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vals para hormigas / OPINIÓN

Crónica de la autodestrucción de Alicante

14/02/2018 - 

El pasado lunes, Mariano Sánchez Soler trató otra vez de pasar por duro. Y volvió a quedar en evidencia. En esta ciudad se le quiere, se le escucha y se le lee más de lo que él pretende traslucir. Intenta ser el Bogart de El bosque petrificado, un villano hierático y despiadado que sabe disparar un revólver y escupir por un colmillo. Pero apenas llega al Bogart de La Reina de África. Desencantado, sí. Misántropo a media jornada, puede. Pero tan feroz bajo su barba que una vez fue bigote y su piel de lobo, como una postal de San Valentín con gatitos y aroma de fresa. Aunque lo lleva aparentemente bien.

Presentó Mariano su último libro, Cuarteto d'Alacant, en el que se reúnen cuatro de sus publicaciones como si se fueran a perder. Como si a alguien se le hubieran escapado en el trajín de las mudanzas. Empaquetado por la editorial Denes y con el apoyo de la Universidad de Alicante, la última criatura de Mariano es un atlas maldito de Alicante. Un minutaje de pasos perdidos en una ciudad perdida. Un resumen de los episodios de todas las temporadas de su serie particular. Porque Mariano ama Alicante. No es grave. No es el primero que se enamora de madrugada, cuando en la discoteca ya no quedan más que saldos, juguetes rotos y cuerpos en descomposición. Pero a los demás se nos pasa al despertar. Él sigue abrazando a esta ciudad cada noche, sigue acariciándole los muslos bajo el mantel, sigue jugueteando con los lunares de su espalda. Quizá, porque aún le dura la cogorza que agarró la primera vez que leyó a Raymond Chandler. Quizá porque, en el fondo, Mariano es un romántico.

Así, con textos que son relatos, que son artículos y que nunca fueron novelas, Mariano repasa con prosa cristalina y gramática de guerra las miserias de su ciudad, donde nació y a la que regresó cuando ya no tenía más que perder que lo único importante. Pero no es un cronista ni un historiador. Mariano se aburre con el diazepan de las mañanas con sol, un café y un cruasán. Es un investigador, tan privado que jamás rindió cuentas a lo público. Un francotirador que dispara con los dedos, como el Travis de Taxi Driver ante el espejo. Un buzo en aguas turbias, un conversador hard-boiled, un cinéfilo de cuna, una cabeza con nostalgias, maldades y síndrome de Diógenes. Y más que profeta, es un tipo que sabe leer las corrientes de aire que mueven la veleta de la política local. A derecha y a izquierda, que en esta ciudad acabaron siendo lo mismo. Y casi siempre acierta. "Llevamos veinte años defendiéndonos de los políticos a los que hemos votado", lamentaba el lunes. Eso no lo supo ver. Ni siquiera lo quiso imaginar.

En el libro, en los libros que ahora son un libro (Alacant blues, Alacant a sarpades, Alacant suite y Alacant terminal), Mariano dibuja un plano de la ciudad y le queda como las siluetas de los escenarios de un asesinato, pero con paredes medianeras. Mira hacia atrás y pide perdón, porque más la mitad de la ciudad que estrenó durante su infancia ya no existe. Mira alrededor y constata la pérdida de toda identidad. También mira hacia adelante para advertir de que el principal problema de Alicante "no es que se transforme", sino que "se autodestruye". Y finalmente, nos analiza, con esa jondura de señor bajito y de barrio que tanto le emparenta con su detective Terratrèmol, un personaje que debe más a Woody Allen que a Dashiell Hammett, muy a su pesar. Y Mariano, psicólogo de tango, rastreador cherokee y maestro de plumillas, pespuntea con sus historias el retrato robot de los alicantinos como él, como usted, como todos, con "nuestra eterna negativa a ser lo que somos". Después se encoje de hombros, sonríe y te propone una cerveza, que de Truffaut nunca hemos hablado lo suficiente. Qué tipo, este Mariano.

@Faroimpostor

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