El autor publica No te veré morir, una novela a dos tiempos sobre los sueños como alternativa de la memoria que no se ha podido construir
VALÈNCIA. Una historia a dos tiempos, en dos espacios y un lugar etéreo que resiste las dos dimensiones anteriores: los sueños. Antonio Muñoz Molina vuelve a las librerías con No te veré morir, una novela breve sobre dos amantes separados en los tiempos de la dictadura y reencontrados medio siglo después, con los intereses y los reproches por las nubes. El escritor, que presentó el libro en València, también sacó tiempo para contestar las preguntas de Culturplaza.
-¿Este libro es la historia de Gabriel y de Adriana? ¿O la de Gabriel y Máiquez? ¿O, si lo complejizamos más, a lo mejor, es la Adriana y la de la hija de Máiquez?
-Yo creo que dentro de una novela tienen que haber otras novelas que podían contarse pero que no lo han hecho. Que están ahí insinuadas, sugeridas. Por ejemplo, imagínate la historia de Máiquez, con su pasado y esa hija a la que no ve. A mí lo que me gustaba era que todas las novelas estuvieran presentes pero sin ser exploradas.
Iba dándome cuenta de todo ello conforme lo iba haciendo. Ahora se lleva mucho lo de planificar toda la historia. Para mí es como una obra de cámara en la que se insinúan cosas y se dejan ahí. A veces yo tiendo a hacer sinfonías. Muchas veces quiero hacer novelas lo más cortas que pueda ser, pero luego engordan.
-Te quería preguntar precisamente por la presencia de la música, ¿de qué manera esa interdisciplinariedad habla de cómo compones tú tu literatura?
-La novela, como arte, tiene mucho de composición musical. Al fin y al cabo, está haciendo como la música: está organizando el tiempo. En este caso, además, era de una manera más intensa todavía. No solo porque la música está explícitamente, sino porque participa de algún modo de la invención. Cuando tú ves las partes en las que está dividida la novela, funcionan de algún modo como movimientos porque cada parte está cerrada sobre sí misma, cada parte tiene su propio tono, y muchas veces hasta su propia voz narrativa.
A mí eso me gusta mucho cuando estoy leyendo una novela y noto la diferencia, que haya texturas diferentes dentro de la misma novela. A veces una novela es una sola y está bien, eh, pero a mí eso me atrae mucho.
Y aquí, claro, está el juego de los puntos de vista. La primera parte es muy concentrada en una conciencia. Y cuando termina, pasa otra cosa. Y el lector llega y se pregunta “¿esto qué es ahora? ¿este que habla quién es?”. Aparece una voz ahí que cuenta y que enriquece mucho la perspectiva.
Máikez en principio era simplemente el interlocutor que sin darse cuenta desencadena el encuentro. Cuando empecé la segunda parte, era una voz más genérica. A través de él, contaba experiencias que he vivido yo con pequeñas modificaciones. El material eran mis recuerdos de llegar por primera vez a Virginia el año 93 y recién divorciado. Pero llegó un momento en que esa experiencia personal quedó desplazada y apareció otra. Eso le dio entidad, ya no era un asunto mío, afortunadamente. Era otro con su propia consistencia. Fue un proceso muy bonito, muy pasional.
-¿Y cómo crees que ese proceso de alguna manera llega al lector? ¿Tenías presente qué podía generar al lector ese cambio de tono en una novela tan breve?
-Sí, yo de manera inconsciente pienso en el lector. Pienso en cómo va a funcionar narrativamente la historia, cómo organizar el tiempo y la información… Ver qué sabe el lector en cada momento. Eso es muy importante tenerlo en la cabeza.
Tienes que ponerte en el punto de vista de quien no sabe nada. Yo cuando era profesor en Nueva York, una cosa que siempre decía es que hay que pensar, no en lo que tú sabes de la historia (porque tú sabes mucho), sino en lo que sabe el que la lee. Lo que tú tengas en tu cabeza no cuenta. Lo que cuenta es lo que hay escrito.
-¿En qué manera el espacio en el que se van viviendo los personajes (Estados Unidos y España) determina la propia escritura de las escenas?
-Es un sistema de contrapunto permanente. Estados Unidos—Madrid, presente—pasado… ¡Son mundos tan distintos! El mundo español que se describe es un mundo bastante restringido, hasta socialmente; el mundo americano es la desmesura, la sensación que tienes cuando llegas allí y que es una cosa tan sorprendente para quien llega de casi toda Europa.
-El sueño como contrapunto de la memoria. Cuando no hay oportunidad de generar una memoria compartida, lo que queda es el sueño de cada uno y cada una.
-Sí, absolutamente. El sueño como contrapartida también a la memoria consciente. Frente a la infidelidad o la inexactitud de la memoria consciente, de pronto ese poder asombroso y rarísimo que tienen los sueños a veces de traer a nuestra presencia al que no está. El que no está desde hace mucho tiempo. Es una cosa tan extraordinaria…
Los sueños muchas veces han quedado muy colonizados por el psicoanálisis, por la teoría de que pueden haber claves interpretativa universales, algo que es falso —la clave interpretativa de cada sueño la tiene en exclusiva el que la ha soñado. A mí eso me resulta muy misterioso, el hecho de que cosas que la memoria consciente no puede recuperar de pronto estén intactas en el sueño.
Yo creo que de los sueños viene la idea del otro mundo, la idea de que hay una vida después de la muerte, la idea del regreso de los muertos.
-Por tanto, el sueño como una suerte para poder evocar a quien has perdido y también como desgracia de estar recordándote lo que has perdido.
-Hay un poema de Antonio Machado extraordinario que dice “De toda memoria, solo vale el don preclaro de evocar los sueños”. En la novela existe esta paradoja: el amor de este hombre se ha cumplido, no en la realidad, sino en sus sueños. Sueña con la mujer, pero ella no participa del sueño, ha estado en su mundo. Por eso también es importante presentar el mundo de ella con su propia voz y punto de vista.
-¿El reproche es la reacción natural en el reencuentro que tu escribes?
-Sobre todo por el contraste entre lo que él dice que siente o sentía y su comportamiento, que yo creo que es una cosa muy masculina. La capacidad masculina de representarse algo y creer que es la verdad. Ella, sin embargo, no ha tenido más remedio que ser realista porque no le ha quedado otra oportunidad. Él se ha ido y sueña con ella; ella simplemente tuvo que apechugar.
-En la contraportada se dice que uno de los temas de la novela es la obstinación del amor. ¿Cómo es el amor entre estos dos personajes?
-Ellos vivieron, muy de jóvenes, algo que es muy difícil de olvidar: una identificación absoluta.
Estamos solos casi siempre ver de pronto que hay una resonancia de lo que tú sientes o lo que te gusta en otra persona. Es un misterio permanente la claridad donde te reconoces. Cuando eso se ha vivido, si se mantiene, es estupendo; si se pierde, es muy difícil de olvidar. Eso no quiere decir que pase una sola vez la vida, ni que sea el primer amor. También puede ser la amistad.
-Leyendo entrevistas que te hacen, me sorprende que los periodistas siempre acabamos preguntándote por temas de actualidad, a veces de manera totalmente descontextualizada. ¿Cómo es para un escritor también tener que contestar sobre casi todo lo que está ocurriendo en ese momento, como si fuera el director de un periódico?
-El caso más triste y más tedioso es cuando el entrevistador no tiene mucho interés por el libro y quiere llegar cuanto antes al titular, a la política. Eso tú lo ves enseguida… Y depende cómo tengas el cuerpo.
Yo creo que es muy importante que nosotros, los que nos dedicamos a esto, defendamos la soberanía de nuestro trabajo. Esto que hacemos no un ensayo ni un manifiesto sobre nada. Es una novela y tiene sus propias reglas específicas. Es ficción.
Ahora muchas veces también se habla de las novelas desde su supuesto mensaje. Las novelas tienen muchas veces esa cosa militante y muchas veces ves que los personajes son portavoces de ideologías. Y a mí una cosa que me importa mucho es resaltar que esto es una invención, una construcción formal.
Por otra parte, de política se habla en todas partes. La literatura (leerla, ni tan solo escribirla) también me sirve para escapar de la obligación de la actualidad. Tenemos que escapar de eso igual que te escapas a una playa. Me gusta leer periódico y estoy tan al día como cualquiera, pero para mí es muy importante escaparme y esconderme.