Opinión

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Julio Iglesias le da lecciones musicales a Mazón

Publicado: 20/05/2025 ·06:00
Actualizado: 20/05/2025 · 06:00
  • Carlos Mazón.
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Si Julio César tenía constantemente a un esclavo a su lado recordándole que era mortal, a más de uno le haría falta tener a otro que no le recordara su propia fragilidad sino la de los demás. La sociedad valenciana tiene muchas virtudes, es una tierra acogedora, abierta, pero como toda comunidad humana tiene sus vicios idiosincráticos, uno de ellos es la ligereza con la que se impresiona de las proezas ajenas. Compone cantares de gesta como la industria editorial publica libros. Levanta tótems a la misma velocidad que los derriba. Exaltación que permanece hasta las últimas consecuencias, endiosamiento que no culmina hasta que el hacedor de ese poder sucumbe a los caprichos de la fortuna. Siempre digo que alguien como Carlos Mazón no podría pasearse a placer en Castilla, aquí en cambio hay muchos que cuando se lo encuentran le piden selfies. Paradójicamente, ha querido la inevitable gravedad que su caída en desgracia ejemplifique en su máximo esplendor el cambio desdichado del azar.

No sé lo que va a hacer Mazón ahora que es un hombre libre de las ataduras de la política, quizá viendo la mala fortuna de Melody en Eurovisión se saca la espina que tenía clavada y se presenta a Eurovisión 2026. Seguro que la izquierda valenciana hace campaña para que nadie le elija en el televoto. Dadas las artes escénicas musicales del todavía presidente de Generalitat debería escuchar a Julio Iglesias, evocar su legado en el Festival de Benidorm, escuchar su canción Vuela Alto y caer en la cuenta de que te suelen soltar la mano cuando ven que te caes o que la gente tira a matar cuando volamos muy bajo. Es todo un ejercicio catártico este alegato de Julio, un espejo del mundo en el que vivimos y sobre todo en sociedades de sangre caliente como la nuestra. Julio César tenía un esclavo que le recordaba su mortalidad, Carlos Mazón no ha tenido uno sino varios que le subían la moral haciéndole creer que estaba por encima del bien y del mal. No sólo él, sino muchos de sus colaboradores, algunos, pese a estar imputados por el caso de la Dana siguen expresándose con alardes de autosuficiencia sin caer en la cuenta de que mientras algunos no estamos en un banquillo, ellos sí lo están. 

 

Creo que uno de los motivos por los que Carlos Mazón no se va, más allá de sus cuentas personales que aguardan la recolección de unos emolumentos como expresident, tiene que ver con esa atmósfera que le rodea que no es capaz de decirle la verdad, que ya no es el político prometedor al que algunos llegaron a ver como hipotético sustituto de Feijóo (lo llegué a escuchar en algún corrillo cafetero). Ahora, esos mismos que se deshacían en elogios a su maquiavélica figura, a su mentalidad castrense, a su capacidad de anticiparse a los movimientos de sus oponentes, amargan todavía más el café criticando al mismo profeta que alababan, al mesías que leyó todas las estratagemas a la perfección menos las de sus traidores que le han besado para que Feijóo le ajusticie. Así, de la primera comida en el Ventorro dio paso a la última cena en la cumbre del PP europeo en la que Carlos les dijo a los suyos que lo que tenían que hacer lo hicieran pronto como Jesús advirtió a Judas en el cenáculo. 

 

La figura del ex president sirve de lección, de paradigma de lo peligroso que es colocar a cualquiera en un pedestal. Cada día tengo más claro, que como dijo Garton Ash, hay poca gente importante y la gente que es importante lo es menos de lo que ellos piensan. En el momento que te crees la última Coca-Cola en el desierto, llega uno, te bebe, te aplasta y te tira a la basura. No estoy en su cabeza, pero seguro que Mazón se arrepiente de haberse rodeado de tanto adulador.        

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