vals para hormigas / OPINIÓN

Cultura y banalidad

17/05/2017 - 

Esta vez no quieren ni hablar. Por no cebarse, dice alguno de ellos. Por no estamparse otra vez con la misma pared, en realidad. Los músicos han decidido no interrumpir el jaleo de memes y recochineos que ha generado la última actuación de España en el Festival de Eurovisión. Y, sin embargo, creo que estamos ante una inmejorable oportunidad de señalar con el dedo la banalidad hacia la que todos, creadores, intermediarios, políticos y consumidores, estamos llevando la música. La cultura, en general. El estrépito de Manel Navarro, en realidad, no es uno más. Es el producto final de la dictadura del voto público, al que se le ha dado una última vuelta de tuerca. Según parece, su elección pudo ser producto de un pucherazo en RTVE, con lo que fue el propio ente quien decidió qué era lo que el voto público había querido elegir.

Uso Eurovisión como mera excusa. El festival no es más que una fiesta sin fin en la que los asistentes quieren oír una y otra vez la misma canción,la que gana todos los años. Eurovisión es la nada más sobredimensionada del universo del espectáculo. Lo que sí me preocupa es la creciente –siempre ha existido- tendencia a la tiranía del clic, de la audiencia, de la taquilla. Más que preocuparme, incluso me molesta. Me indigna. Esos productos en los que se convierte al espectador en jurado y que, por un lado, no son más que un timo porque ha habido una selección previa. Y, por otro, pueden acabar como el rosario de la aurora cuando se meten por medio los fans o los trolls. Si todo quedara en una simple concesión al entretenimiento, no pasaría nada. Pero la cosa ya se ha convertido en una metástasis. O, peor, en esa especie colonizadora de un ecosistema que consigue extinguir todo lo que había antes de su aparición.

La cultura está padeciendo más que una tortura. El Gobierno la quiere reducir a una mínima expresión, los sistemas educativos la están borrando del mapa. La excusa principal es el presupuesto, aunque lo que yace en el fondo es un desprecio absoluto por sus efectos. Miran por encima del hombro todo lo que no consideran más que un pasatiempo para los ratos de ocio, un crucigrama de fin de semana. Los programas musicales y las discográficas ya solo están pendientes de facturar subproductos en los que lo de menos es la composición y la interpretación. Las editoriales publican y premian manufacturas de producción en cadena. Las productoras se afanan por repetir las películas que ya fueron un éxito hace más de treinta años. Los medios solo dedican un titular al arte que cotiza en subasta. El teatro languidece, como siempre. Y nosotros lo aplaudimos porque nos sentimos engranaje de la rueda.

No se trata de volver a las élites. Se trata de imponer unos mínimos estándares de calidad en la consolidación de la cultura popular. De dejar de pensar que la cultura es un artículo más disponible en una estantería. De hacer entender que es una parte esencial de nuestra formación y de nuestro desarrollo. Se trata de devolver las artes a los planes de estudio, de introducir el cine como apoyo de todas las asignaturas, de facilitar el acceso a propuestas minoritarias o no, de dar voz a los verdaderos músicos, a los verdaderos escritores, a los verdaderos artistas, a los verdaderos cineastas. A los que arriesgan y nos hacen evolucionar. A los que nos hacen pensar. A los que elegimos para que nos acompañen, precisamente, cuando las obligaciones nos dan un respiro para vivir.

@Faroimpostor