La dimisión de Mónica Oltra ha supuesto la principal crisis para el Gobierno del Botànic, y para la propia coalición: al final, pesó la presión, la presión del Palau como se encargó de airear la propia exvicepresidenta en la rueda de prensa de su despedida; la presión de los medios de Madrid, como ya aventuró Javier Alfonso, hace 15 días, cuando Otra fue imputada y, sobre todo, pesó la contradicción de la propia Oltra -no dimitir por una imputación-, a la que quiso hacer frente, pero a la que se mostró incapaz de sortear porque lo que había en peligro era el propio Botànic.
Lo normal, lógico y responsable políticamente hubiera sido que Oltra dimitiera a los segundos de ser imputada. Cuando menos, por responsabilidad política y por todo lo que había denunciado en su etapa en la oposición. En primera instancia, la consigna en Compromís era aguantar con Oltra como fuera, con el argumento primero de que se le debía escuchar en el TSJ y posteriormente, en función de cuál fuera el siguiente acto o decisión del alto tribunal, ya actuar. Mientras, el mensaje de la defensa era repetir el mantra de que los denunciantes eran la extrema derecha y que ya se habían dado todas las explicaciones en las Cortes, y por tanto, la cuestión política estaba zanjada.
En ese instante, con la imputación en caliente, en el Palau se hablaba todavía de reflexión y de los tiempos de la justicia. Pero conforme se acercaba la cita electoral andaluza -y los presagios no eran nada buenos- se elevó el nivel de presión. Pero fue el lunes, cuando la presión se hizo insoportable: el PP había ganado en Andalucía con mayoría absoluta y el PSOE había cosechado sus peores resultados. Entonces, los "señores fuentes", como dijo la propia Oltra el martes, empezaron a picar piedra para que la vicepresidenta se cayera de su argumentario y saliera del Consell. Lo que no quería el Palau a todas luces que la vicepresidenta, todavía con el cargo, fuera fotografiada en la puerta del TSJ, y máxime tras el resacón andaluz, y declarara como investigada. Además, con su salida, el PSPV se quitaba de en medio a la que ha sido su principal enemiga a la hora de disputarle el electorado -y la presidencia en 2015- posiblemente, el condicionante de las futuras mayorías o pactos. Por tanto, el miedo escénico surtió a efecto. Por el momento
Paralelamente, la coalición de Oltra no ha parado de trabajar en todas las hipótesis, la de aguantar con la vicepresidenta, forzar la ruptura; esperar acontecimientos o aprovechar la oportunidad. Porque toda crisis es una oportunidad. Y al menos en Compromís, también lo ven así, tanto si se archiva la causa de Oltra, como no. Aunque ante los medios hemos visto una parte, sobre todo, del desafiante discurso de Oltra y los bailecitos de los líderes de la coalición, en la filas valencianistas ha habido reflexión, lealtad o defensa desmesurada hacia la figura de Oltra y análisis del plan b. ¿Por qué tanta diatriba y postureo? Principalmente, porque Compromís es una coalición, o un matrimonio a tres, en el que no manda quien tiene más militantes, sino que hay una estructura o jerarquía que desde 2015 se ha respetado, y que ahora también se ha hecho así. Es decir, que los pasos que se han dado todos tenían una lógica interna, y no externa, y que las piezas se irán colocando en función de los acontecimientos. Otra cosa es que sirvan para reponerse de la salida de Oltra y el futuro de su caso judicial.
Tampoco se ha dado un portazo al PSPV, como quizás pedían algunas voces para mantener el pulso a las "señores fuentes", porque siguen pensando que los socialistas les necesitarán para sumar la mayoría, si se da el caso o la ola de la derecha no los arrasa a todos. Ahora bien, en Compromís, más allá de la idoneidad de la salida de Oltra por motivos obvios y lógicos, está se la han apuntado. Y en cuanto puedan, lo aprovecharán.
Lo normal es que Compromís hubiera aprovechado la crisis para colocar a su plan b, que es Joan Baldoví. Lo podría haber hecho, incluso, manteniendo el status quo de la parte de Compromís en el Gobierno valenciano: dos consellers de Iniciativa y dos de Més (antiguo Bloc). Es decir, Aitana Mas hubiera ido a Igualdad y Políticas Inclusivas y mantener a Mireia Mollà en Agricultura. Incluso, por jerarquía, Mollà podría haber sido consellera, vicepresidenta y portavoz del Gobierno. Baldoví hubiera sustituido a Rafa Climent, por ejemplo, en Economía y hubiera comenzado a rodarse y a tener más visibilidad en la Comunitat Valenciana. Pero no. Todos han convenido que había dejar las cosas como están, dejar a Mónica Oltra de cuerpo presente por si el caso se archivara (aunque todos coinciden que no será por la vía rápida, si fuera el caso); velar el cadáver y no adelantar acontecimientos con el nombramiento de facto de Baldoví como conseller y, por tanto, candidato de facto.
Primero, hay confianza en que la llegada de Aitana Mas sirva para recomponer puentes con el PSPV y rebajar tensión; segundo, la llegada de Mas contribuye a la unidad de la coalición, que es el ejercicio que se han autoimpuesto todas las partes, incluido Baldoví y Més -todas las partes coinciden en la lealtad de los principales actores-; y tercero, es una oportunidad para reforzar la imagen de coalición en Alicante, su flanco más débil.
Por el momento, Baldoví se prepara lo que pueda pasar, Mireia Mollà asumirá la interlocución con Más País; Aitana Mas se va forjando en su nuevo puesto y Joan Ribó no se puede jubilar y debe hacer valer su fuerza en València para que mantener las opciones. En esta nueva composición de lugar, hay dos incógnitas: la primera ¿les dará tiempo a recomponerse, y a recomponer el tercer Botànic? ¿serán comparsa -como dicen Guillermo López o alternativa?; la segunda, ¿por qué Vicent Marzà, considerado un activo en las bases de Compromís, ha desaparecido en esta crisis?