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Paca Aguirre, nunca es tarde si la dicha es buena

  • Francisca Aguirre. Foto: cedidas por la familia Aguirre.

ALICANTE. En no pocas ocasiones, un texto que pretende ser un homenaje a aquella persona que ha pasado como un relámpago por tu vida, breve y luminoso, pasa de la biografía a la autobiografía, contaminándose de la subjetividad de la experiencia propia, más que del retrato ajeno. Sólo voy a permitirme una frase en este sentido: hace apenas unas semanas perdí la oportunidad de conocer, saludar y abrazar en persona a Paca Aguirre.

La víspera del aniversario de la proclamación de la República, el 13 de abril de 2019, se apagaba la llama de Francisca Aguirre Benito, nacida en Alicante en 1930, apenas un año antes de aquel acontecimiento. Pocas veces un acontecimiento histórico ha marcado tan profundamente el devenir biográfico de una persona. Alicante, su Alicante, es una ciudad tomada por los vencedores, tal vez por eso la tuvo que vivir en la distancia, con breves visitas marcadas por la paradisíaca memoria de la niñez. Nunca es tarde, si la dicha es buena, dice el adagio popular, 40 años tarde desde la publicación de Ítaca, su primer poemario, en 1972, para ser nombrada Hija predilecta de Alicante, 46 años tarde para la concesión del Premio Nacional de las Letras, 47 años tarde para el homenaje que la Feria del Libro de Alicante le brindó el 5 de marzo de este mismo año. Y aún así, solo la ilusión, el cariño y la ternura como fuerzas motrices de su espíritu, en el reencuentro con esa ciudad que abandonó con 4 años, arropada en el regazo de sus padres, Francisca Benito y Lorenzo Aguirre, el pintor navarro afincado en las faldas del Benacantil, que tan bien supo aunar la introspección de la tiniebla y la vitalidad luminosa del Mediterráneo.

Perdido el paraíso de la infancia, camino del exilio, la sórdida España de los años 40 y 50 sólo podía ofrecer para sustituirlo los exilios interiores, y qué mayor jardín de las delicias privado que la literatura. “Aunque me encontrara en una situación difícil, frente a una situación incómoda, si yo abría mis libros de poesía, la cosa desaparecía y entraba en un sitio donde se estaba divinamente”, confesaba Paca en aquella conversación telefónica mantenida a raíz de la concesión del Premio Nacional de las Letras en 2018. La venganza de los vencedores se había consumado, con la ejecución de su padre, en 1942, y la posterior “reeducación” de las hijas del rojo en un periplo por centros educativos de moral nacionalcatólica. Pero la poesía vino a su encuentro, en las figuras totémicas de Antonio Machado, ajusticiado sin necesidad del garrote vil en Colliure, por la pena y las calamidades del exilio, Antonio Buero Vallejo y Luís Rosales, con quien trabajaría en el Instituto de Cultura Hispánica.

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