y Bergman -estos dos, sí, reconocidos por Lynch-. La evidencia de que el oropel va acompañado de la escoria. Un falso sueño americano. 

Todo creador -y entendemos creador por un autor que reivindica su autoría en cada línea, pincelada o fotograma- concibe sus primeras piezas como una tarjeta de presentación. A partir de ese momento, si el mercado le deja o lo consiente, su legado consiste en transmitirnos contenido, alcance y evolución de su mundo interior. Eraserhead y El hombre elefante forman parte de esa intro, A partir de entonces y tras el batacazo de Dune, Lynch se esfuerza en recordarnos la dicotomía de una realidad cuya doblez se nos escapa. Lo melódico y lo atonal (gracias, Angelo Badalamenti), el orden y el caos, el ruido, el sonido y la sinfonía, lo hermoso y lo grotesco, la belleza y lo perverso. el final de la moral. Lynch se empeña en eso con ahínco, es algo más que un transgresor, Lynch es como los surrealistas, él es un puro debaser, un degrador.

Desde Terciopelo azul hasta Inland Empire -con énfasis en Corazón salvaje y Twin Peaks- Lynch nos ofreció un políptico tan oscuro como revelador, fue su personal jardín de las delicias -incluso A straight story es subversiva en su contexto al promover valores como la familia, el individuo, la vejez o la enfermedad-. Y es que el cine de David Lynch es tanto o más incomprensible cuanto más se esfuerza uno en entenderlo. Mientras tanto, un visionado realizado con desapego y la necesidad de reposar esas imágenes en la psique son dos elementos que nos concederán una especial clarividencia sobre el objetivo degradador de un ser humano ajeno a su condición y ligado permanentemente a la inseguridad obstinada del que trabaja, piensa y crea a contracorriente. 

Lynch fue siempre un negativo no positivado. Al contrario que Buñuel o que Dalí, cuya cosmogonía se debía a un Manifiesto publicado por André Breton en 1924, la filosofía degradadora del norteamericano era debida a una atmósfera opresora experimentada por él mismo, aquella que reconoce como su influencia más patente y poderosa, quizás la única: Filadelfia. Y es que muy probablemente si se hubiera quedado a vivir en Europa para aprender de Oskar Kokoschka, Lynch no hubiera sido nunca Lynch, o lo hubiera sido de otra manera, menos real, menos auténtica, más proclive a la pose. Ahí radica la potencia degradadora del cineasta. En el fondo, se sentía mucho más cercano a los Pixies que a Buñuel o que a Dalí. En realidad, lo onírico fue una excusa, un vehículo, un Macguffn para descubrir aquello que hay detrás de lo oficial y que es real, incluso más que lo que algunos consideran lo real. Lo que hizo Lynch es exponer el negativo ante la luz o lo que Man Ray denominó solarización. No en vano Man Ray no sólo fue un insigne surrealista sino, él también, vivió una larga temporada en Filadelfia. Otro genio. Un debaser.

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