Hace unos años, Mario Vargas Llosa saltó a la palestra por unas declaraciones sibilinas en las que criticaba a parte del electorado por votar mal en los comicios. En un principio, en los primeros compases, un servidor secundó esta teoría política. Sin embargo, con el paso del tiempo, que enfría las vehemencias más acaloradas, me di cuenta de que el intelectual hispano-peruano se equivocaba. La gente no vota mal, dentro de la ignorancia colectiva, de ese licenciado analfabetismo moderno, el votante intenta tener un buen criterio a la hora de elegir a sus representantes. Aunque la cámara de resonancia de estos tiempos polarizados claustre todo pensamiento crítico, el elector busca siempre al mejor de los representantes entre todo el arco político. Tenemos diferentes precedentes a nivel internacional en los que se ha producido un cambio político tras la gestión delirante de gobiernos anteriores. Javier Milei arrasó en las elecciones de 2023 tras la experiencia fallida del heredero del kirchnerismo, Alberto Fernández. En Italia, precedida de una inestabilidad política cansina que sumió en el tedio al electorado, Giorgia Meloni se hizo con la victoria en 2022 gracias a una contundente coalición conservadora. En Reino Unido, convaleciente todavía de la depresión post brexit, el laborista Keir Starmer ganó de manera arrolladora los comicios de 2024 ante el cansancio de una población que pedía desalojar urgentemente a los Tories de Downing Street. Ante el bloqueo de los gobiernos, ante la aparición de nuevas alternativas, la movilización suele iniciar energéticamente los vientos de cambio.
Tras la no gestión de la Dana por parte del Consell de Carlos Mazón, están saliendo diferentes encuestas (aunque ya saben que estas las puede cargar el diablo), en las que en la mayoría se muestra una foto fija en la que los votantes seguirían apostando por un gobierno liderado por el Partido Popular. Hasta forasteros de la terreta me envían los barómetros sorprendidos ante el surrealismo mágico de las muestras presentadas. Llama la atención que los valencianos no castiguen la incompetencia de los dirigentes actuales en la región, de que se pongan un tupido velo de lo ocurrido en Valencia, de las catastróficas desdichas que ha representado incluso el desarrollo de los acontecimientos con presuntas fotos trucadas, comidas maquiavélicas sacadas de la película Cónclave y una profunda sensación de que no teníamos a los mejores al frente. Hasta con fichajes como el de Marian Cano, de la que se ha puesto en duda su competencia a la hora de gestionar una onselleria cuando viene de trabajar en una asociación con una complejidad logística limitada. Sólo Francisco Gan Pampols da señales de saber lo que hace pese a que en el imaginario colectivo de Vox sea un emisario del sanchismo.
El problema es que los que están al otro lado, la oposición encabezada por el PSPV y por Compromís, no dan visos de que vayan a hacer mejor las cosas que los que están. Diana Morant ni está ni se le espera, pasa desapercibida en la opinión pública, hasta el punto de que en la pomada política hay gente que no sabe exactamente cómo se llama; se crean combinaciones nominales espectaculares, se lo aseguro, ni el mejor guionista de novela turca sería capaz de pensarlos. Pilar Bernabé, a la que muchos ven como la verdadera candidata en unas hipotéticas elecciones, no deja de transmitir la sensación de que está encantada de conocerse, de que ha visto en lo ocurrido en la Dana una oportunidad para promocionarse. En cuanto a Joan Baldoví, más que darse bombo a nivel externo, creo que vela por su propia integridad orgánica, en una reafirmación de su persona como portavoz en esa lucha fratricida que es la izquierda desde tiempos inmemoriales. Guerra de trincheras que tendrían que haber abandonado, irse a los cuarteles de invierno y firmar un armisticio político en forma de un apoyo a los presupuestos de la Generalitat, ahí sí que habrían demostrado dignidad.
El nivel es muy bajo, tenemos la peor clase política en el peor momento. Cuentan que en una comida con Alberto Nuñéz Feijóo, un empresario le preguntó si en Valencia no tenían a nadie mejor que Mazón. El problema, es que mires donde mires, da la sensación de que no han encontrado a nadie capacitado para el puesto, han conseguido el trabajo por incomparecencia de los otros. Atrofiamiento meritocrático de los partidos que ha provocado que no haya un relevo claro en sus filas. Si quitas a Carlos Mazón, ¿a quién pones? Si Diana Morant no lidera el PSPV, ¿a quién le pasas la patata caliente? Si en Compromís mueves a Joan Baldoví, ¿no corres el riesgo de que se maten entre ellos por la portavocía?
En fin…