Pues si. Voy a dedicar un artículo entero a una tilde. Ya sé que puede parecer un tema trivial. Y realmente lo es. Pero me interesa el fondo de la cuestión.
Resulta que desde esta pasada semana, Valencia ya es solo “València”. En exclusiva. La denominación en castellano deja de ser oficial.
Yo soy castellano-parlante, pero he de señalar que hasta ahora me resultaba totalmente indiferente escribir Valencia o València. Siempre me he resistido y me resistiré a considerar un idioma como moralmente superior a otro, por lo que utilizaba ambas formas indistintamente. Pero a partir de ahora, lo escribiré en castellano, aún a sabiendas de que será incorrecto. Por una cuestión de rebeldía básicamente.
Porque quiero rebelarme ante aquellos que hasta hace bien poco se consideraban hipócritamente los máximos defensores del bilingüismo (me refiero sobre todo a los políticos de Compromís). Y es que resulta que en cuanto han llegado al poder, practican más que nadie el “unilingüismo”.
La capital del Turia (o Túria, como prefieran) no es un caso aislado. De los 199 municipios valencianos existentes con dos topónimos, solo 35 siguen manteniendo dos nombres oficiales. En los otros 164 han impuesto un idioma sobre otro (concretamente el valenciano).
Y yo me pregunto: ¿Qué dirían los de Compromís si el idioma suprimido en estos sitios fuera el valenciano? O dicho de otra manera: ¿Qué dirían si otros hicieran exactamente lo mismo que han hecho ellos, pero con su idioma?
Como comentaba antes, yo soy de los que creo que ningún idioma es moralmente superior a otro. Y dado que probablemente no exista municipio valenciano alguno donde el 100% de la población tenga la misma lengua materna, ¿no clama el sentido común dejar que cada cuál escriba y utilice el nombre en el idioma cooficial que prefiera?
Desgraciadamente en Cataluña, País Vasco y Galicia también existen casos similares. Hemos pasado de imponer los nombres castellanos a hacer lo mismo con otras lenguas. Parece que no aprendemos de nuestros errores.
Poseer dos idiomas propios es una auténtica riqueza cultural que solo unas pocas regiones de este país tenemos la suerte de ostentar. Me apena ver como históricamente utilizamos esta situación para discriminar a unos o a otros. Es una auténtica lástima que el bilingüismo oficial apenas esté pasando fugazmente de largo por España.
Afortunadamente, uno de los topónimos castellanos que todavía sobreviven en esta Comunidad es el de mi ciudad: Alicante.
Yo soy castellano parlante, como la gran mayoría de los habitamos la villa del Benacantil hoy en día. Mis padres y abuelos hablan todos en castellano. Para encontrar a mi último antepasado valenciano-parlante, me tengo que ir a uno de mis bisabuelos paternos.
Sin embargo, he de confesar que me encanta el topónimo “Alacant”. Lo uso frecuentemente, como una manera cariñosa de referirme a mi ciudad. Una forma de apelar al lugar de mi infancia que solo es nuestra, diferente a como se conoce en el resto del mundo. Ahí reside su especialidad y encanto.
No quiero que me la impongan. En el momento que sea una obligación y no una opción, perderá todo el significado emotivo que tiene para mi. Irónicamente, al imponérmelo me robarán “Alacant”.
Una vez más, conseguirán justo el propósito contrario que pretenden.