Entrevista

Plaza inmobiliaria

JORGE DIONI, ENSAYISTA SOBRE EL URBANISMO Y SU INFLUENCIA

"El turismo funciona como cabeza de turco; el problema de la vivienda es que es una inversión tan rentable"

  • Jorge Dioni en Alicante..
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ALICANTE.- Jorge Dioni López (Benavente, Zamora, 1974) es periodista, escritor y docente, conocido por su aguda reflexión sobre el urbanismo y su influencia en la vida cotidiana, la política y la estructura social. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha desarrollado una trayectoria profesional diversa que abarca medios de comunicación, comunicación institucional y formación literaria. Ha trabajado en redacciones como Sport, Marca, Metro, Vanity Fair, GQ, El Estado Mental, La Marea y El País, además de colaborar en espacios radiofónicos como Cadena SER, RNE y Ràdio Gràcia. También ha ejercido como responsable de comunicación en empresas como Alcatel-Lucent y la Asociación de Clubes de Baloncesto. Desde 2006, imparte talleres de lectura y escritura en la Escuela de Escritores, donde ha formado a generaciones de narradores y ensayistas. Su salto al ensayo político y social se consolidó con la publicación de La España de las piscinas (2021), un análisis sobre cómo el diseño de los nuevos barrios residenciales ha transformado las relaciones sociales y el comportamiento electoral en España. El libro fue reconocido como Libro del Año por el Gremio de Librerías de Madrid. En 2023 publicó El malestar de las ciudades, donde profundiza en las tensiones urbanas provocadas por la especulación inmobiliaria, la falta de equipamientos públicos y la conversión de la ciudad en producto. El sábado estuvo en Alicante para dar una conferencia a cargos del PSOE. Plaza mantuvo una conversación con él sobre el desarrollo urbanismo y sus derivadas actuales.

—¿Qué es lo que has trasladado a los militantes socialistas de Alicante?

—Mi objetivo ha sido trasladar las consecuencias de las políticas; es decir, cosas como que diseñar un barrio no consiste solo en construir viviendas, sino en pensar cómo vivirán esas personas: si usarán el coche o no, qué espacios de ocio tendrán... Una serie de condicionantes que marcarán su vida futura. El hábito genera vivencia, y la vivencia crea una visión del mundo. Entonces, más allá de diseñar un barrio, si haces uno que solo es recorrible en coche, ya estás marcando cómo será la vida de esas personas. Si son lugares sin locales a pie de calle, también estás condicionando su relación con la compra. Es decir, todas esas pequeñas acciones cotidianas acaban configurando una visión del mundo. Esa es mi idea: que el urbanismo crea una visión del mundo. No genera una adhesión a un partido político, pero sí una forma de ver la vida.

—Cuando expones eso, ¿es porque hay muchas visiones sobre lo que es o debe ser un barrio?

—Sí, claro. Pongo un ejemplo: la importación desde Estados Unidos de grandes barrios de casas unifamiliares condiciona la visión del mundo. Son barrios muy homogéneos, con una población similar, que se recorren en coche y donde el contacto con el otro es escaso. Todo eso configura una visión del mundo. Y si en un nuevo desarrollo los equipamientos públicos tardan en llegar, lo que estás comunicando a la gente —aunque sea de forma sutil— es: “búscate la vida”. Tienes que competir con los demás por la mejor solución. Es algo que nuestra sociedad nos transmite de muchas maneras: la idea de la competencia, de buscar las mejores soluciones. Y sí, eso es una visión del mundo y de la vida.

—¿Hay ejemplos donde esas diferencias entre barrios más homogéneos o más heterogéneos se estén dando con claridad?

—Sí. Una cuestión clave es la existencia de equipamientos y espacios comunitarios de reunión entre gente diversa. He estado en el País Vasco y allí es raro encontrar a alguien que no pertenezca a algún tipo de asociación: culturales, musicales, excursionistas, de comerciantes... Se facilita la creación de ese tejido asociativo, que puede ser de distintos tipos, pero que genera comunidad. Por eso el único partido democristiano que queda en el Estado está en el País Vasco.

  • Jorge Dioni, en la sede provincial del PSPV de Alicante. -

—Hablas de ese modelo social del País Vasco, pero quizás sea muy diferente al de, por ejemplo, Madrid o el sur de España...

—Lo que pasa es que el País Vasco posiblemente sea una excepción. En Madrid, en los últimos 20 o 25 años, se ha producido una fuerte operación urbanística con nuevos desarrollos donde no hay equipamientos públicos. Siempre llegan antes los centros educativos privados o concertados, y los hospitales de gestión público-privada. Hay zonas como Parla, Vallecas o Arganda del Rey que eran importantes para los resultados electorales, y esto ha configurado una hegemonía basada en construir cuanto antes.

—Estás hablando de un modelo ideológico, como el que citas de Madrid, pero en otros sitios quizás no llegan esos equipamientos públicos por falta de financiación...

—Financiación siempre hay. Si estamos pagando impuestos, financiación hay.

—Entonces, ¿el problema es que no se redistribuye como debería?

—Eso es algo que también suelo trasladar en estas charlas. No es una cuestión de mala gestión. Lo que ocurre es que pensamos que hay un único modelo, y no: hay varios. Hay modelos en los que el equipamiento es privado, y no pasa nada. Lo que hay son facilidades para acceder a esos equipamientos privados. Por ejemplo, las zonas únicas escolares: tú puedes elegir el colegio que quieras, no hay puntos por proximidad. Yo no te construyo el colegio, pero te facilito que te desplaces.

—Te hacía la pregunta porque, en el caso de la Comunitat Valenciana, su alto endeudamiento dificulta las inversiones. Quizás el dinero destinado a espacios públicos no es el que debería...

—A ver, en su momento, cuando se desarrolló el cinturón naranja o los PAU de Alicante, era una época de bonanza. Entonces sí se podían hacer esas inversiones.

—Entonces, ¿el promotor de esos planes urbanísticos debería contribuir más a los equipamientos públicos?

—Creo que sí. Bueno, yo creo que sí. La clave es preguntarse: ¿qué estamos haciendo? ¿Estamos construyendo pisos o estamos creando un espacio para vivir? Si solo haces pisos, estás creando un producto comercializable, y ya está. No pasa nada. Pero si como administración pública consideras que no solo se deben hacer pisos, sino un barrio —es decir, vas a crear un nuevo barrio de tu ciudad—, entonces el promotor debe tener una mayor implicación. Hay promotores con más implicación, pero son casos muy excepcionales. Por ejemplo, en un PAU de Madrid, en Valdebebas, el presidente de la Junta de Compensación actúa como una especie de presidente de la comunidad de vecinos. No se trata solo de una visión ideológica: puede extenderse. En el País Vasco es bastante habitual: prácticas de escucha, de colaboración, con una administración más o menos presente. Hay una idea de construir una sociedad más estable.

  • Jorge Dioni, en la sede provincial del PSPV de Alicante. -

—¿Crees que a esos promotores habría que obligarles a urbanizar pensando en el bien común, y no se hace?

—(ríe) Ojalá. Pero vamos, si ya hay problemas para que los desarrollos se lleven adelante sin todo eso, no me quiero ni imaginar si encima hay obligación de construir equipamientos públicos. Hay cosas que se planificaron hace 20 o 30 años y aún no se han desarrollado del todo. ¿Qué pasa entonces?

—Entonces, ¿consideras que la visión del urbanismo es clave para el desarrollo de una ciudad y su futura convivencia?

—Sí, claro. Es fundamental, desde las ciudades grandes hasta las pequeñas. Imaginemos una ciudad pequeña en la que se desarrollan dos o tres grandes urbanizaciones, y la gente que vivía en el centro se va a vivir fuera. El centro se queda vacío, y se produce una sensación de desolación. Es decir, cuando estás planificando la ciudad, no solo estás creando un producto, estás condicionando la vida futura de esas personas.

—¿Qué impacto crees que tiene ahora en el precio de la vivienda el auge de los apartamentos turísticos, dentro de ese modelo que debería ser de integración y que está expulsando ciudadanos?

—Creo que el turismo funciona bastante bien como cabeza de turco. Hay varios actores y elementos que hacen subir el precio de la vivienda y que cambian el aspecto de una ciudad como Alicante. Vamos a fijarnos en Alicante. Por un lado, hay inversores, grandes fondos de inversión —más o menos internacionales— que van comprando. ¿Por qué? Porque el inmobiliario es un buen depósito de valor. Alicante es una gran ciudad, no están invirtiendo en una urbanización perdida, sino en una ciudad con mar, con potencial. Si compro un edificio cerca del mercado, por ejemplo, ese edificio es un buen depósito de valor. Después están las grandes fortunas. Gente con dinero que compra. Pueden ser grandes o pequeñas fortunas: pensemos en ingleses, neerlandeses, daneses que se han jubilado o tienen dinero para invertir y vienen a Benitatxell de vacaciones y se compran dos apartamentos. Luego está el nómada digital, el expatriado. Un trabajador —consultor, abogado, publicista, diseñador— que dice: “Esto que estoy haciendo en Oslo, lo hago en Alicante en invierno. Aquí se come mejor, la gente es más maja, hay playa.” Estos tres agentes miran hacia arriba, hacia algo que parece inalcanzable. Y luego están los de abajo. Abajo está el turista, que pasa una semana en la ciudad. Y el migrante, que sirve al turista, al del spa, a la clase media-alta, por decirlo así. Normalmente, la mirada se dirige hacia abajo, no hacia arriba. Pero cuando son muchos los actores que presionan el precio de la vivienda —no solo el turista—, la situación se complica. Sí, el precio de la vivienda lleva subiendo en Europa desde hace bastantes años. Y entre los países donde más ha aumentado están los bálticos y Hungría. Por eso invito a pensar que los apartamentos turísticos son solo una parte del problema. El turismo es lo más visible, lo que mejor funciona como cabeza de turco, pero quizá no sea el verdadero problema. El problema es que el mercado inmobiliario sea una inversión tan rentable.

  • Jorge Dioni, en la sede provincial del PSPV de Alicante. -

—El pequeño comercio también sufre esta presión. Muchos están cerrando o siendo desplazados...

—Claro, claro. A ver, el pequeño comercio... Cuando la ciudad se convierte en un producto, se produce una división social muy fuerte entre quienes son accionistas de ese producto —los propietarios, quienes tienen bienes inmobiliarios— y quienes no los tienen. Entonces, cuando el pequeño comercio no es propietario del local, acaba siendo desplazado. ¿Para qué va a haber aquí una ferretería? ¿Para qué un bar de toda la vida? Incluso los bares se convierten en cadenas. La ferretería, la tintorería, la zapatería… todo eso desaparece para dar lugar a tiendas de souvenirs, tiendas de “patitos”, cosas para turistas. El pequeño comercio sufre. Y esto también desplaza a la gente que vive allí, porque llega un momento en que hay tanta gente en la calle que deja de ser agradable vivir. No puedes comprar cosas normales para el día a día. Por ejemplo: se me cae un botón… ¿dónde lo compro? No hay tiendas para eso. La librería 80 Mundos —conozco a las libreras— es un claro ejemplo de cómo todo esto afecta. Ahí surgen preguntas sobre posibles soluciones a corto plazo para todo esto de lo que hablamos: vivienda, comercio, integración.

—¿Hay alguna medida para remediar esta situación a corto plazo o se debe esperar a medidas de largo plazo?

—Hay políticas a largo plazo, pero serían muy audaces y provocarían que quienes son accionistas de la ciudad como producto sufrieran. O sea, podrías desalentar la inversión en vivienda. Incluso podrías decir que la vivienda solo puede ser adquirida por personas físicas, no por empresas.

—¿Y cómo ves medidas como los topes al precio del alquiler?

—Puede funcionar, pero también hay que considerar que hay gente que podría retirar la vivienda del mercado porque funciona como depósito de valor. Sí, para una empresa, tener dos o tres edificios en Alicante es un buen activo; no necesariamente tienen que estar en el mercado. Entonces, puede funcionar… o no. Hay algo que podría funcionar y no es nada complicado: que las administraciones públicas difundan información sobre el precio del alquiler. Cuando se analiza el mercado inmobiliario, la información suele provenir de los propios participantes del mercado. Y claro, esa gente tiene interés en que los precios estén muy altos. Está claro, sí. Si la administración dijera: “Mira, el alquiler medio en esta zona no es de 1.500, sino de 1.000”, eso podría cambiar bastante las cosas. Pero no se busca que haya información real. Cuando se busca información sobre cómo está la vivienda, los informes suelen ser de Fotocasa o Idealista, gente que participa del negocio

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