VALÈNCIA. En la primera escena de El día más feliz en la vida de Oli Mäki (2006), la magnífica ópera prima de Juho Kousmanen, veíamos al protagonista en el compartimento de un tren que lo llevaba a casa. Era solo un momento, pero, de alguna manera, los medios de transporte tenían un significado muy especial dentro de la película, ya que constituían la manera de regresar a un lugar donde sentirse seguro.
Compartimento nº6 transcurre prácticamente en toda su totalidad en el interior de un tren, pero los dos personajes protagonistas, no sienten especial pertenencia a ningún sitio. Desde los primeros acordes la cámara de Kousmaen acompañará a Laura (Seidi Haarla). Mantiene una relación con su compañera de piso, integrada en la intelectualidad de los ochenta en Moscú en la que no termina de encontrarse del todo cómoda por su superficialidad y, quizás porque su sentimiento de extranjería (ella es finlandesa) se cuela por todas las esquinas. Entre fiestas con desconocidos, Laura busca una intimidad con su amante que no termina de encajar y se embarcará sola en un viaje que tenían planeado hacer juntas para visitar los petroglifos que se encuentran en Múrmansk, su objeto de estudio.
Ya con un nudo en el estómago por sentirse abandonada, Laura cogerá ese tren de larga distancia desde Moscú hasta Múrmansk, en el Círculo Polar Ártico y en el pequeño compartimento que le han asignado encontrará a un joven en estado ebrio, Ljoha (Yuriy Borisov) que le producirá un rechazo instantáneo. Bebe, fuma, come pepinillos y es maleducado. Las primeras impresiones, pueden resultar demoledoras. Pero Laura está obligada a permanecer en ese compartimento durante varios días con Ljoha hasta llegar a su destino. Poco a poco se irán conociendo.
Es el mínimo planteamiento, casi de estirpe clásica, sobre el que se sustenta esta delicadísima historia sobre los prejuicios, la soledad y el sentimiento de extrañeza en el seno de mundo hostil, frío y desangelado en el que las posibilidades de conexión parecen nulas. Kousmanen nos sumerge en ese universo cerrado y opresivo a través de dos seres perdidos que en realidad buscan calor y comprensión. La Rusia de los años ochenta, pesa como una losa en las imágenes, duras y crudas en todo momento, pero en las que poco a poco va colándose la ternura y la cercanía, incluso la poesía.
Tiene Kousmanen una manera de rodar inmersiva y orgánica, su cámara siempre se encuentra cerca de los personajes captando cada una de sus expresiones y movimientos en ese espacio diminuto y gracias a ella sentimos el traqueteo de la máquina, las pulsiones imperceptibles que se generan. La magia de la película consiste en convertir la distancia en nexo de unión.
Cada parada del tren constituirá una especie de episodio evolutivo en la relación entre los personajes. Y poco a poco la incomodidad expresiva del inicio se irá transformando, irá pasando por diferentes niveles hasta llegar al destino final, donde el paisaje del Ártico adquirirá un sentido revelador y catártico.
Al fin y al cabo, ambos personajes se encuentran encerrados en sus propios compartimentos. De alguna manera todos lo estamos. La incomunicación es sin duda uno de los grandes temas de la película. Quizás por eso Kousmanen sitúa su relato en un universo pretecnológico en el que la experiencia de viaje cobraba un sentido diferente.
Compartimento nº6 es una película profundamente melancólica en la que Kousmanen demuestra que tiene una sensibilidad especial a la hora de adentrarse en el universo interior de sus personajes y plasmar su evolución sin apenas palabras. A pesar de las presiones a las que se ven sometidos sus criaturas, casi en el abismo de una crisis existencial, en su cine, en vez de cinismo e hipocresía, hay sensibilidad y empatía. Lo consigue de una manera imperceptible, realmente prodigiosa. Por eso esta película es una preciosa experiencia cinematográfica, repleta de una sensibilidad inusual, de esas en las que el viaje, por una vez, merece realmente la pena, transforma y reconforta, porque nos lleva de la incomprensión al abrazo.
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