Las entrañables Fiestas Navideñas están de nuevo aquí. Durante todo el año estamos deseando que lleguen para celebrarlas en paz y armonía con nuestros familiares y amigos. No hay nada mejor que congregarnos alrededor de una mesa para degustar un delicioso menú en Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y, como culminación de estas reuniones, comernos el Roscón de Reyes ¡Hay “iron men/girls” que no han sido capaces de superar esta exigente prueba!
La Navidad es un emocionante ritual que se repite año tras año prácticamente en los mismos términos. Disfrutamos decorando nuestras casas, montando los belenes, asistiendo a los conciertos navideños, poniendo el árbol de Navidad, preparando la bandeja de dulces, los regalos, la Cabalgata de los Reyes Magos... Toda una maratón de reuniones, idas y venidas, comidas y gastos.
Sin embargo, estaremos de acuerdo en que la tradición que supone el pistoletazo de salida de la Navidad, a pesar de que se pudiera pensar que es el encendido de las polémicas luces navideñas, es el Sorteo de la Lotería de Navidad. El mayor sorteo de lotería del mundo se ha convertido en una tradición que nunca falta a la cita, y que suscita la máxima ilusión. Es todo un ritual milimétricamente diseñado que se repite anualmente: el anuncio televisivo de la Lotería, la retransmisión de la instalación de los bombos y sus bolas, las radios y televisiones emitiendo el sorteo, la reunión de frikis en el Teatro Real, el sainete chillón de los Niños del Colegio de San Ildefonso, y, el éxtasis, el anunció de que ha salido el Gordo.
Parece que el país se para. Pero su importancia no solo radica en su repercusión económica. Es una costumbre social de la que prácticamente todo el mundo participa y es difícil evadirse. Es el sorteo que cuenta con una mayor participación de la población, un 73,7% en 2018. No podemos dejar de comprar y compartir décimos y papeletas por “envidia preventiva”, el riesgo de que les toque a los amigos y, encima, enterarse.
Y, cómo no, el verdadero placer no es que nos haya tocado, sino contar y difundir a los cuatro vientos que nos ha tocado. Por ese motivo, también es un ritual disfrutar, aunque no nos haya tocado a nosotros, con la explosión de alegría, celebraciones y brindis con que los telediarios nos obsequian el día del sorteo y los siguientes.