Juan Francisco Pérez Llorca ya es el nuevo president de la Generalitat. Casi sin quererlo ni ansiarlo, un político de pueblo —la esencia de la cercanía en política— se convierte en el nuevo dirigente de la Generalitat Valenciana. Es verdad que toma las riendas del Consell por unas circunstancias poco deseadas —la crisis generada tras una catástrofe climática—, pero la llegada de Pérez Llorca nos permitirá —si el poder no lo transforma— ver la esencia de un alcalde, además de un municipio pequeño, en lo más alto de las responsabilidades de la autonomía. Pocas cosas malas se han escuchado del nuevo president; más bien, todo lo contrario: es una persona cercana, de talante dialogante, que muestra proximidad en la mayoría de ocasiones y que, como él mismo dice, es pactista. No es que vaya a actuar así ahora; es que siempre ha sido así, y no por un interés oportunista.

Pérez Llorca tiene mucha tarea por delante. La primera, limpiar la reputación de la Generalitat Valenciana tras la DANA. Fue tanta la identificación de Carlos Mazón con la reconstrucción que, posiblemente, muchas de las gestiones o avances realizados quedaron opacados en el balance de la institución. Es cierto que el conseller de Infraestructuras, Vicente Martínez Mus, sí salió fortalecido, pero, en cambio, quien fue nombrado para este fin, el vicepresidente Gan Pampols, quedó como una figura pasajera. Diseñó un plan para evitar futuros episodios de este tipo que, lamentablemente, nadie recuerda y que, lo que es peor, no sabemos si algún día se ejecutará. Es verdad que requiere de la participación del Gobierno, y todos sabemos que las instituciones han jugado al gato y al ratón en este episodio.

Sea como fuere, además de desmarcarse de su antecesor, el nuevo jefe del Consell necesitará hacer visible que, más allá de la reconstrucción de las zonas afectadas, los otros territorios de la Comunitat Valenciana también necesitan cariño inversor. Al menos, en la provincia de Alicante. Durante estos dos años de mandato, el foco ha estado puesto en la futura Ciudad de la Justicia y en la nueva estación central del TRAM de Alicante, dos obras de gran envergadura. Pero el resto de actuaciones, salvo alguna excepción, ha pasado con más pena que gloria; si es que han podido ejecutarse, lo han hecho con plazos poco ajustados. Así que Pérez Llorca, más allá de las manidas críticas al Gobierno central de Pedro Sánchez, necesita chequera para visibilizar que empieza una nueva etapa y que algo se está moviendo. Muchas de las obras en curso proceden del Botànic; otras han sufrido las típicas vicisitudes administrativas de la contratación y arrastran retrasos; y otras son verdaderos clásicos de la promesa —como el desdoble de la CV-95 en la Vega Baja— que no terminan de arrancar.

Es decir, desde mi punto de vista, Pérez Llorca debería darle un nuevo aire al Gobierno valenciano, siempre y cuando Vox se lo permita, por supuesto. Si opta por la confrontación permanente, más allá de Pedro Sánchez, estaremos en las mismas. A Mazón le gustaba el conflicto continuo (y buscar enemigos, aunque no lo fueran). Sinceramente, no reconocería a Pérez Llorca en ese perfil, al menos no con la misma intensidad. Ya sabemos que las circunstancias, los hechos y las hipotecas del pasado después son las que son. Y todo dependerá de cómo se muevan los tiempos en la política nacional.

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A nivel interno, el president tiene una virtud: posiblemente sea la persona que mejor conoce las entrañas del partido, desde Pilar de la Horadada hasta Vinaròs, algo que puede ayudarle —y mucho— en la movilización de las bases. También para corregir algunas de las decisiones erróneas que se tomaron en 2023 en la confección de determinadas candidaturas. Él mismo las ejecutó, pero quiero entender que por mandato superior.

Lo que ya no depende de él (o sí) es aventurar la organización de un congreso regional. Creo que la propia convocatoria supondría su consolidación interna ante los afiliados y apagaría el continuo runrún que hay en las esferas populares. De lo contrario, todo dependerá de los acontecimientos de Madrid, como casi siempre.

En Alicante ciudad tiene (entre otras muchas cosas) un problema: resolver la cuestión de la sede de la Cámara

De los muchos problemas existentes, es posible que a Pérez Llorca se le inste a buscar una solución para la futura sede de la Cámara de Comercio de Alicante. La ausencia de mando en el seno del PP ha convertido la ciudad en un campo de batalla por las obras. La historia ya la conocen: unas obras que arrancan de una manera, que luego se tienen que parar y en las que las instituciones implicadas —Ayuntamiento (Barcala) y Puerto de Alicante (Luis Rodríguez)— no se ponen de acuerdo o no quieren buscar una solución, aunque ello suponga no utilizar las obras ejecutadas o incluso su derribo para una posterior legalización.

En mayo fue el momento culmen, como conté en esta misma tribuna. Da la sensación de que en la ciudad hay tres o cuatro PP diferentes. Y la situación se ha tornado tan rocambolesca que los papeles se han cambiado: las filias y las fobias entre ellos y el presidente de la Cámara, Carlos Baño, han dado un vuelco. Los que eran señalados como responsables de todos los males de la ciudad ahora son jaleados en la prensa de papel, o viceversa. Alicante en estado puro. O la fábula de la rana y el escorpión.

Será curioso ver qué papel ejerce aquí Pérez Llorca, pues le pedirán la intermediación. Fórmulas para la solución las hay. Lo que no se entiende —y menos entre los empresarios y el PP, que se quejan de la eternización o enquiste de los problemas— es este espectáculo, que ha provocado cambios de sede y otros quebraderos de cabeza.