VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Cultura en los callejones

30/11/2016 - 

Desde que las instituciones culturales de Alicante entraron en barbecho por la crisis, el sustrato ha cambiado considerablemente. La tríada que movía casi todos los engranajes, Ayuntamiento, Diputación y caja de ahorros, se ha diluido en presupuestos ridículos o ha desaparecido en un atasco de alcantarillas financieras. Y la responsabilidad de remover la salsa de la cultura para que no se pegue en la sartén se ha trasladado a iniciativas privadas, pequeños locales y arrebatos de ingenuidad o locura que transitan por la inmensidad de internet. Sin duda, la osadía y la diversidad han ganado con este cambio. Esta ciudad ha mejorado su oferta desde que no son solo tres gestores los que se ocupan del ocio. Sin embargo, queda una sensación de extinción, de herencia perdida, de muerte en el olvido que puede sobrevenir mientras quienes manejan las cuentas no perciban que el sentido de la cultura ha cambiado de dirección.

No se trata de repartir subvenciones a ojos cerrados. Tampoco se trata de impulsar proyectos por el mero hecho de haber nacido en la ciudad. Pero la colaboración de las instituciones no debe limitarse a abrir los espacios públicos a nuevas iniciativas como única inversión y dejar que los gestores privados, casi siempre de pequeño tamaño, avancen por el océano en sus pateras presupuestarias. Seguramente, las entidades públicas están maniatadas por el primer Gobierno que ha declarado la guerra a la cultura sin siquiera emitir un bando para justificarlo. En algún momento, alguien tendrá que explicar el complejo que sufre el ministro Montoro respecto a la cultura. De lo que se trata aquí es de incluir a las pymes del entretenimiento en las agendas de concejales y diputados, atrapar de una vez por todas la estela de la Conselleria de Cultura, siempre de espaldas a la ciudad, y, sobre todo, exigir a quien corresponda una Ley de Mecenazgo que contribuya a la inmersión de la gran empresa privada en la gestión cultural mediante exenciones fiscales, por ejemplo.

Mientras la carencia adquisitiva siga poniendo en riesgo nuestros activos culturales más valiosos, les reste horizontes, los convierta en meros contenedores o los hagan sucumbir ante una gestión deplorable (cada uno, que asigne un nombre de los muchos posibles a la categoría correspondiente), seguiremos con un flujo cultural constante pero siempre al borde del precipicio. Nunca antes se habían detectado tantos epicentros en la agitación cultural, nunca se había incrementado tanto la natalidad de proyectos locales en las redes sociales, nunca habíamos celebrado tantos premios nacionales para creadores que sobreviven a pesar de esta ciudad. Pero las instituciones siguen embobadas con su propio ombligo, como empeñadas en recuperar un pasado que ya no existe y que, además, fue el que nos condujo a esta situación. Alguien debe reconducir la apuesta cultural de esta ciudad con más criterio, más exigencia, más comprensión, menos localismo –patiotismo, escribió Julio Cortázar- y menos política para que no sea el eco de unas pocas voces en el desierto la que nos guíe por callejones que acabarán siempre cegados por un muro de piedra.

@Faroimpostor

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