VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Café, tostada y fin de ETA

22/03/2017 - 

Cada vez que entra usted en un bar, cruza sin saberlo la vara de medir del periodismo. No reviste gravedad, no se preocupe. Es una costumbre de antes de que existieran las redes sociales, es decir, poco más de diez años atrás. De antes de que el iceberg de las urgencias y los clics depositaran al oficio en un lecho marino a unos 600 kilómetros al sur de Terranova. La charla de bar era y es, como decía, el contador Geiger de la radioactividad de un titular. El número de feligreses que lo comentan y la agitación del debate producido marcan, según una corriente extendida en el gremio, la eficacia de una noticia en determinados ámbitos de la profesión. De hecho, tanto en la sección de noticias del corazón como en la de deportes se ha trasladado la tertulia de café y pincho de tortilla al lado del emisor, para ganar tiempo. Y descrédito. La idea no siempre funciona, pero en una época en la que este trabajo deambula perdido como Alicia por el País de las Maravillas, a algo hay que aferrarse para no caer en las garras del la Reina de Corazones y su tendencia a la decapitación.

Si la valía de una noticia se tasa junto a un desayuno completo con zumo de naranja y bocadillo de jamón, lo más importante que nos pasa cada día tiene que ver con el fútbol, las hechuras de la chica de la contraportada de un presunto periódico deportivo o la salida del armario de un exconcejal del PP en un programa de televisión (farsa o épica, el tiempo lo dirá). La anécdota vertida por la SER vía El Mundo Today de que el autobús transfóbico de Hazte Oír fue multado porque perdía aceite, también, aunque por el simple hecho de que en ocasiones, la vida sabe guiñar un ojo, contar un chiste y hacernos gracia mientras nos da con el codo en el costado, como un cuñado con la corbata anudada al parietal. Sin embargo, como nos recordó por aquí el lunes David Rubio en su columna, este fin de semana pasado asistimos a la descomposición de ETA. La entrega incondicional de su arsenal evidenciaba la presencia de las primeras larvas de gusano en su cadáver. Pero la anestesia de cinco años de tregua nos hizo mirar hacia otro lado, para ver lo que daban en televisión aquella noche de viernes, o si el tiempo iba a respetar nuestra excursión al campo. El revuelo que se armó apenas levantó arenisca.

Hemos esperado unos cincuenta años a que el terrorismo dejara de matar. Se ha conseguido, además, sin que la sangre derramada se convirtiera en moneda de cambio. De hecho, todas las lecturas del anuncio se han centrado, precisamente, en eso, en lo que la banda no debía conseguir, sin reparar en que no había conseguido nada. Quizá el pertinaz uso de malas noticias para abrir las portadas de los periódicos nos ha llevado a no saber leer las buenas. Porque con la entrega de armas, sea como sea y cuando sea que se produzca, lo que hemos conseguido es descontar muertes, balas y tragedias en toda España, que no se repita Mutxamel, que no se repita Santa Pola, que la mascletà del odio no resuene de nuevo en las localidades turísticas de la provincia. Incluso que el GPS del terror no tenga que detectar en una fosa de Busot más cadáveres de una vendetta que nadie pidió. Todo eso se acaba. Todo eso es noticia. Rebuscar en el pasado y el rencor hacia quien ha sido derrotado sin paliativos ni honores ni contrapartidas que no merecía es solo una charla de café.

@Faroimpostor

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