ALICANTE. Ha corrido como la pólvora ese vídeo del ensayo de la actuación de Nebulossa en Eurovisión en el que uno de los bailarines fue rehén de su pantalón. Ahí estaba el artista, peleando cual gladiador en el circo del espectáculo eurofan. Unos seguidores del evento que, a excepción de los forofos españoles, no tenían ni la menor remota idea de lo que significaba Zorra. Un grito empoderador, un alegato a unos aires de libertad que desprenden un olor a naftalina, a esa anacrónica sensación de sentirse presa de los prejuicios y de un patriarcado en blanco y negro con el que el NODO enaltecía el orgullo de la raza.
A raíz del artículo de Juan Manuel de Prada El hábito de mirar en XL Semanal, en el que reseñaba Tía buena (Círculo de Tiza, 2023) de Alberto Olmos y la candencia por la celebración eurovisiva en la que España ha vuelto a hacer el ridículo con un conjuro estéril más allá del efecto placebo embrujado de los patriotas, me ha hecho releer la obra de Olmos sobre la apropiación capitalista del cuerpo femenino. Figura sexualizada, manipulada como escudo humano a costa de un feminismo borracho de las esencias exprimidas por la cosecha del 68 en aquella revolución sexual; movimiento cívico basado en el impulso de la libertad carnal como seña identitaria de una generación que encerraba en el armario el puritanismo.
Olmos reflexiona filosóficamente, experimentando con la pomposa vanidad de diferentes sujetas de estudio, sobre el uso que hacen las mujeres de sus atributos divinos para empoderarse. Como él mismo reflexiona en el ensayo sociológico, existe esa creencia canónica en que los hombres se quedan prendados por el físico y en cambio ellas se vuelven locas por la inteligencia de ellos.
Me acuerdo cuando Olmos cuenta la seducción desintencionada y asexuada a la que le somete una chica llamada Lucía, que al recibir la confesión del escritor de que todavía no está preparado para mantener relaciones esporádicas sin sentimiento, ella le tienta con el instinto básico de cruzar penetrantemente su mirada mientras da un sorbo a su bebida; el autor se sentía indefenso, desafiado, pese a que ella había rechazado todo intento de armisticio erótico el rechazo había puesto en evidencia sus falsas armas de mujer. Un día tomando un café con una chica, no vislumbro exactamente en qué contexto, se empoderó sexualmente afirmando que podría acostarse con cualquier hombre de todos los que estaban en la sala.
Tía buena es una guía del laberinto de Venus del que muchas mujeres buscan la salida a un empoderamiento efímero que nunca terminan de alcanzar; insaciable y vacío no logran sentirse libres porque su poder aspira a mucho más que a poder salir de casa sin que les llamen zorras.