Uno de los motivos por los que está proliferando el burnout es por las reuniones interminables que se podrían reducir a media hora. Heredada de los tiempos de la transición, hemos mantenido la costumbre de dilatar los encuentros formales con el fin de que parezca que se está hablando de asuntos importantes. Acuerdos profesionales que se podrían cerrar en un solo apretón de manos se alargan hasta el amanecer con citas intercaladas estirando el calendario. Cumbres políticas que con unos puntos cardinales que representan pactos de mínimos, se prefieren procrastinar días. Las reuniones entre Vox y PP para consumar la llegada de un nuevo president se está haciendo largas, más si tenemos en cuenta que no podemos esperar, que todos los que lo han perdido en Valencia ignoran todo tacticismo político y más que importarles las estructuras de poder, lo que les importa es que no se caigan las paredes de su casa.
En realidad, da la sensación que aquí lo único que les importa a los partidos políticos es barrer su hogar partitocrático, el resto puede esperar. Si en el año 2023 ya se firmó un acuerdo de investidura con esa misma formación con el que se sientan ahora a negociar de nuevo, no entiendo porque hay que darle tantas vueltas. Carece de sentido el esperpento de correveidiles de despacho que estamos presenciando, el paseo de modelos por la alfombra persa del mercado también persa en el que se ha convertido la política. Si tuvieran alguna altura de miras los que nos gobiernan, el Partido Popular habría dejado atado y bien atado un pre-pacto con Vox antes de que Mazón dimitiera. En cuanto a Vox, no se haría tanto el remolón y al día siguiente de entablar conversaciones tendría que haber ya firmado el matrimonio de conveniencia y sin compromiso con el PP. No sé porque necesitan tantos encuentros. Quizá necesiten seducirse, preparar el ambiente con el arte del cortejo, sino no me lo explico. No es serio tener a una Comunitat expectante durante una semana. Que en una situación de urgente necesidad se planteen dilemas que a día de hoy no son la prioridad en una catástrofe como la acontecida en Valencia es un reflejo más de la desconexión partitocrática de la realidad social.
Mientras unos demoran la ejecución de la alternativa con reuniones recelosas, otros están deseando que haya elecciones aún siendo lo peor que le podría pasar a los damnificados por la Dana. Ustedes se imaginan el follón que sería iniciar un reloj electoral y con la consecuente transición de responsabilidades con el vacío de poder correspondiente. Les importamos un bledo. Los partidos políticos han dejado de ser un medio para convertirse en un fin, en una empresa que busca su viabilidad por encima del bien común. Si lo hicieran, Vox y PP no habrían tardado ni una tarde en llegar a un acuerdo para investir a un nuevo presidente autonómico, ni la izquierda valenciana se rasgaría las camisetas que tanto le gusta diseñar para que se convocaran elecciones.
Tom Burns Marañón acaba de publicar El Legado de Juan Carlos I (Almuzara), y sin duda, ahora que el emérito vuelve a estar en las portadas, una de sus grandes herencias es la democracia en la que para muchos ha supuesto el negocio más rentable de sus vidas.