La vida en nuestro planeta es fruto de un delicado equilibrio entre el azar y la necesidad. El azar de las colisiones cósmicas, por ejemplo, ha influido de manera decisiva sobre la vida. Una colisión cósmica desvió el eje de rotación de la Tierra, dando lugar a las estaciones y formando la Luna que, a su vez, daría lugar a las mareas. Dos elementos fundamentales en la evolución de la vida. Otra colisión provocó la desaparición de los dinosaurios y esto permitió el desarrollo de los mamíferos y de los propios humanos, en definitiva. Quizás la misma vida haya llegado a nuestro planeta también en una o en muchas de esas colisiones.
La evolución de la especie humana ha estado también marcada por diferentes sucesos azarosos que han abierto ventanas de oportunidad y nos han ido conformando tal como somos. Una especie que se ha desarrollado y ha dominado el planeta como ninguna otra lo ha hecho hasta ahora. Hasta tal punto que ahora somos nosotros mismos quienes influimos en nuestro futuro y en el futuro del resto del planeta. La construcción de la presa de las Tres Gargantas, por ejemplo, ha supuesto tal acumulación de peso en un punto dado, que ha desviado ligeramente el eje de rotación de la Tierra y ha ralentizado este movimiento. A efectos prácticos esto no tiene mayor trascendencia, pero pone de manifiesto la magnitud de nuestros impactos sobre el planeta al equipararnos a las colisiones cósmicas o a los terremotos más potentes.
Actualmente la humanidad transporta más materiales de un lugar a otro que ningún agente geológico; y está movilizando metales pesados muy tóxicos que la vida ha esquivado durante millones de años, pero que ahora están envenenando los ecosistemas y a nosotros mismos. Hemos llenado de plásticos los mares y estamos llenando nuestro cuerpo de microplásticos cuyos efectos desconocemos. La actividad humana genera 60 veces más dióxido de carbono que la actividad geológica; y el cambio climático provoca ya más de 200.000 muertes y millones de desplazados cada año. Según la OMS, la polución atmosférica causa la muerte de 7 millones de personas cada año; más del doble de las muertes atribuidas al covid hasta ahora. Pero de todo esto, y de muchas más cosas que podríamos enumerar, no se habla ni se tiene en cuenta por quienes planifican el futuro y toman decisiones que afectan a nuestras vidas.
No podemos seguir viviendo como lo hemos hecho hasta ahora porque los desequilibrios que hemos introducido en la biosfera están afectando a nuestra calidad de vida y a nuestra salud. Somos arte y parte de lo que ocurre en la naturaleza. No podemos seguir explotándola como lo hacíamos hace 30 años cuando el 20% de la población mundial consumía el 80% de los recursos. Ahora somos muchos millones los consumidores y nuestra capacidad de consumo per capita ha crecido exponencialmente. Los sistemas naturales se resienten y responden modificando los equilibrios que nos permiten vivir. Hemos de ser conscientes de que a la naturaleza le da igual lo que nos ocurra. Tan solo somos una entre los millones de especies existentes y, además, unos recién llegados. Es a nosotros a quienes no nos da igual lo que le ocurra a la biosfera, porque necesitamos determinados equilibrios para poder seguir vivos. Por eso tenemos que cambiar nuestra relación con el planeta.
La pandemia de la covid-19, y otras anteriores como el SIDA o el ébola, son consecuencia de estos desequilibrios. Los episodios atmosféricos violentos que nos azotan cada vez con mayor frecuencia e intensidad, también lo son. Cuando aún no nos habíamos recuperado de la anterior crisis económica y ya se pronosticaba la posible llegada de otra más gorda todavía, cuando nos mostrábamos incapaces de tomar medidas efectivas frente a la amenaza del cambio climático, llegó la crisis del covid. Una crisis que entraba dentro de lo previsible según los expertos, pero que nadie esperaba cuando llegó. Pero ha llegado y está golpeando duramente nuestra salud, nuestra economía, nuestra manera de vivir…
No tiene sentido pensar en superar la crisis para volver a la antigua normalidad, porque ésta no volverá. Lo que tiene sentido es pensar en cómo construir la nueva normalidad para salir de la crisis con un mundo más sostenible que el actual. Un mundo que exigirá grandes cambios en nuestra manera de vivir y de convivir. En nuestra manera de producir y de consumir. En la manera de redistribuir la riqueza y de acceder a los servicios. Y en muchas cosas más. Todo esto ya se apuntaba antes de la crisis del covid. Pero no conseguíamos cambiar el rumbo de nuestro modelo económico y nuestro modo de vida. Porque para cambiar de rumbo es necesaria la convicción, pero hace falta también la motivación. Y no andábamos sobrados ni de lo uno ni de lo otro. Pero la crisis del covid debe ser el acicate que nos permita encontrar la convicción y la motivación necesarias para cambiar el rumbo.
Las acciones individuales son importantes. Pero no son suficientes. Es necesario el cambio a nivel colectivo. Y para ello no podemos confiar en los políticos, porque han demostrado su incapacidad para liderar este cambio. Hemos de ser las organizaciones sociales como Elche Piensa, las organizaciones empresariales y sindicales y el conjunto de la sociedad civil, quienes lideremos el cambio; de manera que los líderes políticos se vean impelidos a sumarse al mismo y se sientan respaldados para tomar las duras decisiones necesarias para avanzar.
Siendo como somos una especie inteligente como ninguna otra, deberíamos ser capaces de reflexionar sobre dónde estamos ahora mismo, cómo hemos llegado hasta aquí, y qué perspectivas de futuro se abren ante nosotros.
* Vicent Sansano forma parte de la Junta Directiva de Elche Piensa