Donde yo vivo, en una zona residencial de Alicante, las voces de los niños se vuelven a escuchar en las calles, los pajarillos cantan sin parar y no hay excesiva ocupación de la vía pública. Animados por esta hermosa primavera que no se detiene y por el descenso de ingresos hospitalarios, a muchos de mis conciudadanos les ha dado por creerse que ya no hay nada que temer. Pero de la indolencia ante el virus hay que también protegerse. Aún seguimos con una cifra escandalosa de fallecidos diarios, superior a 200, y oficialmente hemos perdido 26.070 personas. Italia ha sufrido un repunte de casos en estos días, lo que es también una pésima noticia, dado que hemos ido reproduciendo sus mismas situaciones ante el coronavirus, con unos días de retraso. Y hay quien alerta de la existencia de una mutación del Covid-19, mucho más contagiosa aún. En algunos hospitales de Madrid se preparan ante otra posible oleada.
Mientras las cosas no están en el aspecto sanitario, desde luego, para tirar cohetes, muchas personas dan por superada la pandemia y han decidido pasar ampliamente de la mascarilla, porque posiblemente se crean inmunes. El tener comportamientos “menfotistas, dicho así, a la alicantina, con respecto a las medidas de prevención es de una gravedad total. Uno de los mayores expertos de China en la lucha contra la pandemia, ha declarado que éste es el principal problema de España, que no usamos el dichoso medio de protección, y de ahí los contagios. Me pregunto qué pasará en la nueva normalidad cuanto la gente pueda ir a la playa, o sea ya, en vista de algunos comportamientos incívicos del pasado domingo en la playa de La Almadraba: corrillos de personas maduritas, charlando animadamente sin mínima distancia y a cara descubierta. Si éste es el ejemplo que vamos a dar los mayores, no pretendamos que los jóvenes sean más responsables que nosotros; aunque algunos de ellos, como Stay Homas, unos músicos, desde el confinamiento animen con sus canciones a los jóvenes a proteger a sus abuelas.
En realidad, estamos todos aburridos de la situación y deseosos de retomar nuestra vida, en la medida de lo posible. Claro que la vuelta será a un escenario diferente del que dejamos y con menos de lo que teníamos. Muchos se han quedado sin trabajo. Otros vivían a salto de mata, y ahora no tienen nada. Hay situaciones de auténtica emergencia, de pobreza, en diversos barrios de la ciudad, como la zona Norte, Ciudad de Asís, Cementerio o Miguel Hernández. Urge un liderazgo claro por parte del ayuntamiento para gestionar las ayudas, así como mayor solidaridad ciudadana. A nivel nacional, el Gobierno pretende subsidiar a los más necesitados; pero ésta no puede ser a medio plazo la solución al problema, pues hará cautivos de un chusco de pan a los hombres y mujeres que deberían ser libres. Hay, por el contrario, que enseñarles a pescar y fomentar la creación de empleo.
Ante el panorama que tenemos, la prórroga del estado de alarma era un motivo de disensión entre los partidos, por el recorte extremo de libertades que supone, de una parte, y el varapalo que representa para la actividad económica el seguir confinados, de otra. En este sentido, el papel que ha jugado Ciudadanos en estos momentos no ha dejado indiferente a nadie. Uno de los pilares del partido, el incendiario Girauta, ha decidido darse de baja tras la decisión de Arrimadas de apoyar a Sánchez en la prórroga, con estas duras palabras: “Era el momento de retratar los abusos del Gobierno y Ciudadanos le ha dado oxígeno”. En cambio, otros militantes sí han apoyado esta decisión dentro de su partido. Arrimadas tendrá que explicar muy bien a los votantes los motivos de su arriesgada decisión. Tal vez fuera sensato prorrogar el estado de alarma dos semanas más, pero ni un día más, para consensuar y organizar un buen plan de recuperación nacional de consenso y tratar de encarar, bien armados, esa nueva normalidad en dura convivencia con el virus, si no queremos dar la razón a los agoreros que pregonan que España será el país que saldrá peor parado de esta crisis.
Mónica Nombela