La lucha por la igualdad entre hombres y mujeres no es cosa de un día, el de ayer, ni del 8 de marzo. Tampoco es cuestión de una semana, ni es cosa de mujeres ni de políticos. La igualdad entre hombres y mujeres es un grave problema de derechos humanos que debe considerarse desde una perspectiva transversal que abarque todas las facetas de la vida social, individual y pública.
Tengo un amigo, lector ávido de este diario, que varias veces me ha preguntado qué es el urbanismo con perspectiva de género, cuando en alguna conversación ha surgido la expresión. Creo que un día le resumí de manera muy simple el tema; poner farolas e iluminar bien las calles además de diseñar los edificios y las plazas sin recovecos para crear ciudades seguras. Es mucho más, muchísimo más que eso, pero hay que hacer una reflexión seria y tener voluntad de entender el problema de raíz para comprender que es necesario aplicar la perspectiva de género en todo lo que hacemos.
En lo que llevamos de año 41 mujeres han sido asesinadas por sus parejas. No se cuentan como mujeres asesinadas por violencia de género las que, como Marta Calvo o Laura Luelmo, fueron asesinadas por hombres con los que no tenían una relación sentimental o no conocían de nada. Sin embargo, es violencia de género y desde Europa han emitido un informe solicitando al Gobierno de España que avance, cumpla el Convenio de Estambul, y deje de centrarse casi exclusivamente en la violencia doméstica para atender al resto de violencia de género que existe. La violencia de género se define como aquella que se ejerce sobre las mujeres, violencia psíquica, física o social, solo por el hecho de ser mujer.
La perspectiva de género no es más que ser consciente de que existe una discriminación estructural, histórica y general de las mujeres en todos los lugares del mundo y en todos los ámbitos y conocer las vías para transformar esta realidad. Pero esta perspectiva debe alcanzar a todas las acciones cotidianas de nuestra vida. No sirve encender las luces del Molí Real en Elche de color lila ayer y hacer minutos de silencio y no dirigir recursos y esfuerzos todos los demás días del año y en todas las áreas para acabar con esa discriminación.
La perspectiva de género debe estar en cada una de las acciones políticas de una administración, desde los discursos del alcalde, hasta la decisión de cómo se organizan las ayudas al empleo. Desde cómo tratan a las trabajadoras las empresas con las que se firman contratos públicos, hasta el diseño de los programas de juventud o las actividades organizadas para los mayores. Debe haber perspectiva de género en todas las concejalías y esto no puede quedar en una partida económica de las que se desglosan en el proyecto de presupuestos.
Lo he dicho muchas veces, hay que destinar recursos, pero la lucha contra la discriminación no es solo cuestión de dinero ni de hacerse una foto con un lazo. Debe interiorizarse y estar presente en cada una de las acciones individuales del político o política y por supuesto de cada persona.
Cuando en un grupo de whatsapp alguien envía un vídeo con contenido denigrante para una mujer o un aparentemente inofensivo chiste de suegras o de novias, los que envían, pero también los que reciben deben situarse es esa perspectiva de género y ser crítico con esas actitudes.
En los detalles está la diferencia y aunque seguimos cada día deconstruyendo el machismo, aprendido por desgracia en una educación y sociedad cuyo eje central ha sido el hombre, esa inercia no puede ser excusa para no esforzarse cada día en dejar de reírse de chistes que no tienen ninguna gracia y normalizan lo que no lo es.
Escucho a veces a algunas mujeres decir que no hay machismo ya en esta sociedad y al minuto quejarse de que no tienen tiempo para nada entre trabajo, casa y críos. No he oído esa queja en un hombre nunca. Me estremezco cuando me cuentan que una prueba de amor fundamental de las parejas de jóvenes ahora es ceder todas las contraseñas del teléfono y de los perfiles en redes, sabiendo como sabemos que es una forma más de control del hombre sobre la mujer.
El machismo está tan asentado en nuestros usos y costumbres que cuesta identificarlo. Marina Marroquí, Premio Menina de este año por su trabajo de educación contra la violencia de género en los adolescentes contó una vez que su novio se empeñaba en traerla y llevarla del instituto. Ella se sentía halagada por el interés y él decía que era para “cuidarla y asegurarse que llegaba bien a casa”. Hasta que se dio cuenta que cuando ella quería salir de clase y quedar con otras personas, él se lo impedía. Y aunque haya gente que no vea la relación, esos gestos cotidianos forman parte del grave problema que es la violencia de género. Empiezas por controlar a quien ve y acabas por decidir si tiene derecho a vivir o no.
La violencia de género es una consecuencia de una cultura y educación asentada en siglos. En la antigua Grecia las mujeres eran consideradas seres inferiores, débiles e inmaduros, como si fueran niños o niñas y la tutela del patriarca sobre ellas era por tanto “natural” a lo largo de toda su vida, tal y como me contó Javier Guevara, profesor de Cultura Clásica.
La sociedad que puso las bases de la democracia solo entendía esta para los hombres y de aquellos barros estos lodos. La famosa Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 aprobada en la revolución francesa no tenía en su título la palabra “hombre” en sentido neutro, no. Era literalmente una declaración referida a los hombres. Pero ese detalle no lo verás en los libros de historia, como tampoco verás cuando se nos cuenta el proceso para llegar al sufragio universal y se elude explicar que era sufragio universal solo para los hombres. Las mujeres como sabemos, llegaríamos a votar en España por primera vez hace menos de 90 años y no fuimos los últimos, por cierto.
Se ha avanzado pero queda muchísimo por hacer y mientras no centremos el foco seguiremos poniendo lazos y contando, mal, las muertas