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del derecho y del revés

Pompa y circunstancia

  • Isabel II / Foto: Victoria Jones/PA Wire/DPA

No hay nadie como los británicos para el boato, y el fallecimiento de la reina Isabel II de Inglaterra es una ocasión única para verlo en todo su esplendor. Les han sacudido la naftalina a todos los trajes de ceremonia, gorros, togas, casacas y han pulido los sables y hasta el último botón de las guerreras, pues el momento lo merece. Noventa y seis salvas disparadas en su honor, una por cada año de vida de la monarca fallecida y millones de ramos depositados no solo en Buckingham Palace, sino en cada oficina consular de su país. Las televisiones dando el tostón -vuelta ciclista aparte, que es un peñazo de marca mayor- a vueltas con la muerte y automática santificación de la difunta. Que ya sabemos que todo el mundo pasa a ser buenísimo cuando se muere. Y Ayuso dando el cante con una absurda declaración de luto oficial de tres días en Madrid.

El operativo estaba preparado para poder montar una gran performance, de alcance mundial, que hiciera palidecer a cualquier superproducción hollywoodiense. No es lo mismo ver a un actor haciendo de rey, que a un rey en plena actuación; dónde va a ir a parar. En su afán de estirar el chicle de la defunción de una mujer que ha sido clave en la política y la vida del siglo XX, especialmente por su longevidad y por las personas con las que se ha codeado desde su puesto preeminente -especialmente el gran estadista Winston Churchill y su gran dolor de cabeza, Diana de Gales-, van a tener los restos mortales de un lado para otro durante varios días, hasta la que será su morada definitiva. Eso no me parece de tan buen gusto, a decir verdad. Descanse en paz.

No deja de sorprender tanta fiebre monárquica desatada sin rubor alguno, en pleno siglo XXI y cuando todo esto de las monarquías resulta claramente anacrónico. Sin embargo, la propia rigidez de la institución, a la que la reina Isabel II encarnaba como nadie, el hecho de que su pueblo la llore con lágrimas de verdad y que muchos digan que con su muerte han perdido una madre, me hace pensar en lo mitómanos que somos los seres humanos. Es cierto que ha sido una reina profesional, con un profundo sentido del deber, que supo estar siempre a la altura del cargo que desempeñaba, lo que por desgracia no se puede decir de todos los reyes, actuales o dimitidos, a pesar de la vidorra que desde nuestra normalidad intuimos que se pegan los de la “sangre azul”. Hasta eso, que se considere que una persona tiene más categoría que los demás por simple derecho hereditario y que, por tanto, es acreedora de una corona que le otorga determinados beneficios sobre los demás, a los que identifica como “su pueblo”, es un sinsentido en el momento histórico en que nos encontramos.

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