Ya sabíamos que la política era el poder por el poder, que los que estaban en ella no velaban por nuestros intereses salvo honrosas excepciones sino por conseguir su propio beneficio político. El problema es que, si antaño disimulaban y barnizaban su semblante con una pátina de institucionalidad que les herejía como una suerte de hombres y mujeres de Estado, ahora ya no se afanan en sobreactuar, en sacar sus facetas más polifacéticas, ahora no pueden contener su alegría cuando las cosas van mal y esa montaña de cadáveres les ayuda a subir a la cumbre del poder.
Sentí vergüenza cuando algunos de los líderes de la izquierda compartían una encuesta reciente en la que pronosticaba que, de celebrarse hoy elecciones autonómicas, la izquierda daría un vuelco al gobierno del Consell. Para más inri, en ese análisis demoscópico se ponía de relieve que esa nueva normalidad electoral sería por obra y gracia de la terrible tragedia de la Dana y la ineptitud de Carlos Mazón. Les daba igual. Ellos estaban encantados de conocerse, de haber estado en el lugar adecuado en el momento adecuado, no podían ignorar eses sentimientos emocionales en los que se veían volviendo al poder a costa de lo ocurrido en Valencia. Saben que de no haber ocurrido la Dana seguramente Mazón hubiese seguido cuatro años más y sus vecinos hiperventilarían al percibir tan inmenso poder. Por eso Diana Morant se pellizca todos los días y Joan Baldoví también, de hecho, cuando se cansan hacen turnos para que no dejen de pellizcarse el uno al otro ante el panorama en el que se ven ya ocupando puestos de poder. Cuando la izquierda pide elecciones no es por higiene democrática, es para que se quiten los que están gobernando y ponerse ellos. Quieren cumplir la ley de la gravedad, la premisa de que todo lo que sube termina bajando. Las movilizaciones para echar al president se han convertido en un espejo en el que la oposición engorda su vanidad más que en un diván en el que se desahogan las víctimas.
Sin embargo, mientras hordas enfurecidas y oportunistas se preparan para dar el golpe de gracia, otros acérrimos de Carlos Mazón continúan con su campaña friki fan, ideando todo tipo de excusas o planteamientos para justificar la perpetuidad del jefe del Consell; los hay de todos los tipos, pero el que más me gusta es el que usan los que desde Alicante aseguran que más vale el malo alicantino conocido que lo valenciano bueno por conocer. En realidad, el relato de unos y otros, tanto los que se quieren solapar al cargo como los que están deseando okupar el Palau, se sostiene gracias al gregarismo y se fundamenta en las filas de espíritu pueblerino. En otro tiempo, aunque sinceramente no sé a qué tramo de la historia se refieren cuando utilizan la retrospectiva porque para mí siempre han sido todos iguales (acuérdense de cuando usaron políticamente el atentado del 11-M), seguramente no habríamos presenciado la riña de gatos mezquina de unos que habrían tenido que dimitir por pura dignidad y de otros que lo mejor que pueden hacer es callarse y respetar a las víctimas.
Estamos todos hablando de ellos, de los políticos, comiendo la carnaza que nos suministra el Nodo democrático, aplaudimos a unos y difamamos a otros, pero nadie habla de las víctimas. No recreamos opinando sobre Mazón, que si en octubre hubiese llevado barba como se la dejó en verano a lo mejor nos habría salvado, cocinamos cábalas con Diana Morant y con Pilar Bernabé, nos imaginamos a Joan Baldoví entrenando a los suyos enfundado en su uniforme de profesor de deporte; porque así es la política, una batalla para la que hay que prepararse, aunque las muertes civiles sean motivo suficiente como para que haya un armisticio. Están corriendo ríos de tinta sobre los diferentes perfiles de los políticos valencianos, pero nadie parece acordarse de los perfiles de las víctimas, de esos que a los que una riada les dejó sin casa. Hemos perdido la perspectiva, hemos caído en la trampa de los que manejan el relato, estamos obcecados en las cuitas políticas de siempre, pero aquí lo importante no es quien va a gobernar, sino qué narices va a pasar con la gente que todavía hoy no tiene casa o que se va a hacer con la dignidad de los muertos; que por cierto, puestas en escena a costa de los damnificados no, gracias.