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reflexionando en frío / OPINIÓN

Cuando dejó de haber un Mercadona al lado de tu casa

31/01/2023 - 

Hace unos meses un empresario tecnológico anunció en sus redes sociales que abandonaba España saturado de los problemas estructurales y de la envidia patria de la que decía que adolecía nuestra idiosincrasia; estaba harto de que no se dejara de criticar a todos los que triunfan y les va bien. Lo cierto es que a más de uno le aguarda la pena del purgatorio descrito por Dante en su Divina Comedia en el que al envidioso se le cosían los ojos para evitar su gozo con la contemplación de las desgracias ajenas. Ese pecado capital se palpa en todos los rincones del mundo, pero quizá esté más desarrollado en una tierra mediterránea que tiene un especial fetiche con el amarillismo y con el meterse en la casa de los demás. Hay una película estadounidense de cuyo nombre no quiero acordarme en la que se cuenta cómo un hombre termina suicidándose al asfixiarse con las deudas que contraía para poder costear una vida de lujo mejor que la de su vecino; representa a la perfección la pena y el sufrimiento del envidioso.  

 En España, nación de sangre caliente y emocional, no hay ningún otro sitio en el que funcione tan bien la prensa rosa; nos encanta saber dónde viven los demás, qué comen, dónde van, y cuánto dinero tienen en la cuenta bancaria. Estamos más pendientes de la vida de los otros que de la nuestra, existencia que muchos perciben con envidia notoria o a veces encubierta. Para calmar nuestras entrañas envidiosas tendemos a demonizar al afortunado, al que le va bien en la vida, intentamos tirar de una hipócrita superioridad moral para no dejar espacio a la admiración. Es un empresario de éxito, pero en sus adentros esconde una faceta oscura que hay que condenar, se está haciendo rico con nuestro dinero. Se parece bastante al ‘España nos roba’ que destilaban en Cataluña. Juan Roig nos roba, dicen ahora los ministros de Podemos. La Unión Europea anda mosca porque no sabe qué hemos hecho con los fondos next generation pero el que engaña a los españoles es el presidente de Mercadona. Tócate los huevos, de esos puestos por gallinas criadas en suelo. Cuando tenemos a políticos de izquierdas atacando a las grandes corporaciones como la compañía valenciana es precisamente porque saben que hay gente que las tiene como la culpable de sus males. Buscan capitalizar la frustración y el rencor hacia el imaginario que parte de una posición de poder sobre otros.

 Puro complejo de clase. Un día critican a Amancio Ortega y les parece mal que done aparatos médicos (lo perciben como una limosna de caridad rebosante de autosuficiencia), ahora le ha tocado a Juan Roig y mañana le tocará a Ibai Llanos; acuérdense de cuando la emprendieron contra Pablo Motos y Pablo Iglesias le dedicó un programa como ha hecho ahora con el dueño de Mercadona. 

El presentador de El Hormiguero no les roba, pero les cae mal porque sí, porque a nadie le puede ir bien en la vida. Esclavos de la envidia y de competir con otros en lugar de seguir su propio camino, se les sube el apéndice cuando perciben el éxito ajeno. Hay gente que mataría hasta a su madre por tener un minuto de gloria, y no solo les importa el dinero sino la notoriedad, el salir en la tele, de ahí la envidia que tienen a Motos.   

 Podemos trata de sacar rédito de esa envidia bañada de rabia. Saben que Mercadona genera miles de empleos y que la cadena de supermercados ha subido el sueldo a sus empleados en este 2023, pero lo único que les importa es encontrar nichos de votantes para seguir viviendo de la política. Paradójicamente, dicen querer salarios dignos para los españoles pero atacan a los supermercados que intentan encontrar un equilibrio entre la calidad-precio y el ofrecer una nómina consistente a sus trabajadores. Ese es otro tema, el de querer sorber y soplar al mismo tiempo, es decir, buscar tener productos económicos y que las empresas den un salario decente a sus empleados. Cuando compras barato tienes que tener claro que seguramente el cajero que te ha atendido no llegue a fin de mes. Que luego no te sorprenda que empresas low cost paguen una miseria a sus dependientes. Existe una forma de activismo a la que estamos llamados los consumidores al negarnos a comprar productos con precios sospechosamente bajos; si pierden dinero de allí, lo tienen que recuperar de otro sitio.  

 Poseídos por la envidia no son capaces de percibir la realidad. Cuando vas a comprar a un supermercado y ves que lo que antes estaba a un euro ahora ha subido cincuenta céntimos, uno también se acuerda de Juan Roig, de su madre, y de su prima; he sido el primero que al coger un producto que marcaba un precio muy por encima del de meses atrás he soltado eso de que se estaban haciendo de oro. Simplemente hay que analizar un poco los datos a los que se enfrentan los supermercados para entender esa variación en los valores. Datos que señalan un aumento considerable en los costes de producción y por tanto, un incremento en el precio de venta del producto en las tiendas. Estimaciones que tienen, evidentemente, un efecto secundario en el precio final de los productos. 

El problema que hay es que en su pensamiento utópico sacado de las lecciones del comunismo su plan genial se sustenta en la creación de supermercados públicos, esos comercios ya existentes en Venezuela en los que la ciudadanía tiene que esperar horas haciendo colas kilométricas para coger un kilo de arroz. Idea peregrina e ideológica, que no solventa el problema, sino que acarreará escasez y pobreza. Quizá, una solución, y ahí es donde hay que llamar la atención a Mercadona ante su falta de oferta en diferentes marcas, sería la sugerencia de que las empresas tuviesen la obligación de tener una mayor variedad de productos para así que cada cliente compre según su poder adquisitivo y necesidad. 

Cuando atacan con nombres y apellidos a los empresarios, no quieren terminar con la pobreza, sino con la envidia, y para hacerlo necesitan que los envidiosos se recreen con las miserias de los demás, por eso ansían defenestrar la riqueza, que Juan Roig se arruine y que deje de haber un Mercadona al lado de tu casa. 

 Pobres, hambrientos, pero sin envidia.      

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