Cinema Panopticum es una historia que encierra varias historias. Emplea el recurso de una niña que va a una feria y solo tiene dinero para una atracción, una especie de cine que permite visualizar películas en pantallas pequeñas y a precio reducido. Verá cuatro escabrosas historias sin reparar en que la quinta, The girl, va sobre ella misma. Un alivio cómico final al más puro estilo pre-code o EC Comics.
La independencia ha caracterizado siempre a este autor que nada le debe a nadie. Desde muy pequeño, sus padres, que eran profesores de arte y dibujo, reconocieron su talento y gozó de respaldo para tirar donde le indicaran sus instintos. Siendo muy joven, a mediados de los ochenta, ya era conocido en la Escuela de Diseño de Zurich y había acabado un cortometraje de animación, La grande illusion. En 1993, sería un mediometraje, Robert Creep, une vie de chien. Y siguió un estreno más, Sjeki Vatcsh!, tras acabar sus estudios de cine, pero nunca más siguió por esos derroteros. Es un autor consagrado de cómic.
Si hablamos hace un año de 73304-23-4153-6-96-8, un juego numérico tétrico y macabro, ahora con Cinema Panoptiocum tenemos una de sus obras donde más destacan sus influencias reconocidas. La más importante, Charles Burns. Pero entre los europeos destaca Marc Caro, del que en España solo recuerdo que se publicara una bella historia de amor entre insectos en un Metal Hurlant.
Esa es una de las referencias más reconocibles en este álbum. En la primera historia, un hombre cae víctima de una trampa para insectos… puesta por una cucaracha gigante. Estas bromas macabras, pero en el fondo infantiles, no sé qué salida tendrán en el mercado actual de la viñeta, donde las tendencias más consolidadas están bastante alejadas de esta propuesta, con un dibujo que no está dibujado, sino rasgado con el cutter sobre fondos negros, donde cada página aspira a ser un cuadro. Según el autor, componer estas escenas con esa técnica, para él, es como estar en la oscuridad y encender la luz.
A esa oscuridad hay que sumarle que las historias sean mudas. Una práctica que, a partir del silencio, consigue poner una distancia entre el lector y el relato con la que es mucho más fácil dar vía libre a la crueldad. Un ejemplo sería la historia en este volumen de un luchador que tiene que enfrentarse a la muerte. El desenlace es tan extremadamente cruel que en silencio tiene una pátina de irrealidad que permite que se dibuje la sonrisa en el rostro del lector. Al mismo tiempo, sin palabras, también se logra que los dibujos adquieran una dimensión superior. El suspense es mucho más tenso y los recursos escénicos cobran mucha más importancia.
En un sentido más filosófico, el pesimismo de Ott se puede palpar en esta obra de forma evidente. Viene a decir que todo tiene un precio en la humanidad, que cuando se te cura algo, te enferma otra cosa. Si logras una victoria personal, es a costa de una derrota en otro campo. A veces comes, a veces eres comido. Nadie está a salvo, con la excepción de los marginados. Un mendigo que anuncia el fin del mundo es el único que se salva de un apocalipsis que realmente sucede. En la entrevista mencionada de la televisión suiza, Ott declaraba su fascinación por los sin techo parisinos. Se fijaba en ellos cuando vivía allí y se quedó perplejo con muchos de sus tatuajes, que parecían indicar mensajes apocalípticos o sobrenaturales. Toda esa misantropía, a veces cargada de odio, está presente en todas y cada una de estas páginas laboriosamente trabajadas.