El sabio de Enrique García-Máiquez advierte siempre a sus interlocutores de que cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra en una columna. No sé si como consecuencia sus conversaciones serán una recreación de cine mudo, pero con la anodina trama de la indiferencia por el peligro de que hasta los gestos puedan ser malinterpretados, pero desde luego Aristóteles ya dejó escrito que éramos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. El caso es que el otro día caminaba con un buen amigo y al encontrarnos con un dirigente de la Generalitat Valenciana, este allegado nos presentó y antes de tan siquiera darnos la mano, cuando todavía ellos estaban cumpliendo los respectivos protocolos, el cargo en cuestión le respondió a su colega cuando dijo que un servidor era periodista, que eso no era ni carrera. Imagínense la escena, te presentan a una persona que no conoces y sin conocerla sueltas esa semejante impertinencia. Le conté a otro amigo lo sucedido y se sorprendió del comentario remarcando que el mandatario en cuestión no tenía ni el COU. No sé cómo hemos llegado hasta aquí, a que lo peor de cada casa termine en política; bueno, quizá el incentivar el arribismo ha hecho su parte.
Lo del otro día me hizo reflexionar. Sabía que había mala educación, o, mejor dicho, era consciente de que la cortesía había pasado a ser un mero recurso actoral de la serie The Crown o de Downton Abbey, pero esperaba, que a pesar de que como digo los personajes más siniestros están en política, mantuvieran un poco las formas, disimularan ese oscurantismo con cínico disimulo. El problema es que se han dado cuenta de que les votamos sin necesidad de que malgasten sus energías con paripés hiperbólicos que les hacen gastar más energías que en lo que trabajan. Hacen actos de campaña para todo, viven en unas elecciones permanentes, están usando a los muertos por la Dana como baza electoral y les da igual, porque hasta con esas saben que meteremos la papeleta. Quedan dos años para las elecciones y ya escuchamos tanto a nivel nacional como autonómico hacer propuestas de lo que harán unos y otros si gobiernan. Ya dijo Alfonso Rus eso de "les digo que voy a traer la playa y me votan ¡serán burros!". Por lo menos, fíjense, él no actuaba con ninguna parafernalia, el resto de dirigentes se piensan que somos más burros que ellos (ya es complicado) y nos insultan a la inteligencia en cada frase.
Muera la inteligencia, y su caída es el bálsamo para que otros resuciten. Mientras el nivel de la clase política está por los suelos, otros parecen salir de la tierra en la que estaban enterrados. Me refiero a Mónica Oltra y a Francisco Camps. El hecho de que se esté especulando con la vuelta de uno y de otro pone de manifiesto lo mal que estamos. Que dos políticos defenestrados y quemados amaguen con su regreso y eso despierte esperanzas en parte del electorado refleja el nivel de los que están. Aitana Mas no debería alegrarse tanto por la vuelta de Oltra, indirectamente es una enmienda a la totalidad a su generación política, a esos dirigentes que fueron jóvenes promesas y se quedaron en eso. Los únicos que parecen enterarse son los del PP, no me refiero a Carlos Mazón, sino a la cúpula de Génova, dar vida a Camps sería dar muerte a la dirección tomada por la cúpula de Casado y Feijóo de ser los herederos ideológicos de Felipe González. Por eso Abascal se afana en criticar al expresident de la Generalitat, porque sabe que recuperarle como activo supondría la catarsis ideológica del PP y muchos votantes de Vox volverían a casa.
Por alusiones, Felipe González representa a la perfección esta vuelta a los clásicos, no deja de sorprenderme cómo se ha puesto en los altares a uno de los presidentes que tuvo uno de los gobiernos más oscuros de la democracia. Estamos tan hasta las narices que nuestro subconsciente olvida ciertas cosas por supervivencia, queremos volver a esos maravillosos años en los que los políticos daban vergüenza ajena, pero no tanto.