Querido Miguel, creo que el presidente Ximo Puig nos va a felicitar el año nuevo a todos los valencianos bajo la higuera de tu huerto y desde el patio donde tu madre y tu hermana se despellejaban las manos en el lavadero. Está muy bien que los presidentes salgan de Palacio y viajen al sur que te vio nacer. Lo hace porque este año que entra se cumple el 75 aniversario de tu muerte en el penal de Alicante y tanto la Generalitat como el Estado han considerado oportuno rendirte un homenaje póstumo declarando 2017 como Año de Miguel Hernández.
Ya casi no hace falta, pensarás. Después de tantos años sumido en el olvido oficial, ahora tu obra poética cae casi todos los años en Selectividad, hay una universidad pública en Elche que lleva tu nombre y Serrat ha convertido tus poemas en himnos que han traspasado fronteras. Lástima que tu legado haya acabado definitivamente en Quesada, el pueblo de Jaén donde nació Josefina, en lugar de haberse quedado en Elche, en Alicante o en Orihuela. Cosas de la política, que sigue teniendo sus prioridades. Y de tus paisanos, capaces de montar un “pollo televisivo” para preservar una cruz en honor de José Antonio Primo de Rivera pero resignados cuando se llevaron tu memoria a otro lado. Compréndelo, Miguel, el dinero no daba para tanto: la Fórmula 1, la Volvo, Terra Mítica...
Hace poco estuve en tu casa museo de Orihuela, en tu dormitorio compartido, junto a la ventana que mira al patio, impregdánnome de ti. Creo que te he seguido toda la vida, desde que mi maestro de primaria, don Santiago Fabregat Conesa, oriolano como tú, me habló de tu existencia cuando tu nombre era aún impronunciable en las postrimerías de la Dictadura. Don Santiago buceó en los pequeños rastros que dejaste en mi pueblo, Rosal de la Frontera (Huelva) durante tu intento fallido de huir hacia la libertad por un camino erróneo. Te equivocaste, paloma. Unos “guardinhas” que jamás habían oído hablar de un poeta soldado te detuvieron en Vilaverde de Ficalho, en la raya de Portugal, y te entregaron a las autoridades españolas sin más contemplaciones. Fue también don Santiago quien me contó que permaneciste unos días en el calabozo de Rosal sin que nadie te reconociera, ni te alimentara, ni te consolara. Decía que escribiste con cal en las paredes de una celda que luego demolieron para construir la oficina de teléfonos donde yo jugaba con mi amiga Pepita. Solo la esposa de otro preso que compartió contigo ese fugaz cautiverio te llevaba algo de comer. Una buena mujer que nunca supo quién eras.
Luego llegaron la Democracia, Serrat y Jarcha, que me condujeron directamente a ti sin intermediarios. Y, cosas de la vida, años más tarde nos hemos vuelto a reencontrar, frente a tu tumba, en la ciudad que yo he elegido para vivir y en la que tú decidiste dejarte morir sin bajar el puño, sin doblar la frente, con la cabeza muy alta. Y cosas del trabajo, ahora enseño Periodismo en la Universidad Miguel Hernández. Y tu biógrafo, José Luis Vicente Ferris, es un amigo que me da primicias de tu vida antes de que salgan a la luz en su último libro.
Este año “Miguel Hernández” vas a recibir muchas cartas, ya lo verás. A ver qué te dice esta noche el president. Te escribirán a la tierra donde yaces y tú nos escribirás.