Se comenta que las mejores frases de la historia, esas que han pasado a sus anales como resumen y cierre de acontecimientos relevantes para la humanidad, seguramente en su mayoría nunca fueron realmente dichas, y quizá se atribuyen al genio de determinados personajes únicamente para que trascienda la idea que encierran atándola al nombre propio de un momento concreto.
Posiblemente así sea también con la muestra de la frustración y el hastío más desesperantes puesta en boca del que fuera presidente de la I República española, Estanislao Figueras y Moragas, quien al tiempo de dejar el cargo, ejercido sólo durante apenas cuatro meses, dicen que dijo: “señores, seré franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Tan asertivamente, parece, se despidió todo un primer presidente de la primera España republicana, marchándose a continuación a dar un paseo hasta el madrileño Parque del Retiro, y de allí a la estación de Atocha, desde donde ese mismo día partió en tren para autoexiliarse en Francia, harto efectivamente de propios y extraños en la política de su época.
Y créanme que, sea bulo o realidad la frase de don Estanislao, lo cierto es que últimamente se levanta uno a diario con el desasosiego que impulsa a mandarlo todo a tomar viento. Y será porque corren malos tiempos para la lírica, como titulaba Bertold Brecht sus versos en 1939. Que los de hoy no tan malos como los de entonces, es verdad, pero sí ciertamente oscuros ante la constatación de que volvemos a optar por los bloqueos y el frentismo rechazando cualquier propósito de diálogo y encuentro como síntoma de debilidad. Pero eso es lo que, al fin y al cabo, hemos elegido votando en las últimas urnas que se abrieron el cuarto domingo de mayo pasado, en las que teníamos que decidirnos por un vecino, o un grupo de vecinos, para encargarle la gestión local de nuestros municipios. O acaso por un presidente autonómico que se ocupara de esas competencias que nos tocan más de cerca y más cotidianas… Pero nos dijeron que era con Sánchez o contra Sánchez, que no era candidato en ninguna lista, y nos lo creímos. Y en esas andamos.
Aunque aún me apena más profundamente el argumento que me han dado mis más próximos políticamente, o eso creo al menos, para que nuestra opción, la del debate y la solución pactada de los problemas, quede en barbecho y no sea una alternativa elegible el próximo 23 de julio: que lo nuestro será vivir del ‘cuanto peor, mejor’.
Esa es, ni más ni menos, la esperanza que algunos ponen en lo que está pasando o está por pasar: volver cuando se pueda a vivir de las migajas del rencor, los cabreados y el préstamo a plazo de la voluntad política. Y es que si algo habríamos de tener ya aprendido es que la política no funciona cuando siempre es contra alguien y si tienes dos lados a los que enfrentarte. No funciona, desde luego, si no se considera el ejercicio de esa política como una herramienta para analizar, organizar y resolver, y sí como un simple dogma que arrojar al de enfrente.
La verdadera tibieza política no es otra que la que asoma entre quienes han escondido la cabeza bajo el ala cuando lo que toca es afrontar la realidad proponiendo aquellas iniciativas en las que crees. Y por dos motivos fundamentales: porque son tus propuestas, aquellas sobre las que piensas que ha de construirse todo para que todo vaya a mejor, y porque si no lo haces ¿qué te diferencia de quien hasta hace dos días compartía tus inquietudes y tu alternativa y hoy se ha ido al partido del que ambos renegabais al unísono? Sí, no tan distintos porque el resultado ha sido el mismo aun por caminos paralelos: unos han buscado el acomodo a corto plazo, otros recogerán los frutos cuando maduren.
Del criticado bipartidismo hemos evolucionado a algo peor: el bibloquismo, algo que va a entorpecer aún más la conformación de mayorías de consenso, que sólo se dan cuando se superan las líneas fronterizas desde ambos lados por el centro. Porque más difícilmente y más tarde se llegará a acuerdos razonables en aras del interés común, el de todos, cuando las posiciones de uno y otro bloque deban ser antes objeto de pelea interna en cada uno de ellos, entre moderados y extremos respectivos, no lo duden. De hecho, lo vemos ya en alguna comunidad autónoma donde los pactos no llegan por vergüenza o se disimulan cuando se alcanzan por indignidad. E igual me da que sirvan a la tauromaquia que a la unitat de la lengua.
Siempre nos quedará, en fin, pasear por un parque recitando lo de que ‘en mi canción, una rima me parecería casi una insolencia”. Y el barbecho, para los que abandonan, por cobardía o por oportunismo.