Asistía esta semana a una iglesia en Alicante, y ante la asistencia masiva de octogenarios y la ausencia de sabia juvenil que ocupase los asientos, pensé en mi interior sobre la posibilidad de que dentro de unos años tan solo unas testimoniales figuras intentarían llenar los templos católicos. Ahí estaba yo, reflexionando sobre la raquítica situación existencial del clero mientras el sacerdote celebrante -un anciano de avanzada edad- nos deleitaba a todos con un tedioso sermón en el que parecía no haber nexos entre las distintas frases que lo conformaban. “Vaya tostón”, pensé en mis adentros aun a sabiendas de que el discernir interno también es pecado.
Lo preocupante, esto también lo meditaba entre los monacales cantos gregorianos, es que parece que los dirigentes eclesiásticos no se dan cuenta de la crisis que asola su modus vivendi. Sacerdotes, obispos y cardenales escriben y hablan sobre la disyuntiva que corroe su misión de apostolado, pero en los hechos manifiestan una verdadera ausencia de cambio en su manera de afrontar la decadencia persistente. En lugar de encontrar una forma constructiva de comunicar su pensamiento dejan esa labor a clérigos sin carisma carentes de una oratoria fluida. Me viene a la mente ahora un sacerdote congoleño afincado en España sin ninguna idea de nuestro idioma y que aun así celebraba actos religiosos pese a no expresar bien lo que quería comunicar.
A veces se cae en la tibieza permitiendo o haciendo la vista gorda a la deficiente cualificación de determinados perfiles. No es lógico que un sacerdote duerma a su feligresía con sus sermones y el Obispo de turno no haga nada para poner coto a dichas ineptitudes. Lo mismo pasa cuando se dan los abusos sexuales por parte de siervos de Dios. Es habitual que, pese a las deplorables conductas cometidas por determinados individuos con sotana, la Iglesia prefiera apartarlos reubicándoles en parroquias perdidas en inhóspitos lugares en vez de cortar sus carreras defenestrándoles y despojándoles del alzacuellos. Me recuerda esto a cuando un allegado me contaba la endogamia académica que ocultaba los escándalos vinculados a profesores, enviándoles a sus casas o recluyéndolos impartiendo materias maría sin que se produjera una cancelación total de la relación laboral con su consecuente pérdida de condición de funcionario.
Ocurre lo mismo en política. Pese a que los dirigentes están cada vez peor valorados, -me resulta curioso comprobar como algunos se jactan de estar casi aprobados en su valoración demoscópica en comparación a los otros-, continúan ofreciendo las mismas armas y formas de comportarse. Hasta José Mota quiso enviar un mensaje a la clase política en su ya clásico especial de nochevieja. Me fascinó el sketch en el que el humorista retrataba a un mandatario jactándose con tono musical de que los votos legitimaban su mediocridad. En definitiva, venía a decir una máxima existencial: Tenemos los gobernantes que nos merecemos. Es así por lo que he dicho en más de una ocasión, si tenemos a un Presidente de Gobierno mentiroso compulsivo es porque nosotros hemos escogido a dicho perfil. Aunque, para que nos mientan dos veces aquellos que dicen una cosa y luego hacen la contraria, mejor escoger al que paradójicamente manifiesta con los hechos la verdad de que nunca te vas a poder fiar de él. Con Pedro Sánchez estamos en sobre aviso.
A diferencia de lo que sucede con las Iglesias, las cuales están cada vez más vacías como consecuencia de la denostación clerical provocada por los múltiples escándalos incoherentes a lo que predican, en la política los gobernantes continúan mercadeando, utilizando como intermediaria la democracia gracias a que continuamos confianza en su palabra pese a que nos engañan una y otra vez. Infamias, no cometidas por el bipartidismo, no, sino por personajes corrompidos por el poder. Figuras de uno y otro color. La deslealtad no es fruto de los organigramas si no de las personas que los conforman. No me creo ese cliché ideado por la izquierda que concibe al Partido Popular como una estructura criminal concebida para delinquir. Si uno quiere dinero fácil, trafica con drogas, invierte en bolsa o vende por Wallapop. Los trepas y víboras no tienen ideología ni partido, el único impulso que les mueve es, como diría Rajoy, el suyo beneficio personal.
A pesar de que las siglas sean responsables civilmente de los chanchullos de sus pupilos, estos deben dar ejemplo apartando de la vida pública a toda sombra sospechosa de corrupción. Esa tibieza a la hora de prescindir de esos elementos es lo que ha provocado el perjuicio de lo político, la creación de camarillas corrosivas para la democracia y nuestro sistema. Democracia prostituida en parte por unos ciudadanos que han mirado para otro lado premiando a partidos cómplices de esas conductas. Conformismo popular que ha provocado una falta de autocrítica por parte de los dirigentes.
Mandatarios e instituciones que continúan sin plantearse preguntas fundamentales como, en qué nos estamos equivocando, en qué podemos mejorar o qué es lo que espera la ciudadanía de nosotros. Cuestiones a las que con el inicio del nuevo año espero que alguno se digne a responder.
Feliz año, y espero que esta vez sí, busquen soluciones en lugar de crear problemas.