Un leitmotiv recorre el fantasmagórico rastro con olor a una guerra de nostalgia que ha dejado tras de sí la Dana: "No es momento de pedir responsabilidades". Esa permuta o eximente es engañosa, más que falaz es un síntoma del síndrome de Estocolmo que sufre parte de la ciudadanía hacia nuestra clase política. Interesados que parecen conformarse con que intenten solucionar los problemas aquellos que no han conseguido evitarlos o los han provocado. Porque sí, la matanza de la semana pasada, como titula el periódico francés Liberation, era evitable.
Permítanme que dude de las capacidades resolutivas de aquellos que no han sido capaces de hacer aquello que dijo Reagan que debe hacer un político: proteger a los ciudadanos. Se me parte el alma de pensar en la cantidad de personas que no habrían muerto si los dirigentes hubiesen hecho su trabajo. De haber hecho las cosas bien (tiene gracia que el PP hace unos años usó ese gancho como eslogan electoral) ahora muchos estarían vivos y Paiporta y los pueblos aledaños no olerían a una mezcla de plástico y putrefacción que evoca a los peores escenarios bélicos. Estaban acostumbrados a que su mala gestión subiese o bajase unos porcentajes, hiciese que un tren llegase más o menos tarde o que los servicios públicos se saturasen, ahora su inoperancia no nos ha costado tiempo y dinero sino la vida.
Es muy grave. Carlos Mazón debe dimitir por incompetencia y negligencia. Pedro Sánchez debe hacerlo simplemente por no haber estado a la altura, por quedarse en un mero contraluz de esa sombra del hombre de Estado que proyectaba ser. El domingo vimos a los reyes más afectados en una hora que al presidente de la Generalitat y al del gobierno en casi una semana. Mientras Felipe VI paseaba con endereza y con el rostro responsal, Pedro Sánchez parecía desprender una jovialidad pasmosa. Ante las primeras víctimas, cuando los pueblos valencianos empezaban a rendir homenaje a sus primeros caídos, Mazón comparecía con una frialdad esquizoide seguido de una Nuria Montes que manifestaba nula empatía con los familiares de las víctimas. Estamos gobernados por reptilianos psicopáticos curtidos en la aritmética del poder, entrenados en las artes sin escrúpulos, incapaces de sentir compasión por el prójimo. Han tenido que venir los monarcas para que un líder institucional derrame una lágrima sobre el camposanto accidental. Vimos emocionarse al entrenador de Osasuna, Vicente Moreno, al recordar a las víctimas de la Dana y no hemos sentido el dolor de nuestros dirigentes. Ha faltado humanidad y ha sobrado testosterona.