Algunos en el Consell ya están preparando las maletas, metiendo sus enseres personales en las huérfanas cajas de cartón que dejan con un cuerpo acartonado a todo aquel que tiene que cogerlas e irse. Se avecina remodelación, mudanzas voluntarias y forzosas. Cuando Carlos Mazón tome la decisión de expulsar a algunos de los concursantes de los juegos del hambre de la política, muchos sentirán envidia del todavía conseller Gan Pampols por no tener la misma autonomía que él para irse a su casa cuando toca. Se irán unos y llegarán otros, pasarán de la misma que se fueron y otros tomarán en el relevo de la ruleta rusa política que tritura carne.
A pocos kilómetros, mientras Mazón reflexiona a quien quiere en su rejuvenecido gobierno para que no les pille la crisis de los cincuenta en la que el PP puede exfoliar las pieles muertas como la suya, Francisco Camps ya ha decidido a quien quiere en su hipotético equipo orgánico al frente del Partido Popular de la Comunitat Valenciana. Dos hombres y un destino, una meta con diferentes perspectivas pero que comparte la misma naturaleza de alcanzar el poder. En Génova prefieren hacerse los suecos, mirar para otro lado. O quizá no tanto. Indirectamente están bloqueando la amenaza de Camps no convocando las primarias para el control del aparato regional. Sin un combate oficial, ambos se tienen que conformar con indirectas oficiosas como las que lanzan los combatientes en un cuadrilátero en los careos previos. Sólo puede quedar uno, a no ser que ese destino que comparten en disputa haga que convivan con él en armoniosa colaboración.
Sun Tzu escribe en El arte de la guerra que “si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde vayas”. Sería una estrategia maquiavélicamente sibilina aprovechar la apertura de consultas para remodelar el Consell para ofrecer a Francisco Camps un puesto en el ejecutivo de Carlos Mazón. Además de desactivar aparentemente los instintos presidenciales de su predecesor, podría poner fin a una pugna histórica entre las distintas familias que componen el PP valenciano.
El movimiento traería la paz a unas entrañas en las que lo único que parece haber anestesiado las embestidas entre zaplanistas y ripollistas es el poder. Se firmaría un pacto de no agresión, un armisticio en el que todos remarían en la misma dirección al mismo tiempo que mantendrían a raya a Camps al colmar mínimamente su ansia de restituir su legado. Integrar al ex president en un nuevo gobierno de la Generalitat no tan sólo sería aplaudir su gestión pasada sino otorgarle una especie de bendición urbi et orbe profana con la que redimirse de sus faltas. Emulará al primer ministro Rishi Sunak cuando en noviembre de 2023 nombró al ex primer ministro David Cameron como titular de exteriores en un intento quizá de eximirle del pecado capital del brexit. Sin embargo, Maquiavelo escribe en El Príncipe que “el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina”. Introducir a Camps en una responsabilidad efectiva y de gobierno podría ser el principio del fin de Mazón, que aprovechando que su reloj biológico está en tiempo añadido desde aquel octubre de 2024, el ex president podría utilizar la cobertura propia de un conseller para proyectar su labor y postularse como su sustituto en el 2027.
Estaríamos ante todo un episodio serializado en la trama de Sucesor designado, cuando el presidente de los Estados Unidos, Tom Kirkman nombra al ex presidente Cornelius Moss secretario de Estado y este aprovecha su posición de poder para postularse como candidato y traicionar a su valedor. Ya saben que a veces la realidad supera a la ficción.