ALICANTE. “Todo individuo tiene derecho a la vida, la libertad y la seguridad”, según reza el tercer punto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. “Toda persona tiene derecho a la libre circulación y a elegir libremente su residencia”, ahonda el apartado trece de una ‘carta’ que, para Lluís Massià, a la vista del comportamiento de las altas instituciones, parece estar escrita en papel mojado. El drama que viven los protagonistas de las diferentes crisis migratorias, con el pasotismo e indiferencia de quienes se sienten en el lado bueno de la historia, atormenta la conciencia del artista y le llena de impotencia. Un sentimiento que ha transformado en algo más que un homenaje con su obra Refusés (2016-2019), donde plasma esos derechos que deberían ser universales pero que, sin embargo, son ignorados.
En la orilla rica solo se alza la voz cuando resulta excesivamente molesto o incómodo el goteo de personas que consiguen tocar tierra y seguir elevando las cifras del contador. En la orilla pobre, cada día, centenares de seres humanos deciden jugarse la vida porque nada puede ser peor que lo que dejan atrás. En medio, un mar Mediterráneo, sin contador con el que escandalizar, que actúa como tragadera infinita de una sociedad occidental que parece haber desarrollado su progreso de la mano de la insensibilidad. Algunas vidas parecen valer más que otras, todavía no se sabe bien por qué, y son rechazadas con demasiadas connivencias.