vals para hormigas / OPINIÓN

Barras bravas somos todos

28/11/2018 - 

Comento con un amigo argentino los graves sucesos ocurridos el pasado fin de semana en las inmediaciones del estadio Monumental de Buenos Aires, donde River y Boca tenían que resolver la final de la Copa Libertadores. La magnitud del acontecimiento es tal, que apenas habrá lectores que necesiten más explicaciones. Como casi nadie en Japón necesitaría demasiados detalles si habláramos de una hipotética final de Champions entre el Barça y el Madrid. Sugiere mi amigo que no nos quedemos en el hecho en sí, una turba enfurecida que apedreó el autobús rival, espantó a los efectivos policiales y provocó un caos tan desmedido como el propio país, enormísimo y complejo. Pide que nos fijemos en lo de después. En el cruce de firmas, actos y declaraciones entre las directivas de ambos clubes y los prebostes de la Conmebol, la Confederación Suramericana de Fútbol. Porque ahí, en los despachos, es donde ocurre casi todo lo que tiene que ver con el fútbol en el Cono Sur. Incluidos los goles.

Mi amigo, que escapó de las barras bravas hace años para establecerse en Alicante, achaca todos los males del fútbol argentino a la corrupción. La de dentro de los estadios, la de fuera, la que coloca a los hinchas al frente de un Gobierno, la que sirve para sobrevivir en una villa miseria, la que da poder a unos sindicatos más manipuladores que titiriteros, la que llena de subsidios a la población cuando gobierna el peronismo de izquierda y la que dispara la inflación cuando gobierna el peronismo de derechas. Y todo, en un país abrumador, apasionante y exagerado. Un altavoz de enormes dimensiones que lo magnifica todo. Pero que no tiene en propiedad la corrupción futbolística. Mira el palco del Hércules, me dice mi amigo. Mira la pelea del otro día contra seguidores del Castellón, dice también. Y los amaños de partidos y los presidentes encarcelados y los tumultos de aficiones extranjeras y los manejos fiscales de los futbolistas. La única diferencia, magnitud aparte, es que acá, en España, suele actuar la Justicia. Dice.

Más allá de todo esto, lo que verdaderamente me preocupa es que el fútbol es uno de los acontecimientos sociales que más ahonda en nuestro interior. En el de todos. Lo sucedido en Buenos Aires es también un reflejo, a escala megalítica, monumental y hasta ciclópea, de cierta deriva de la sociedad global que no siempre tiene la excusa de la precariedad extrema o la corrupción enquistada para comportarse como verdaderos energúmenos. Hemos llegado a un punto en el que nos definimos en oposición a todo lo demás. A los hinchas de River que saquearon la final y el barrio circundante les da igual el partido. Lo que quieren es humillar a los de Boca. En casa, viendo el partido por televisión, o en la calle, lanzando piedras al autobús o forrando de bengalas el cuerpo de una hija menor y aún inocente. Y viceversa. Es exactamente lo mismo que podemos ver en las redes sociales, en la política nacional, en el seno de la Justicia o en los consejos de administración de un estanco, pongamos por caso. La exaltación, el odio y la confrontación los llevamos en la mochila, camino de nuestros respectivos y metafóricos estadios. Estamos a la que salta. Nos cuesta menos despreciar al rival que celebrar un gol. Nos hemos acostumbrado a sabotear los partidos, porque hemos alimentado nuestro miedo a perderlos.

@Faroimpostor