Pasaron del radicalismo punk al pop contestatario. Tras fichar con un gran sello discográfico, el tema 'Tubthumping' les proporcionó de la noche a la mañana una fama descomunal. Paradójicamente, este éxito les convirtió en uno de los grupos más odiados de la década de los noventa
VALÈNCIA. Inspirados por Crass, el grupo anarcopunk más radical de todos los tiempos, a principios de los años ochenta tres jóvenes británicos llamados Dunstan Bruce, Alice Nutter y Lou Watts decidieron montar una banda igualmente militante y molesta para el sistema. Pronto se unieron a ellos Mavis Dillon y un joven de quince años llamado Harry Hamer. Esa fue la semilla de Chumbawamba, proyecto al que después fueron adhiriéndose más miembros. Su trayectoria, que se prolongó durante treinta años y se materializó en la publicación de más de una decena de elepés y varios epés, es digna de estudio. Es la historia de una banda que pretendió (sin éxito) reventar el sistema desde dentro. También es la historia de uno de los grupos más odiados de la década de los noventa.
La culpa la tuvo una canción espantosa y terriblemente pegadiza llamada “Tubthumping”. Un tema cuyos versos -I get knocked down, but I get up again / You are never gonna keep me down (Aunque me derriben, me levantaré de nuevo/ nunca podrás acabar conmigo”)- eran positivos de una forma tan genérica y naif que cualquiera podía identificarse con ella, ya fuese un hooligan cuyo equipo acaba de perder un partido, un obrero quemado con su trabajo o un adolescente enfadado con el mundo. La canción decía todo y nada al mismo tiempo, como le suele ocurrir a este tipo de mega éxitos.
Hoy casi nadie se acuerda de Chumbawamba -es difícil encontrar al grupo en los rankings de discos imprescindibles que elabora la prensa musical habitualmente para señalar los hitos de cada década-. Sin embargo, lo cierto es que la banda británica llegó a convertirse en un icono de la música popular tras la publicación de su décimo álbum, Tubthumper (1997), que marcaba su debut en el sello Republic Records (filial del conglomerado EMI) y en el que apostaban ya sin remilgos por un sonido de pop comercial para bailar y saltar con estribillos facilones. Actuaciones en Top of The Pops, anuncios de coches, el Mundial de Fútbol del 98, apariciones en Family Guy y Los Simpson… De repente, Chumbawamba estaban hasta en la sopa.
Los fans del grupo -que empezó tocando en antros, pero había logrado crecer poco a poco dentro de la escena alternativa más izquierdista- consideraron ese disco una traición en toda regla y un imperdonable gesto de hipocresía. Fichar por una major era una decisión incomprensible teniendo en cuenta el enconado posicionamiento anticorporativista de Chumbawamba, que para colmo en sus inicios había participado en un disco recopilatorio de punk llamado Fuck EMI (Red&White Center Labels, 1989).
Más que un grupo de música al uso, Chumbawamba había nacido en 1982 como un proyecto comunal y activista, que dedicaba el mismo tiempo a ensayar que a imprimir panfletos, montar pancartas y organizar conciertos solidarios por los mineros, contra Thatcher, a favor de los derechos de los animales o de cualquier otra causa vinculada a la izquierda radical de la década de los ochenta y los noventa.
“Estábamos en la vanguardia revolucionaria”, reconoce uno de los vocalistas y miembro fundador de Chumbawamba, Dunstan Bruce, mientras visita la gran casa okupada de ladrillo rojo de Leeds en la que vivían, ensayaban y urdían sus gamberradas durante sus primeros años de actividad. A sus 59 años, convertido en un dandi madurito con traje de dos piezas y buen corte de pelo, y acompañado de su perrito salchicha Homer, Bruce se enfrenta con mucho sentido del humor a los fantasmas de su pasado en el documental I get knocked down (2021), estrenado en el España en la pasada edición del festival In-Edit de Barcelona.
Más allá de repasar la historia del grupo, disuelto en 2012, y recorrer distintos puntos de Gran Bretaña visitando a sus antiguos compañeros y compañeras, la intención de Dunstan con esta película es la de reflexionar sobre varias cuestiones: ¿Es posible hackear a la industria musical desde dentro? ¿Se puede hacer la revolución desde los parámetros de la música comercial? ¿Cómo seguir siendo revolucionario después de los cuarenta años? ¿Cómo esquivar la invisibilidad y contribuir al cambio? Para tratar de responder a estas preguntas, Dunstan se entrevista con líderes de opinión en este tipo de asuntos como el cineasta Ken Loach o Penny Rimbaud, activista, filósofo, poeta y pintor, conocido sobre todo como ideólogo de la pionera e influyente banda Crass.
“Solo llevando las cosas al extremo puede producirse el cambio, y solo en el contexto de las calles pueden las acciones de un grupo de música propiciar el cambio”, sentencia Rimbaud. “La existencia de Chumbawamba me preocupaba en su momento porque os habíais convertido en una opción facilona y moderada. Dicho esto, tengo que reconocer que tuvisteis un momento genial en vuestra carrera, una acción verdaderamente impredecible, que fue lo que hicisteis en la gala de los British Awards. Cualquier crítica merecida que se os haya hecho debería perdonarse solo por eso”.
El fundador de Crass se refiere a uno de los muchos líos en los que se metió Chumbawamba a lo largo de su carrera, incluso después de alcanzar su cénit comercial -que fue muy breve, porque fueron un grupo one-hit wonder de manual-. En 1998, los organizadores de los premios de la música británicos invitaron a la banda a interpretar en directo la canción de marras. Lo que ocurrió es que, de forma improvisada, el cantante y teclista Danbert Nobacon se acercó a una de las mesas redondas donde estaban cenando los ilustres invitados durante la gala, y vertió un gran cubo de agua y hielos sobre la cabeza de John Prescott, por aquel entonces viceprimer ministro del Gobierno laborista de Tony Blair. Antes de hacerlo, Nobacon se preocupó de avisar a un fotógrafo que estaba cubriendo el evento: “Atento. Esto va por los trabajadores del puerto de Liverpool”, le dijo para asegurarse los titulares. Como podemos imaginar, la “bromita” protagonizó las portadas de toda la prensa británica al día siguiente.
Ese no fue ni mucho menos el único escándalo en el que se vieron envueltos los miembros de Chumbawamba. Fue también muy sonada aquella entrevista televisiva en la que Alice Nutter animó a los espectadores a robar sus discos si no tenían dinero para comprarlos, pero especificando que debían hacerlo en grandes almacenes como la cadena Virgin, y no en las tiendas de discos de barrio. Al día siguiente, los discos del grupo desaparecieron de las estanterías de cientos de establecimientos en todo el mundo. En otra ocasión, Chumbawamba cambió sin avisar la letra de “Tubthumping” durante su actuación en el show de David Letterman para reclamar la liberación de Mumia Abu-Jamal, un afroamericano condenado a la pena de muerte por asesinar supuestamente a un policía, pero cuyo proceso judicial tenía lagunas. También cabrearon a mucha gente importante cuando cedieron los derechos de la canción a General Motors para anunciar un Pontiac en televisión, pero después donaron los beneficios generados a la plataforma mediática Corp Watch con el encargo de investigar y publicar un reportaje contra la misma empresa automovilística norteamericana.
Chumbawamba siempre justificó su salto al mainstream como una forma de amplificar sus denuncias de injusticia social a escala mundial. Otra cosa es que los periodistas musicales del momento o su base de seguidores de la escena underground compraran ese argumentario. Se les acusó repetidamente de ser malos activistas, vendidos y músicos mediocres, aunque lo cierto es que la banda nunca ocultó sus limitaciones musicales iniciales ni su desinterés por mantener una coherencia estilística. Punk, música de baile electrónica, pop, folk irlandés… se movieron de un género a otro sin prejuicios, y sin cortarse un pelo con las letras ni los títulos de sus canciones. “Pictures of straving children sell records”, “On the Day the Nazi Died”, “How to Get Your Band on TV”, “What You See is What you Get”. En una época en el que las manifestaciones políticas en prime-time te podían acarrear muchos problemas -recordemos que lo de Sinéad O’Connor y la foto del Papa ocurrió en 1992-, hay que reconocer que Chumbawamba hizo todo lo posible por ser una piedra en el zapato para los mandamases del momento.