VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Ciudad navegable

15/03/2017 - 

La vida se ve de otra manera la primera vez que una zodiac navega bajo tu ventana sin vistas al mar. La primera vez que un helicóptero trata de rescatar por la azotea a los vecinos de enfrente. La primera vez que improvisas un puente para cruzar de acera. Tomar conciencia de que tu ciudad es navegable en entretiempo, cuando los atardeceres se amotinan y los armarios se pluriemplean, es una sensación extraña. Como un tráiler del fin del mundo, una profecía del cambio climático, una nota a pie de página con erratas de Nostradamus. Pero a escala, la única manera efectiva de leer los mapas y saber hacia dónde nos dirigimos.

Sin embargo, en Alicante no interpretamos bien las señales porque estamos ocupados, como Abraracúrcix, en que el cielo no caiga sobre nuestras cabezas. Incluso cuando llueve. Tardamos quince años, los que transcurren entre 1982 y 1997, en averiguar que las hecatombes que produce la Gota Fría son, efectivamente, hecatombes. Imposibles de predecir, pero de imprescindible prevención. Tuvimos a la ciudad en la UCI la primera vez que se nos disfrazó de Venecia sin saber nadar. La ingresamos de nuevo cuando todas las compuertas se abrieron para transformar la Avenida de Alcoy en un sarajevo de barro y cuerpos desaparecidos. Y solo entonces reaccionamos y supimos canalizar la ira del agua, que no sabe parar. Horadamos el subsuelo como quien agujerea una arteria para evitar una trombosis y hasta reservamos una plaza para la máquina perforadora, que nos sirve de tótem contra los dioses de la lluvia. Desde el corte de aquella cinta inaugural, ya podemos presumir del sol y la luz, de que los turistas nos visiten de pasada y de la canalización antirriadas. Algo es algo.

Han pasado veinte años y otra vez han zarpado las zodiac bajo nuestras ventanas. Otra vez han reventado las costuras, otra vez se nos ha hundido la Albufereta, otra vez se ha extralimitado la Playa de San Juan, otra vez ha creado la tormenta los ríos cuyos cauces nos empeñamos en invadir en la orilla metropolitana de la ciudad. San Vicente, San Juan, San Gabriel. Y, de paso, el temporal ha puesto en evidencia los planos de la nueva Avenida de Dénia, con sus radares y sus vaguadas, que aún estaban por discutir. El cronómetro se ha reiniciado. Tenemos unos diez años para procurar minimizar el impacto de la lluvia, dado que el agua no sabe de puertas. Unos diez años para impermeabilizar los accesos, encontrar paliativos y, tal vez, para despedirnos, definitivamente y con salvas de honor, de la Albufereta, una playa con más encanto que lógica urbanística. Para entonces, quizá el deshielo del Ártico nos obligue a retranquear un kilómetro los límites de la ciudad. Pero, oye. Habremos estado ocupados en intentar solucionar algo. En esta ciudad de parches y alcaldes megalómanos con poder o sin él, eso ya sería un cambio.

@Faroimpostor