La vida es un cuento de hadas. Una afirmación cuyo significado queda trastocado por culpa de Walt Disney. Algún día habrá que hablar de que Disney carga a cuestas más cadáveres que Yoko Ono, pero será en otra ocasión. De momento, nos quedamos con que la vida es un cuento de hadas. Pero de los Grimm. Es decir, un bosque de abedules sin hadas ni elfos oscurecido por las sombras, entre las que acecha a la que menos te lo esperas un lobo feroz. Un aviso para navegantes, un código de Hammurabi, un recordatorio permanente de que en cualquier día con sol puede acabar lloviendo. Que se lo digan a Gabriel Echávarri, emperador desnudo de Alicante, caperucito rojo y desobediente que prefirió buscar el tesoro del duende del arco iris antes que llevar una cestita con miel a casa de la abuelita.
Jugó Echávarri a ser el padrastro de la Alicante Blancanieves, sabedor de que el espejo jamás le iba a decir que esta ciudad, que mordió la manzana envenenada hace tiempo, era más guapa que él. Hay vocaciones para todo y el exalcalde de Alicante, el primero tras décadas de Alperi y Castedo, la gran esperanza de una izquierda necesitada de amor y sobrada de ingenuidad, decidió acaparar todos los papeles de la historia. Fue bella y fue bestia, fue Hansel, fue Gretel, fue la bruja y hasta la casita de chocolate. El cuento, como en las versiones de Disney, acabó bien. El villano fue expulsado del palacio para siempre jamás. Y como en las versiones de los Grimm, acabó mal. Con los ciudadanos abandonados a la intemperie sin saber si el nuevo flautista, Luis Barcala, iba a hechizar con su música a los niños o a las ratas. Más de un año después, los ciudadanos de esta Hamelin del sur seguimos esperando que suene la flauta.
Ahora, la justicia ha aprovechado el receso entre capítulos de nuestro cuento particular para mandar a sus príncipes a rescatar con un beso al Bello Durmiente de su sueño de ser inmune y todopoderoso. No seré yo, mero narrador, quien entre a valorar la sentencia de la Audiencia de Alicante. Ocho años y medio de inhabilitación para cargo público por un delito de prevaricación. Sostiene el fallo que Echávarri, acompañado de sus asesores Lalo Díez (siete años) y Pedro de Gea (ocho), troceó contratos para poder repartirlos a su gusto, como hacían los osos de Ricitos de Oro con sus camas y su vajilla. Y no la valoraré porque, entre otras cosas, no soy abogado. No como el exalcalde, al que se le olvidó, como por encanto, que al otro lado de la trampa estaba la ley.
Los cuentos de Disney sirven para mantener entretenidos a los niños cuando los adultos conducen. O para fabricar alguna de las mayores obras maestras que ha dado el cine de animación, todo sea dicho. Los de los Grimm, en cambio, eran el decálogo de normas y obligaciones que se difundían entre los niños aventureros y los adultos que no sabían leer. Echávarri nunca fue entretenido ni legislador. La vida es un cuento de hadas. En Torrevieja, por ejemplo, andan buscando a la Princesa del Guisante bajo una montaña de colchones. Pero a Echávarri, la moraleja le ha dado en toda la cara. Quiso montar un emporio de cerillas y ha acabado congelado por el frío de su propia presunción y de su megalomanía inenarrable. Y colorín, colorado, con Andersen hemos acabado.