Si el Papado se renovase según los mismos criterios que el PSPV, los cardenales habrían llevado a cabo un penoso periplo por las diócesis "ilusionando a la militancia en Cristo", pero en realidad desde el principio se habría visto claramente la división entre familias políticas, por criterios a veces difíciles de discernir (¿por qué los agustinos de Cheste votan con los Jesuitas, en lugar de votar al candidato de los agustinos? ¿Por qué casi todos los militantes que apoyan a determinado candidato trabajan desde hace décadas en la Fundación Deportiva Apostólica?). Luego uno de los candidatos se habría impuesto a los demás, no sin pactar y pactar hasta la última enmienda y, sobre todo, hasta el último puesto en la Ejecutiva, de manera que el Papa podía ser agustino, sí, pero con un jesuita de vicePapa (su archienemigo hasta el mismo día del cónclave) que colocaría a los suyos por doquier, y con el tercer candidato en liza aupado a un puesto de mucho renombre y visibilidad (portavoz, por ejemplo), pero que el tiempo demostrará dotado de muy poco poder práctico.
Afortunadamente para la Iglesia Católica, la elección de un nuevo Papa, con toda su complejidad y su ritual, tiene poco que ver, en los resultados y en el procedimiento, con las componendas propias de un partido político. Al final, la persona que resulta elegida por sus pares ha de hacerlo con una mayoría muy clara (dos tercios), y en un procedimiento en el que cada votación es nueva, pero al mismo tiempo deriva de las votaciones anteriores, que cuentan con mucho peso, porque los cardenales, como es lógico, se dejan guiar por los resultados anteriores para dirimir a quién votan y, sobre todo, si cambian su voto. De manera que, como dice el dicho, muchas veces "quien entra Papa en el cónclave sale cardenal", una vez se constata que el supuesto papable o bien no tiene tantos apoyos como los previstos o bien -más importante- no es capaz de concitar suficiente consenso en torno a sí.
Eso es lo que posiblemente le haya pasado al candidato más "PSPV" de este cónclave, el secretario de Estado del Vaticano y número dos de Francisco I, el cardenal italiano Pietro Parolin, que según los medios contaba con un apoyo inicial de unos 45 cardenales, es decir, un tercio del total y la mitad de los necesarios. Parolin era visto como un candidato "continuista, pero dentro de un orden" de la labor de Francisco, un moderado que podía satisfacer distintas sensibilidades. Tantas posibilidades parecía tener que, en la misa previa al inicio del cónclave, el encargado de la misma, el cardenal decano Giovanni Battista Re, vino a señalar a Parolin como el elegido, en una ceremonia en la que no se molestó en recordar al recién fallecido Papa Francisco.

- El papa Francisco. -
- Foto: LAPRESSE/ALFREDO FALCONE/ZUMA PRESS/CONTACTOPHOTO
Después, cuando el cónclave se desarrolló con inusitada rapidez, y tras sólo cuatro votaciones tuvimos fumata blanca, todo indicaba que el pacto de moderados y conservadores habría fructificado en Parolin... pero no fue así. El escogido por los cardenales fue un cardenal nítidamente inscrito en la línea progresista de Francisco, Robert Prevost, cardenal estadounidense que ha desarrollado casi toda su trayectoria en Perú, y que reinará en Roma con el nombre de León XIV. Su elección, y además tan rápida, constituye una victoria apabullante de Francisco y su legado sobre la Curia romana (el "aparato" del Vaticano) y sobre los conservadores en la Iglesia Católica, tan visibles y poderosos como, a juzgar por los resultados, escasos en número. No en vano, Francisco nombró a la inmensa mayoría de los cardenales que han actuado en este cónclave, y ellos han nombrado a un sucesor de entre los suyos.
Aunque obviamente es muy pronto para analizar la trayectoria que puede seguir el nuevo Papa León XIV, hay varias cuestiones preliminares que podríamos señalar, pues no por obvias carecen de importancia. La primera, que una vez más no se ha escogido a un Papa italiano. Parece que la abundancia de "papables" de Italia que siempre proliferan en cada cónclave tiene más que ver con el poder (cualitativo, no cuantitativo) de la Curia y los deseos de la prensa italiana de volver al pasado (cuando todos los Papas, o casi todos, eran italianos, escogidos por las familias notables de Roma) que con la realidad de una Iglesia global con cada vez más cardenales y con una mayoría más clara, elección tras elección, de no italianos (desde Juan Pablo II llevamos cuatro Papas seguidos no italianos) y no europeos (los últimos dos Papas, Francisco I y León XIV, provienen de América).

- El papa Juan Pablo II. -
- Foto: PEUGEOT
La segunda, que se ha escogido a un papa relativamente joven, teniendo en cuenta a los anteriores. Prevost (69 años) es más joven al ser elegido Papa León XIV que Francisco I (77) o Benedicto XVI (78), aunque menos que Juan Pablo II (58), si bien en este último caso el proceso de su elección fue más largo y sorprendente, tras la prematura muerte de Juan Pablo I (66). León XIV, si la salud le respeta, será un Papa que durará bastante tiempo, previsiblemente más que sus dos inmediatos antecesores. Así que tendrá tiempo para llevar a cabo reformas de calado y dejar su impronta en la Iglesia, en particular si prosigue, como cabe pensar que hará, en la línea, revolucionaria en muchos aspectos, de Francisco I, si bien es previsible que no sea una mera continuación de su mentor.

- El papa Benedicto XVI. -
- Foto: DIÓCESIS DE TERUEL Y ALBARRACÍN
Por último, Prevost es el primer Papa estadounidense, y esto admite múltiples lecturas, porque por un lado fortalece la posición de la Iglesia Católica en el país por ahora más poderoso del mundo, donde cuenta con 60 millones de fieles (la mayoría inmigrantes o descendientes de inmigrantes latinos, italianos, irlandeses o polacos, pero también conversos como el actual vicepresidente JD Vance, que harían las delicias del ex primado de España Antonio María Rouco Varela). Es una Iglesia particularmente sacudida por los escándalos sexuales y donde tienen mucha visibilidad los prelados conservadores, que querían dar marcha atrás a las reformas de Francisco I. Una presión en la que llegó a figurar el presidente Donald Trump con su clásico estilo chabacano-ridículo, postulándose a sí mismo como Papa.

- Donald Trump como Papa. -
- Foto: DONALD TRUMP / TRUTH SOCIAL
Ahora los cardenales han nombrado a un Papa de Estados Unidos, pero a uno que no es de la cuerda conservadora aparentemente mayoritaria entre la jerarquía de este país. Un Papa cuya figura, en el actual contexto tan deprimente de liderazgos mundiales oportunistas, demagogos y extremistas, tiene un valor simbólico enorme, para los católicos y también para muchos que no lo son, aunque sea por la necesidad imperiosa de encontrar referentes con poder simbólico que defiendan a quien casi nadie defiende. Esto es algo que hacía Francisco I muy claramente, y que cabe suponer que también hará León XIV. A fin de cuentas, el Papa, como los miembros del Tribunal Supremo de Estados Unidos, no tiene que presentarse a ninguna reelección, ni su mandato tiene un máximo de años distinto del que marque la biología.