Dolor. Un dolor profundo. Es lo que sentimos millones de españoles, que estamos de luto ante las terribles cifras de fallecidos que está arrojando la crisis del coronavirus en España. Al cabo de un mes de confinamiento, hasta nos parece un alivio que en un día fallezcan más de 500 personas por el maldito virus, después de haber llegado a superar la barrera psicológica de los 1.000 muertos en las semanas pasadas. Parece que estemos tristemente preparados para aguantar lo que nos echen, duelos sin tocarse, sólo tres personas, que digo yo que por qué sólo tres, cremaciones al cabo de unos cuantos días, sin derecho ni a un entierro digno. La pérdida de la humanidad en pro de la eficacia. Lo único que nos faltaba era que empezaran a disputarse el modo de echar las cuentas, entre algunos Gobiernos regionales y el Gobierno central. Si bien las cifras oficiales son ya demasiado horrendas, por difícil que resulte de creer están muy por debajo de la realidad. El Rey ha dicho que las víctimas merecen un homenaje permanente. No nos quedan ya ni lágrimas.
Estando a punto de cumplir la quinta semana de encierro, la salida de esta crisis aún parece lejana. Muchos españoles se sienten abandonados por Europa. Y los italianos, que empezaron antes que nosotros, más aún todavía. El desapego hacia la UE ha crecido en ambos países en las últimas semanas, y las diferencias norte-sur se han agudizado. Consciente de ello, la presidenta Von der Leyen pidió ayer disculpas a Italia, por no haber llegado a tiempo. Le faltó incluir a España en sus disculpas, señora. Supongo que este mensaje habría sido fríamente calculado, a raíz de los resultados de la demoscopia. Es difícil no sentir que la UE nos ha dejado tirados, cuando más la necesitábamos. O tal vez lo ocurrido sea consecuencia de la debilidad del propio sistema, basado en un puzle en el que las piezas no acaban de encajar. Claro que nos hemos enfermado más los italianos y los españoles, porque somos más cariñosos, nos gusta estar cerca unos de otros, abrazarnos y besarnos. Y porque tenemos unos países bellísimos, a los que vienen cantidades ingentes de turismo. Por eso llegó aquí el virus más a lo bestia, porque, seamos sinceros, ¿quién puñetas se iría a Bruselas de viaje, pudiendo ir a Roma, Barcelona o París? Ya sólo nos queda el consuelo de que, tal vez, a pesar de la falta de solidaridad demostrada, la UE nos preste un servicio imprescindible para salir de la crisis. Se prevé que el próximo presupuesto a largo plazo de la UE (el Marco Financiero Plurianual 2021-2027, que se encuentra estancado) sea una especie de Plan Marshall para reconstrucción de la economía europea. Amén. O eso, o bien que ocurra un milagro, son las dos únicas posibilidades serias que veo para que podamos salir de la crisis económica que se nos avecina.
Aquí, ya lo ven, seguimos debatiéndonos entre el pico, que no llega, y la curva, que es la madre del cordero. Y en unos días veremos las consecuencias de haber mando de vuelta al trabajo a tantas personas, el pasado lunes. No sabemos si fue una decisión planificada, de ésas que se están tomando en nuestro país con nocturnidad, o bien una prueba a ver qué pasa. Los contagios se han incrementado en estos días, yo ahí lo dejo; pero también digamos que hay gente que todavía sale a la calle sin mascarilla, aunque sea casera, que algo hará. Y lo de los guantes, se lo pido por favor, que muchos parece que no se hayan enterado de que son material que puede estar contaminado y se tiene que tirar a la basura y no al suelo. Un poco de civismo, por el bien de todos.
Lo admito, me dan envidia otros países, en los que se ha conseguido controlar la pandemia. Esos países, que son de los que mejor han dado respuesta al coronavirus, tienen algo en común. Están liderados por mujeres. Hablo de Dinamarca, Islandia, Finlandia, Alemania, Nueva Zelanda, Noruega y Taiwan. Un motivo para la reflexión.