Para que vean si tengo vocación para esto de escribir, me he tenido que venir a un bar a mendigar WiFi para poder mandarles mi columna y, mientras les doy a las teclas, en la pantalla de la imprescindible tele algún torero da capotazos y los clientes piden sus cañas de aperitivo con los pinchos correspondientes. Prefiero concentrarme en mi pantalla y ni mirar los callos, que me distraen.
Es increíble ver cómo podemos encontrarnos al borde de un verdadero cataclismo y a la vez estar tan ajenos a ello, como lo estaban los pobres indonesios el día antes del tsunami de 2004. No es que yo sea una ceniza, sino que los datos que estamos recibiendo apuntan en esta dirección. La nueva directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, advirtió en su primer discurso al frente de esta institución que va a haber una desaceleración económica generalizada en el 90% de los países del mundo. Y achacó este problema, entre otros factores, a la guerra comercial entre Estados Unidos y China, de una parte, y al impacto del Brexit, de otra. Con lo que nos había costado salir de la recesión anterior, de la que aún nos estamos de recuperar, y ya parece que estamos entrando en la siguiente. Es desmoralizador.
Dado que entre los dos gigantes económicos mundiales, EEUU y China, hay disputas comerciales, lo ideal sería que la Unión Europea se pudiera erigir ahora como árbitro y bastión de la racionalidad. Pero esto no es factible, porque a los europeos se nos fue hace mucho el oremus, cuando un tal David Cameron se quiso hacer el estupendo y abrió la caja de Pandora de un referéndum en su país, Reino Unido, que jamás debería haber tenido lugar. Fue un juego perverso y de efectos perniciosos a largo plazo. Tras Theresa May, que pasó de estar en contra del Brexit a liderar la defensa acérrima del mismo, el actual primer ministro, Boris Johnson, parece un integrista capaz de inmolarse y con él a su país. De todas formas, los británicos ya entraron en plan señorito en la UE, con un estatus diferente al de todo el mundo, y rechazaron integrarse en la unión monetaria. Me temo que no han dejado de sentirse la gran potencia que fueron y de vernos a los demás como “resto del mundo”, tal y como apuntaban los carteles de las aduanas de sus aeropuertos. Lo cierto es que cuando entramos en el club de la UE nadie nos relató las consecuencias que conllevaría que alguno de los socios quisiera dejar de pertenecer al mismo, aunque tal vez los padres de la criatura ni lo habían pensado.
No sé si alguien con mínimas nociones de economía mundial pueda defender la conveniencia de un Brexit duro, como el que tendrá lugar el próximo 31 de octubre, si un milagro no lo remedia antes. Puede suponer una factura enorme para la economía británica, pero también para los exportadores de otros países y, entre ellos, para numerosas empresas españolas, como las de cítricos valencianos. En Reino Unido hay muchas voces en contra, que apuestan por la necesidad de un debate de emergencia para tratar de impedir la fatídica ruptura. Pero, si al final ocurre, va a ser un verdadero caos y un retroceso sin paliativos, de cuyas consecuencias no se librará ningún país de nuestro entorno.
Casi la mitad de los más de 200.000 británicos censados en España lo está en la Comunidad Valenciana. El Brexit duro puede suponer un gran varapalo para el sector turístico de nuestra Comunidad, que se nutre en buena medida de los turistas británicos, dado que es más que probable que la capacidad adquisitiva de los mismos caiga junto con su moneda, que ya ha empezado a depreciarse frente al Euro. Me pregunto qué va a ocurrir con los ciudadanos británicos, especialmente las personas mayores, que es posible que no puedan seguir siendo atendidos desde el punto de vista sanitario en nuestro país. También pienso en la caída de solicitudes que presentará la Oficina Europea de la Propiedad Intelectual, así como en los funcionarios y trabajadores británicos que tendrán que salir de la misma, si se culmina la ruptura sin acuerdo.
No parece que estemos muy preocupados por lo que puede llegar a ser esta debacle, en caso de que finalmente el 31 de octubre se culmine la salida sin acuerdo del Reino Unido de la UE. Y además nos pilla en plena campaña electoral, con los políticos sin pisar el suelo y pensando nada más que en los votos. No se me ocurre una coincidencia peor.