VALÈNCIA. Jándula es una lugar ficticio; un pueblo de Iberia que nunca existió y que, sin embargo, cuenta mejor que nadie los horrores de la Guerra Civil. Allí vive una familia sin apellido y sin militancia, pero que cargó con todas las consecuencias del golpe de Estado fascista y la posguerra. David Uclés es el responsable de coser esta historia que es más verdadera que la realidad. La península de las casas vacías cuenta con rigor histórico, pero a través del realismo mágico, una historia que hemos escuchado tanto, pero nunca de esta manera.
-Estamos acostumbrados a que, si un libro se contextualiza en la Guerra Civil, tenga una carga histórica o divulgativa predominante. Y, de repente, encontramos en tu obra un dispositivo sorprendente, con toques de realismo mágico. ¿Buscabas ese extrañamiento del lector, acercándose a algo que hemos visto en otros contextos, pero que en nuestra literatura es novedoso?
-Fueron 15 años de trabajo, así que no escribía pensando en cómo reaccionaría el público. Mi objetivo era disfrutar escribiéndolo. Es verdad que la forma es diferente. No está enfocada desde un realismo ensayístico ni es un texto histórico, pero el contenido sí lo es. Respeté lo que estudié sobre la Guerra Civil, pero sí quería disfrutar escribiéndolo. Entiendo que el lector, al terminar, tendrá una panorámica de lo que ocurrió, sin tergiversar los datos. Pero en la forma me divertí trazando acciones oníricas, dándole un toque más surrealista. Se diferencia de lo ya publicado en la forma, no tanto en el contenido.
- Tomando la idea de que la verdad es algo más real que la realidad. ¿Crees que el dispositivo onírico explica mejor lo que los datos fríos o la historiografía han deshumanizado sobre la Guerra Civil?
-Sí, sin frivolizar, pero creo que el realismo mágico resume en imágenes episodios diversos. Estas imágenes, coloridas y cinematográficas, pueden quedarse más en la mente del lector, ayudándole a recordar. Mi intención no era didáctica, sino despertar la curiosidad del lector. Que se quedara con los grandes hitos de la guerra, las desgracias, y que luego decidiera qué investigar. Y otra cosa que tuve muy en cuenta es que quería contar la Guerra en toda la península, algo que en ficción me faltaba.
- Precisamente, en algunas entrevistas has mencionado Los Miralles, de Kike Cherta. Compartís la idea de que una familia puede contar un mundo. En tu caso, una familia cuenta un país.
- Sí, es algo parecido a lo que ocurre con el cuerpo humano, donde cada célula tiene la misma información genética. Cualquier familia peninsular pudo haber experimentado diferentes aspectos de la Guerra; y partiendo de lo individual se llega a lo universal. Eso lo hace muy bien Kike Cherta, que en su retrato de Los Miralles no solo te muestra una familia, sino también los traumas y problemas que puede enfrentar hoy día en España.
- El libro presenta diferentes naturalezas de textos. Cambias de escenario y de tiempo. ¿Cómo manejabas esa intuición para saber dónde colocar esos diferentes planos?
- Esa fue la parte que más tiempo me llevó. Estuve un año entero estructurando, sin escribir. Vivía en Los Alpes y llené una pared con notas. La persona con la que vivía me dijo: “¡Tú me había dicho que eras escritor pero no escribes!” y yo me quedaba delante del muro mirándolo. Tenía que encontrar la forma de contar varias batallas que ocurren al mismo tiempo sin abrumar al lector. Usaba al narrador para guiar esos cambios, contando una batalla en un día y otra en un tiempo diferente, siempre indicando al lector el cambio temporal. Sin ese narrador, no habría sido posible. Habría necesitado cinco tomos, pero con un solo volumen tuve que encontrar esa argucia.
- Me da la sensación de que el libro está influenciado por un viaje que hiciste recorriendo 25.000 kilómetros por España. También cuentas que te has ido mudando mucho en los últimos años. ¿Sientes que haber vivido en tantos lugares ha contagiado al libro de ese sentido del viaje?
- Totalmente, tanto de forma consciente como indirecta. Gané una beca Leonardo de la Fundación BBVA, que me permitió hacer ese recorrido que cuentas. Visité todos los lugares donde transcurre la historia del libro, y eso enriqueció mucho el texto. Como artista, me gusta observar algo bello, retenerlo y devolverlo en otro lugar para que quienes no estuvieron presentes puedan experimentarlo. Eso es lo que traté de hacer: transportar la belleza de esos lugares al papel y hacer que el lector viaje a través de la península. Mi mayor ilusión era que, al cerrar el libro, el lector sintiera que había recorrido toda la península.
- En la construcción de los personajes, ¿cuánto hay de heredado de tu propia historia familiar y cuánto de invención para equilibrar a la familia en la novela?
- Todos los personajes están basados en familiares míos. Les cambié los nombres y los lazos sanguíneos para evitar que se sintieran heridos. Pero cuando pienso en un familiar, no lo hago en términos de la edad o el año en que vivió algo, sino en sus experiencias. Por ejemplo, si mi tía Juana se cayó en el río de pequeña, puedo ponerla como adulta en una escena similar. Mezclo nombres, parentescos y cronologías, pero cada personaje tiene el rostro de un familiar. Esto me ayudó a darles a cada uno una idiosincrasia distinta. Aunque los detalles sean reconocibles solo para mí o mis familiares cercanos, a mí me facilitó la creación de personajes reales y, a la vez, ficticios.
- ¿Eso también afecta a la configuración del narrador?
- Puede ser, porque el narrador soy yo, y al interactuar con los personajes, quizá los trataba como si fueran mi madre o mi abuela, no como simples personajes. Sin embargo, el narrador no fue algo premeditado: no buscaba crear un narrador que se involucrara todo el tiempo ni hacer juegos narratológicos. Simplemente, necesitaba disfrutar escribiendo, incluso con un tema serio. Esa cercanía del narrador con los personajes, y su comunicación con el lector, fue una vía de escape y una herramienta para conectar mejor con la historia y sentir el texto como una prolongación de mí mismo.
- Me parece que, en tu estilo de escritura, el lector no nota una gran diferencia entre la voz del narrador y la de los personajes. ¿Crees que el léxico o la forma de narrar se ve influenciada por cómo hablan los propios personajes?
- Puede ser. Ahora que estoy escribiendo otra novela, noto que el narrador es mucho más clásico, con un lenguaje distinto. En La península de las casas vacías, el vocabulario del narrador incluye palabras antiguas que ya no se usan mucho y que encajan con la ambientación de los años 30. De alguna forma, siento que me pongo en la piel de un hombre de esa época para escribir.
- Quería preguntarte sobre las escenas de las muertes, que están narradas de manera directa, sin superficialidad, pero con cierta ligereza. ¿Cómo abordaste estas escenas?
- Las primeras muertes en el libro son más sentidas, como la de María, y conlleva episodios de luto y la pena dura varios episodios. Sin embargo, a medida que la familia se fragmenta y avanza la guerra, las muertes empiezan a tener menos atención. En la guerra moría mucha gente, y fíjate, aún hoy en día no han tenido ni un sepelio digno.
Por otra parte, el libro tenía 1000 páginas y lo tuve que reducir a 700, entonces hay muchos matices que quizás se perdieron por el camino.
- No se siente atropellado, más bien me refería a que la muerte está tan presente que la vida sigue, aunque alguien cercano fallezca. Es una sensación de que la vida no se detiene.
- Es que antiguamente era así. Mi abuela, por ejemplo, perdió a muchos hermanos. Era normal que alguien muriera y, de hecho, mi madre me contaba que las campanas sonaban a diario con el toque de niños muertos. La muerte era parte del día a día.
- Me interesa el contraste entre el proceso político que se cuenta y cómo, al principio, los habitantes del pueblo parecen ajenos a ello. Cuentas que votaban según lo que les beneficiara, sin un discurso político claro, pero se ven obligados a participar en algo puramente político como es una Guerra Civil.
- Sí, creo que el gran error fue el golpe de Estado. En lugar de mirar hacia el futuro del país, era importante observar el presente, que ya estaba dividido y cualquier chispa podía desatar un conflicto civil. Los fascistas sabían que un golpe probablemente llevaría a una guerra, aunque nadie imaginaba que duraría tanto (todos se imaginaban que acabaría cuando Franco entrara por Toledo). El país antes del golpe estaba ya fragmentado, había muchas huelgas y hambruna. El golpe se lo cargó todo y provocó esa división enorme. A algunos, como es el caso de mi familia, y de muchos en el campo, los sorprendió. No quiero decir que todas las familias eran apolíticas; pero, ya he leído muchas historias sobre el joven que se va a las milicias con el puño en alto o el que se pone a militar en el fascismo. Quería contar a los héroes anónimos del campo, en este caso apolíticos, para ver cómo les afectaba a ellos.
Y claro que ellos se vieron arrastrados, como otras muchas familias. Una guerra no es solamente atacar al enemigo, también es defender a los tuyos. Muchos de estos personajes actúan porque se tienen que defender.
-¿Cómo ha sido la recepción del libro en las presentaciones? ¿Qué te estás encontrando?
- La recepción ha sido maravillosa, estoy muy contento. Los lectores me dicen que quieren releerlo para captar más matices. Algunos me comentan que sienten a Jándula como un lugar al que volver, como si formara parte de su propia familia… Es un mensaje muy bonito, especialmente viniendo de jienenses, que están emocionados de que la historia de una familia austera de Jaén, dedicada al campo, se esté extendiendo tanto a nivel nacional.
Además, algunas personas me agradecen que les haya mostrado aspectos de la guerra que desconocían, como que no todo era tan idílico en la República. Tanto lectores de izquierda como de derecha tienen algo que decirme, lo que me demuestra que el libro deja una huella y hacer aprender algo nuevo.
- Diluir el nombre de Quesada en Jándula no tiene la misma carga que cambiar España por Iberia…
-Lo de Iberia tampoco fue premeditado, pero he decidido que todas mis novelas van a ocurrir en Iberia porque soy iberista. No soy muy político, pero si tengo alguna inclinación, es esa, desde que me obsesioné con Saramago en mi adolescencia. Desde entonces, decidí que en ninguno de mis escritos aparecería la palabra España, español, Portugal o portugués. Es un compromiso personal, un juramento que me hice, y lo adapto en cada libro para que el lector no se extrañe. En este caso fue complicado porque iba a contar un conflicto de un país que no involucraba al otro. Pero tengo ese pacto, esa responsabilidad de transmitir la idea de que Iberia es posible. A través de mis novelas, intento que este concepto se quede en el lector, aunque sea de manera indirecta. Y al final, creo que me vino bien. Al usar Iberia, quité las connotaciones patrióticas que tiene España, que a menudo están más inclinadas hacia la derecha. Creo que eso permitió una lectura más neutral de la novela, sin cargarla políticamente de la misma manera que habría sucedido si los personajes hubieran luchado por España.