Se ha hablado mucho del menfotismo de esta tierra, de los remilgos de defender lo propio, de huir hacia adelante de las fronteras ajenas. Pensándolo bien, no sé de qué me sorprendo, si es el pan horchateado de cada día. El caso es que estaba en uno de los homenajes turroneros que han levantado los supermercados en este tiempo, un pasillo repleto de las mejores delicias turroneras de todos los colores y sabores, y me topé con que Quique Dacosta, uno de los chefs alicantinos de referencia, ejercía como imagen de marca de una marca de turrones catalana. Tuve que quitarme las gafas, limpiarlas y volver a mirar para confirmar ese presagio confirmado. El cocinero estaba tirando piedras contra el tejado jijonenco al colaborar en el abordaje de la competencia de nuestra tierra en una de nuestras señas de identidad.
Todavía no lo supero. Seguramente habrá quien diga que es muy fácil decirlo desde la barrera, que sería difícil decir que no a una oferta que uno no puede rechazar. El campeón de ajedrez Magnus Carlsen dijo en una entrevista que una de las claves del éxito reside en eliminar el interés elemental en el dinero, es decir, que ganar pasta no es lo más importante en el camino, debe ser una consecuencia de un trabajo bien hecho, de haber cumplido con un sistema eficiente, que diría James Clear, autor del libro Hábitos Atómicos. No alcanzo a comprender qué necesidad tiene un chef reputado que cobra 4.000 euros el cubierto en venderse de esa forma perjudicando a su propia tierra. Después adornará sus platos con crema de turrón de Jijona, pero de nada servirá, porque a la hora de la verdad ha promocionado el turrón catalán. Mi postura puede parecer nacionalista, pero no, he probado la marca que patrocina Dacosta y puedo decir que uno de los mejores turrones que he probado en mi vida es de esa casa. Sin embargo, de poco sirve que intentes ejercer de adalid de tu región si luego en cuanto te ponen un cheque encima de la mesa lo firmas y colaboras a que la cuota de Jijona disminuya.
El problema va más allá de un chef. La anestesiada campaña del turrón de Jijona. Están dejando que marcas como Vicens, con sus innovaciones sacralizadas de la tradición turronera, ejerzan como uno de los grandes rivales en el mercado. Mientras nuestros vecinos se han quedado en el estratégico pero desfasado movimiento de desestacionalizar el producto, cuando ya llevamos años comiendo helado de turrón y hamburguesas con crema con su sabor, en Cataluña han optado por deconstruir el concepto y plantar como ingrediente principal del dulce, Panettone (receta inspirada por Dacosta, por cierto), chocolate Dubái y un sinfín de sabores endemoniados que exorcizarían los papistas de la tradición; es difícil competir con semejante catálogo de variedades.
El golpe emocional de Dacosta no es más que una señal que debe servirle a los turroneros de Jijona, a salir de su pueblo. No deja de haber la sensación en el ambiente de que los maestros jijonencos no han salido de las montañas rocosas, de su guarida, que se han estancado, que han puesto la denominación de origen como único ingrediente en el asador de la reputación. No nos debe sorprender ver una tienda de turrones en una de las arterias principales de Madrid y que todos los productos que tengan allí sean catalanes, incluso el turrón tradicional de nuestra tierra era de allí. Les van a comer la tostada, en este caso, el turrón.