El diseñador e ilustrador valenciano dirige junto a Fernando Trueba una película de animación sobre un músico brasileño de bossa nova desaparecido en Argentina, Dispararon al pianista
VALÈNCIA. Hablar con Javier Mariscal (València, 1959) es lo más parecido a navegar río abajo por una corriente que se va bifurcando en meandros. Los paisajes van mutando, el torrente se vuelve por momentos calmo y por momentos, indómito. El flujo de conversación en la promoción de su película de animación Dispararon al pianista nos llevó de la bossa nova a su amistad con Art Spiegelman, de los NFT a las mujeres de consuelo asiáticas durante la Segunda Guerra Mundial, y del escándalo Rubiales a las no menos escandalosas teorías del neurólogo decimonónico William A. Hammond, donde aseguraba la superioridad intelectual del cerebro masculino sobre el femenino.
Su película, ya en cines tras su estreno en el Festival de San Sebastián, supone su segunda colaboración con Fernando Trueba tras Chico y Rita (2011), reconocida con el Premio del Cine Europeo. Este nuevo proyecto compartido revela, a partir de más de 150 testimonios, la tragedia tras la desaparición de uno de los músicos más destacados de la bossa nova, Tenório Junior, quien a los 35 años, fue secuestrado, torturado y asesinado en Buenos Aires durante una gira en la que acompañaba a Vinícius de Moraes.
- ¿Cuándo fue la primera vez que oíste hablar o escuchaste la música de Tenório Junior?
- Fernando es muy de compartir. Siempre está recibiendo nueva información de música y monta recopilatorios para que sus amigos los escuchen. Cuando voy a Madrid, me quedó bastante en su casa -tiene un estudio precioso con jardincito- y Fernando me ha ido teniendo al tanto de sus avances con el proyecto. Durante mucho tiempo ha estado viajando a Brasil y en cada ocasión aprovechaba para recopilar material que luego me enseñaba. A mí me pareció muy chulo para hacer un documental, pero le planteé la putada de tener que poner a un actor haciendo de Tenório y sobre todo, de tener que sacar de espaldas a su viuda, Carmen, porque no quería que la filmaran. La alternativa era meter a una actriz, pero Carmen mola mucho, es maravillosa y muy humana. Como fui huérfano muy joven, cuando veo una mamá así, me dan ganas de decirle que me coja en brazos.
- El protagonista afirma que la investigación de la desaparición de Tenório le permite regresar a su ciudad favorita, Río. ¿Podrían ser tus propias palabras?
- Conozco bien Río. Lo primero que teníamos pensado Fernando y yo era hacer un viaje juntos para tomar apuntes y hacer fotos, pero la COVID lo impidió. No obstante, pudimos suplirlo muy bien con la tontería está de Google que se mete por las calles.
- ¿Consideras que el género documental está cubriendo los huecos del periodismo de investigación?
- Cuando estás en mitad de un bosque, todo está relacionado con todo, y algo parecido sucede con la cultura. La sociedad es cada vez más sofisticada y varias artes funcionan al mismo tiempo. De modo que un documental es una herramienta, pero como también el cómic que hemos editado con motivo de la película, otra manera de narrar impresa, cuyos guiones, muchas veces, están escritos por periodistas. Como soy muy mayor, de niño recuerdo cuando nació la televisión y la gente decía que era el fin de la radio, pero las emisoras se han seguido escuchando y conviven. El cine coexiste con las películas en casa.
- Respecto a la edición del cómic, Fernando Trueba ha comentado que estamos viviendo la mayoría de edad de este arte, y eso lleva a que a la generación de entre 20 y 30 años, más lectora de novelas gráficas que de libros, el cine de animación le resulte más natural.
- Es que ya va siendo hora de que el dibujo animado no sea por Navidad y para ir a verlo con los niños. La animación nace con el cine y es un sistema de narrar historias. Es como el cómic, si te limitas a Mortadelo y Filemón te estás perdiendo muchísimas historias muy potentes. Detrás de un cómic, no hay una inversión de millones, sino de muchas horas de una dos, tres, cuatro personas máximo. Quizás por esto, es uno de las artes donde más laboratorio y reinvención de lenguaje se está generando. Es como un puzzle de muchas cosas. Por poner un ejemplo, María y yo, de Miguelito Gallardo, fue una revolución porque no sabías si era cómic o diario. La putada es que muchísima gente se lo pierde. Al mismo Fernando le tengo que meter los cómics por el embudo. Mira que él lee y está al tanto de músicas, pero el cómic se le olvida.
- ¿Qué papel crees que jugó en el reconocimiento de la novela gráfica la publicación de Maus, de Art Spiegelman, del que eres muy amigo?
- Cuando estaba empezando a dibujarlo, dio la casualidad de que estaba viviendo con él en su casa de Nueva York. El premio me pareció de los más normal. Es como cuando con 19 años hice mi primer viaje a Ibiza y acabé en una playa iluminada por la luna llena donde un americano me explicó que era la ecología. Es evidente que la sociedad va cambiando poco a poco. A mi nieta, con tres años, le dije anoche, “has d'anar a dormir”, y su respuesta fue: “avi Xavi, tú no eres dueño de mi cuerpo”. Art no te dirá nunca que inventó la novela gráfica. Qué más da quién fue el primero. A mí no me interesa.
- La diferencia respecto a otros autores es que le concedieron el Premio Pulitzer.
- Tuvo suerte y vive de eso todavía. Es una historia que está muy bien, cuando la lees, dices, “joder, qué cabrón”. En el proceso se parece mucho a Paco Roca: trabajan más o menos el mismo formato.
- En la película se ve a un par de Cobis, ¿son guiños a la audiencia o tu manera de dejar tu sello personal como Hitchcock hacía en sus películas?
- Es Julián, el padre de Cobi. Lo cree en 1981 y es un perro pescador que siempre meto. Por si no te has fijado, también aparece Fernando fumando y yo, de kiosquero.
- ¿Qué trabajo tenías ya resuelto tras la experiencia de Chico y Rita?
- Teníamos menos presupuesto, pero tecnológicamente se ha avanzado mucho desde entonces. Para Chico y Rita buscamos mucha información sobre los coches, las casas y tal a partir de fotos y de libros. En cambio, hoy en día, internet es impresionante. No hace falta que viajes a Río para documentarte, porque los vasos de cerveza en los años sesenta o el aspecto del local donde Vinícius se juntó con Tenório por primera vez, los tienes en Google.
- ¿Qué papel ha jugado la curiosidad en tu pervivencia?
- A mí me gusta meterme, probar, ensayar. La curiosidad me sirve como termómetro. La gente que dice que está hasta los narices del chunda chunda que escuchan sus hijos o sus nietos, cuidado, porque mis padres pensaban que los Beatles eran música de satanás. Tienes que ponerte las pilas. Habrá cosas malas y cosas buenas, pero dentro de, por ejemplo, la música electrónica, hay maravillas. Y, sobre todo, tenemos que darnos cuenta de que si estamos aquí es gracias a nuestros antepasados, que han estado trabajando para que tengamos un cuarto de baño con agua corriente que sale a presión y para que vayas a la farmacia y tengas unas medicinas acojonantes, que hace 10 años no existían. E igual que los niños ya no trabajan en las fábricas y están en el colegio, la actitud machista y borde ya no puede ser, prou.
- Veo que te ha impactado mucho el #SeAcabó.
- Una de las cosas que me gusta mucho de lo que ha pasado con las futbolistas es que se han ido ganando a pulso su reconocimiento. Lo han tenido fatal: no había ninguna televisión ni nadie que les hiciera caso, pero cuando las ves jugar, si te gusta el fútbol, dices “coño, son finas estas personas y le dan un punto diferente”. Igual que la novela gráfica Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim, sobre una esclava sexual de Corea, ya muy mayor, que está a punto de morirse. Se nota que no está hecha por un tío, porque es una entrevista muy larga que aborda de una manera muy elegante un tema dolorosísimo, algo tan bestia y tan animal como la invasión de su país por parte del Ejército japonés.
- Eres una persona que se ha reinventado toda la vida y se sigue reinventando. Lanzaste tu primera colección de NFT con una selección de piezas basadas en el making of de Chico y Rita. ¿Vas a repetir la experiencia?
- Tengo muchísimos originales hechos digitalmente, de forma que el original es un archivo. Como yo, hay millones de personas que estamos trabajando así. Es como la fotografía, donde vendes copias. Mis originales no es que sean muy caros, pero yo no me gasto 15.000 o 20.000 euros en un dibujo, aunque sea de Hockney, que me gusta mucho. Sin embargo, por 100 euros puedes tener una copia numerada, firmada en un papel buenísimo con una muy buena impresión. Pero, claro, la putada es que a gente de Buenos Aires le cuesta más el mensajero que la copia. Lo ideal es que exista un mercado donde aprietes un botón y recibas un ejemplar en alta calidad. Es un sistema maravilloso, pero arrancó de una manera desquiciada, como si estuvieras jugando al bingo. Tarde o temprano, la compraventa de originales digitales hechos por ordenador se normalizará.