China nos envió la peste del coronavirus y Estados Unidos hace lo propio con la censura y la corrección política. Prueba del declive del imperio yanqui es la ideología ‘woke’, abanderada por minorías raciales y sexuales que han desatado otra caza de brujas contra el discrepante
La vida es contienda, tal como nos recuerda Fernando de Rojas en La Celestina citando a Heráclito. Cada generación tiene sus luchas. La nuestra, en estos días, es batallar en defensa de la libertad de expresión. El enemigo está ahí: la dictadura de la corrección política, la cultura de la cancelación, la denominada ideología woke.
Combatimos y combatiremos esta nueva forma de fascismo que se traviste de antifascismo e izquierdismo. Son los fascistas antifascistas que ganan terreno gracias a la cobardía y el silencio de los muchos que callan desde sus tribunas públicas. Ingenuamente creen que a ellos no les llegará su san martín; por eso tratan de ganarse, con gestos inútiles, la complicidad de una turba juvenil que acabará amordazándolos ante la más mínima discrepancia. Todo es cuestión de tiempo. Primero han ido a por nosotros; después irán a por ellos.
Esta caza de brujas declarada en nombre de la justicia social, y en defensa de las mujeres y de las minorías raciales, religiosas y sexuales, alcanza no sólo a los conservadores sino también a los escritores e intelectuales de la vieja izquierda. Hace dos años, en Estados Unidos —en cuyos campus nació el fascismo woke— un grupo de 150 intelectuales progresistas firmaron un manifiesto en la revista Harper’s. Denunciaban la censura y la intimidación a profesores en las universidades. En el escrito estamparon sus firmas, entre otros, Noam Chomsky, Salman Rushdie, Martin Amis, J.K. Rowling y Margaret Atwood. Como era de esperar, fueron lapidados en las redes fecales.
Cómo estarán las cosas en el imperio yanqui, cuyo declive a nadie se le oculta, que otro grupo de profesores y catedráticos han creado la Universidad de Austin para ejercer la libertad de investigación a salvo de amenazas y denuncias de alumnos que se sientan “ofendidos” por lo que puedan escuchar en el aula. Algunos profesores han perdido sus empleos por no hacer de sus clases unos “espacios seguros”.
La asfixia intelectual en los campus yanquis ha llegado a Europa, especialmente a Gran Bretaña, pero también a España y, en particular a Cataluña, la región que posee todos los mimbres para que germine. Que se lo pregunten a los valientes de S’ha Acabat. Como recordó el director de este diario hace dos semanas, la profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, Juana Gallego, fue boicoteada por sus alumnas de un máster sobre Género y Comunicación por atreverse a criticar la ‘ley Trans’. ¡Qué osada y temeraria! Gallego, que no recibió el apoyo del rectorado, es una feminista clásica que aún cree en la existencia del sexo femenino y masculino. La turba cayó sobre ella. Una mujer lapidada por otras mujeres.
“No cabe ceder ni un centímetro más en la libertad de expresar lo que pensamos y sentimos, aun a riesgo de ofender”
Hemos llegado a un punto crítico, de no retorno, en el que nos jugamos la supervivencia de un modo de vida. No cabe ceder ni un centímetro más en la libertad de expresar lo que pensamos y sentimos, aun a riesgo de ofender. Porque la ofensa, siempre que no vulnere el Código Penal, es legítima en democracia. Esa juventud robusta y engañada de la que hablaba Quevedo, esa juventud amante de la censura y las listas negras, educada (es un decir) con la Logse y posteriores engendros legislativos, debería leer a Voltaire y a Stuart Mill siempre y cuando su “sensibilidad” se lo permita. No todo va a ser escuchar al pijito de Valtònyc y elogiar el lirismo de la ceja de Frida Kahlo.
En esta lucha por defender el territorio de la libertad con minúsculas, la libertad del día a día, la libertad cotidiana de decir lo que nos salga de la entrepierna, debemos dedicar parte de nuestras energías a desmontar la patraña de los “delitos de odio”. Es el ardid inventado por las fuerzas neofascistas antifascistas para ponerle el bozal a cualquier discrepante de su pensamiento único.
Una cosa es defender la inexistencia del Holocausto (que sí es delito) y otra muy distinta es recurrir a expresiones que pueden ser ofensivas o hirientes para alguna de las cien minorías que aspiran, como las antiguas señoritas de Acción Católica, a decirnos cómo debemos hablar, qué tenemos que leer y pensar, en definitiva, a dictar nuestro comportamiento. Se comportan como catequistas que pretenden redimirnos del pecado del pensamiento crítico.
Y no queremos que ningún totalitario nos salve de ser impuros. Gozosa impureza la nuestra. La heterodoxia, la valentía de enfrentarse al pensamiento acobardado y uniforme de la mayoría distingue a los que abren caminos en la literatura, el cine y la pintura, en territorios donde el espíritu humano debe ser libre para ser fecundo.
Y ahora decidme: ¿qué gran novela se ha escrito en Estados Unidos en los últimos diez años? ¿Dónde está el Henry Miller o el Norman Mailer del siglo XXI? Vuestro silencio resulta atronador.
Britney Spears tiene los días contados. Hemos de decir adiós a su música y sus caderas. El Gobierno puritano de izquierdas la prohibirá, como tantas otras cosas. Son tiempos de censura e intimidación