En el ecosistema industrial productivo se tiende a asociar la innovación per se con la apuesta tecnológica que realizan las empresas para mejorar sus procesos y sus productos. Y sinceramente, no van muy desencaminados.

La cuestión importante aparece cuando queremos intersectar esa apuesta de la innovación (que nuestro entorno de competencia nos viene exigiendo cada vez más) con nuestra voluntad de ser empresas sostenibles (como nos exige la sociedad).

Ahí es donde nace el concepto de la innovación sostenible.

La verdadera innovación en esta intersección entre apuesta tecnológica y compromiso medioambiental reside en tres grandes pilares que dependen, fundamentalmente, de contar en nuestras organizaciones con personas formadas para ejecutarlas.

Primero, debemos cambiar la mentalidad del “hacer” al “pensar antes de hacer”.  Hasta hace poco, formábamos a los técnicos para que supieran fabricar una pieza perfecta. Hoy eso ya no basta ni para nuestras empresas ni para nuestros potenciales clientes/usuarios/consumidores.

La gran oportunidad está en incorporar el enfoque de un ecodiseño real (y realista, me atrevería a puntualizar). 

En el ámbito del que provengo y al que sirvo desde Aimplas, el sector del plástico, tenemos el deber de formar a profesionales que, antes de pensar en el proceso productivo en sí que dará lugar al producto final, sepan predecir qué pasará con ese producto dentro de diez años. Ya no se trata solo de inyectar, extruir o termoconformar plástico (por ejemplo) sino de diseñar el final de su vida útil desde la misma concepción inicial del producto. La formación aquí es la herramienta que nos permitirá pasar de solo aprender a gestionar residuos a predecir y evitar que se generen.

En segundo lugar, una vez ya hemos cruzado el Rubicón del proceso de diseño y la fabricación de nuestro producto, nos debemos volver apoyar de nuevo en la tecnología para que el futuro reciclaje de nuestro producto sea factible, rentable y genere un residuo de calidad que pueda ser de nuevo reintroducido en la cadena. Es la base de la renombrada economía circular.

Y aquí es donde la innovación viene cogida de otro concepto “muy de moda”, la digitalización. En nuestro sector, en nuestras fábricas saben que utilizar plástico virgen, de productos derivados del petróleo, es relativamente fácil porque su comportamiento durante el procesado es predecible.

Pero otro cantar es trabajar con plástico reciclado, que constituye un reto para el personal técnico de planta dado que su comportamiento es lo más parecido a un material “vivo”, imperfecto en su presentación y variable en su performance. La oportunidad de innovación para nuestras empresas y especialistas está en usar sensores e Inteligencia Artificial para que las máquinas se ajusten solas a esas imperfecciones y variaciones durante el proceso productivo.

Pero, ¿de qué nos sirven una máquina inteligente si la persona no sabe interpretar lo que le dice? Ahí es cuando aparece la necesidad de contar y formar a auténticos “traductores” tecnológicos, es decir, personas capaces de conseguir un buen producto teniendo en cuenta la variabilidad del residuo y la precisión y adecuación del resultado obtenido a la necesidad que la aplicación o sector nos exija en cada caso.

Y finalmente, como tercer pilar importante estaría la auténtica “alquímia” que implica generar un reciclado de calidad y “nuevo”. En este punto es donde estamos en una auténtica revolución y transformación en nuestro sector

Esto supone que debemos descomponer plásticos complejos a nivel químico para devolverlos a su estado original y poder conseguir una materia prima original de partida. Por ejemplo, y adaptado al sector del packaging alimentario, nos abre la puerta a reciclar lo que antes era imposible, como los envases multicapa de los alimentos. Es decir, no tendríamos por qué renunciar para siempre a los avances técnicos que han supuesto los envases multicapa, desde el punto de vista de conservación de los alimentos si la tecnología nos llega a ofrecer un proceso de reciclado factible y viable.

Pero para poder operar en estos tres ámbitos descritos de la sostenibilidad; el ecodiseño, el creciente uso del reciclado y la generación de nuevos plásticos a partir de residuos, precisamos que el personal técnico en las empresas del sector cuente con la formación científico-técnica adecuada. En este sentido, iniciativas como las dos cátedras impulsadas por Aimplas —la Cátedra Aimplas-UPV y la Cátedra Aimplas-UV— son ejemplos concretos de cómo se articula esta formación especializada. Estas cátedras no solo acercan la realidad industrial a las aulas, sino que también fomentan la investigación aplicada y la transferencia de conocimiento, creando un puente directo entre universidad y empresa para preparar a los profesionales que liderarán la innovación sostenible en el sector del plástico.

El sector del plástico de la Comunidad Valenciana, que se encuentra en el pódium de esta industria a nivel nacional, está en una posición privilegiada para convertirse en un hub de conocimiento donde formemos adecuadamente a especialistas que dominen estas disciplinas técnicas que nos llevarán a innovar de forma sostenible tanto nuestros procesos productivos como nuestros productos finales.

En resumen, la tecnología pone las herramientas y la sostenibilidad marca el objetivo, pero la formación es el puente que acaba uniendo ambas orillas. Sin talento cualificado que sepa manejar estas innovaciones, la tecnología más avanzada del mundo no será más que un mueble caro.

Nuestra misión y el reto, que no solo compete a centros como Aimplas, sino que es una responsabilidad compartida con las empresas y las administraciones, es asegurar que el capital humano que mueve nuestras empresas esté a la altura del desafío tecnológico que se nos presenta en estos momentos.

Serafín García es responsable de Formación de Aimplas