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y así, sin más

Ser uno mismo, Isabel Allende y perder la paciencia

ALICANTE. “Es que ese es de la acera de enfrente”, dijo un señor en una comida que fui un poco de rebote. En pleno siglo veintiuno. No era de mi círculo, pero todos los que sí que lo eran esperaban que saltara como prende una colilla una bolsa de basura. Pero los años me han confirmado que hay mentes tan simples –que no sencillas, adoro la sencillez– que no merecen la pena y la pérdida de tiempo con ellas es algo que no voy a invertir. Otro me dijo que era un fiel defensor de los derechos del colectivo LGTBIQ+ por llevar un móvil con la funda de color violeta. No le dije nada. Una noche de fiesta, un tío me dijo que le diera un beso y así todas las mujeres del local querrían acercarse a él. Tres personas de diferentes edades se reunían en lo mismo: la intolerancia. Un saludo a todos desde aquí.

Ya no tengo paciencia para algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante, sino simplemente porque he llegado a un punto de mi vida en el que no me apetece perder más tiempo con aquello que me desagrada o hiere. No tengo paciencia para el cinismo, envidias, críticas malintencionadas y exigencias de cualquier naturaleza. He perdido la voluntad de agradar a quién no lo hago, de amar a quién no me ama y de sonreír para quién no quiere sonreírme.

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