ALICANTE. Si hubo un tiempo en el que el arte influía sobre la publicidad, la obsesión comunicativa ha hecho que ahora la publicidad influya más sobre el arte, donde proliferan lenguajes fríos y pulidos. El alicantino Aurelio Ayela huye precisamente de eso y se refugia en el arte povera o arte pobre con una propuesta que parte de las manchas casuales que quedan sobre las tapaderas de los envases de comida rápida. Algo humilde y sencillo que define como “crudo, antitendencia y poco complaciente con el público”.
Se sirve de tapas de plástico, pero también de tetrabriks y algún ladrillo. Dos elementos, estos últimos, que le llevan a la parte más conceptual de la obra. “Si vemos algún ladrillo por la calle no le hacemos caso porque apenas tiene valor, pero, sin embargo, puede ser la base de la economía de un país o de un territorio”, explica el artista. Es uno de los diseños industriales más exitosos y que mejor han resistido el paso del tiempo. Al mismo tiempo, el tetrabrik es uno de los avances tecnológicos más importantes que ha permitido proteger y transportar alimentos, incluso de primera necesidad como la leche, pero después de su uso parece que carecen de valor. “Son dos objetos que han sido fundamentales en asuntos que han causado algunas de las revueltas sociales más importantes del mundo”, apunta.
De esta forma, la palabra bricks (ladrillos en inglés), que sin la 'c' sirve como abreviación de tetrabriks, une esos dos elementos para dar nombre a esta exposición que entremezcla, de la misma forma, los simbolismos que acumulan por separado. “Los dos son paralelepípedos y tienen un formato similar”, describe. Sin embargo, el tetrabrik, como recipiente, “encarna un significado femenino que tiene algo de seno protector al conservar el alimento, la leche, mientras que el ladrillo es algo fuerte, masculino, con lo que se construye y se cierran espacios”. Un elemento que, por otro lado, está vinculado a la especulación, los límites y las fronteras. “Me parecía muy interesante confrontar dos elementos que podían ser tan similares y tener una simbología tan diferente, pero afín, al mismo tiempo”, afirma.
“Yo pienso en modo muy desordenado”, reconoce mientras lanza estas pautas que ayudan al público a descifrar el mensaje encriptado de su obra. Una explicación pedagógica que facilita la entrada en sus creaciones en las que, al fin y al cabo, habla de pintura abstracta a través de objetos costumbristas. Una revisión del arte povera, que es el que mejor se resiste a la fagocitación publicitaria y lo visualmente atractivo. “El arte ha sido muy bien absorbido por la publicidad, sobre todo el arte pop, mientras que el povera, con muy poca estilización, opta por lo crudo, por el acontencimiento, más que por la comunicación del propio acontecimiento”, explica. “El pop ha aceptado como realidad el fetiche que comunica la pantalla, más que el hecho en sí”, añade.
La obra de Ayela es como un acto de resistencia a la inercia que nos vincula a esa sustitución del acontecimiento. “Aunque sea un acto de resistencia fútil, romántico incluso, me parece interesante esa crudeza del povera que no admite el código publicitario. No es un lenguaje brillante, sino que te desprovees de todo artificio y todo glamur, para señalar que ocurren verdaderas delicadezas en las cosas sencillas”, describe. El autor propone así detenerse en ese objeto pasajero tan poco importante. “Podemos desentrañar verdaderos mundos en una mancha de aceite de una tapadera desechable de la última comida rápida que hemos tenido que hacer en esta vida que nos lleva tan rápido hacia adelante”, explica.
bri(c)ks surgió de forma intimista en 2013, cuando arrancó sus creaciones con muchas ganas, pero después paró en seco hasta que volvió a retomarlo en 2016. En todo este tiempo, alguna de las piezas que la componen se ha podido ver en exposiciones puntuales, pero nunca se había mostrado al público la colección completa, que roza el medio centenar de piezas. “Al ser en pequeño formato, en esas exposiciones siempre han quedado como en la sombra al estar al lado de otras estructuras más grandes”, afirma. Esta ocasión, por tanto, es para él un acto de justicia con el proyecto, al que le da la importancia que merecía y que todavía no había logrado. “He sentido que estaba ninguneando a esta serie”, confiesa.
El espacio que brinda el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, donde se expone hasta el 26 de febrero, le ha dado la oportunidad de enmendarlo. Pequeños recorridos, en una distancia corta, que permiten al espectador acercarse a esas obras en un montaje que no necesita seguir ninguna pauta formal. De hecho, el proceso de montaje ha seguido acrecentando el significado implícito de esta propuesta cuyo leitmotiv son los puntos o manchas. Algo elemental que, sin embargo, es capaz de generar ritmos que parecen musicales. “La pared parece un pentagrama; ojalá tuviera la oportunidad de traducirlo a una partitura”, describe. Quizá sea ese el siguiente paso.