Opinión

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LA ENCRUCIJADA

Desengancharse del Mercado Central de bulos, favores y pìcaros

Publicado: 02/12/2025 ·06:00
Actualizado: 02/12/2025 · 06:00
  • El jefe gabinete de la presidenta Comunidad de Madrid, Miguel Ángel Rodríguez.
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Ya lo habrán escuchado o leído: el secreto de Miguel Ángel Rodríguez (MAR), escudero de la presidenta de la Comunidad de Madrid y martillo pilón del ex Fiscal General del Estado, reside en la blancura de su pelo. Son sus canas las que explican cómo, arteramente, hizo volar a aquél y recuperar la virginidad penal de la pareja de su presidenta. Pero MAR, queriendo exaltar sus capacidades proféticas, ha pecado de modesto. Mayor certeza aporta considerarlo un abanderado de la picaresca actual, un sucesor contemporáneo del Lazarillo de Tormes, con la diferencia de que entonces los pícaros eran generalmente pobres y troleaban para sobrevivir, en tanto que los nuevos pícaros caminan sobre mármoles, amenazan y buscan entronizarse como rasputines de los nuevos tiempos. Sí, hoy en día el Lazarillo tendría credenciales para ser cargo público, podría lanzar bulos en forma de anzuelos al Fiscal General del Estado y recoger hilo, una vez picase, para llevarlo ante el Supremo. Todo ello a cargo de los contribuyentes. Veremos si el juez Peinado ha tomado nota de este caso y lo encaja en su extendido concepto de malversación.

Y, de igual modo, lo habrán escuchado en boca de la señora Ayuso: España es una dictadura ejercida por el presidente del gobierno español. Por su experiencia política previa y simpatías permanentes, la señora Ayuso debería conocer que una dictadura se reconoce por la ausencia de división de poderes, todos ellos, de una u otra forma, controlados por el dictador. Cuán peculiar es la dictadura que anuncia la presidenta de Madrid cuando el Fiscal mencionado había sido acusado de estar al servicio de Sánchez y, pese a ello, ha sido condenado vía exprés por el Tribunal Supremo sin que existieran pruebas concluyentes y sin ni siquiera estar redactado el texto de la sentencia. 

Dicen que la Justicia es ciega pero, de momento los tuertos somos los que esperamos una justificación sólida de por qué el perseguidor de delincuentes acaba condenado, mientras que el comisionista de mascarillas se viene arriba, probablemente convencido de que el fru-fru de togas milagrosas seguirá cuando le llegue el turno de ajustar cuentas con Hacienda. Al fin y al cabo, ¿pagar impuestos no es algo viejuno, más propio de los liberticidas del siglo XX, que oculta la generosidad de quienes, sin coacciones, dispensan limosnas y propinas al tiempo que organizan generosos rastrillos navideños?

Así, pues, los ignorantes de la periferia tenemos que tragarnos el aluvión de “ya lo anticipaba yo” aportado por los beligerantes isabelinos, clarividentes de la Ciudad y Corte; una cualidad  prospectiva que, curiosamente, cuaja junto a las amnesias de cuando bloqueaban a toda costa la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CPPJ) o la de aquel tiempo en el que un exultante senador popular anunciaba a sus compañeros el control de la Sala Segunda del Tribunal Supremo (sí, la de lo Penal) teniendo al juez Marchena de presidente de dicho Tribunal y del CGPJ. 

¿Qué está sucediendo para que una Comunidad Autónoma, como la de Madrid, pretenda monopolizar la marca España, siguiendo las huellas de Ortega y Gasset cuando afirmaba que sólo Castilla estaba facultada para gobernar el conjunto del país? ¿Qué está ocurriendo cuando la libertad se identifica con la reducción del gasto social, la mayor carga fiscal real para quienes son clase media y trabajadora, y la ampliación de los beneficios impositivos que premian a los más acomodados? ¿Qué está pasando cuando ese tipo de libertad alienta la penetración del cambio climático y la matización o negación directa de la violencia contra las mujeres? ¿Qué debemos pensar de un hacer político que se obnubila ante la llegada de grandes ricos de otros países, mientras observa severamente a los pobres del mismo origen geográfico, aceptados  siempre y cuando sean necesarios para lavar traseros, poner ladrillos o servir copas?  

Preguntas que no son retóricas porque de lo anterior surge algo que ya se advierte sin dificultad. Un sálvese quien pueda en lo individual y una búsqueda de referentes colectivos que admira al peor de los paisajes:  aquél en el que la democracia se ejerce sin valores, como si el resultado mayoritario de las elecciones proporcionara legitimidad e impunidad a quienes no respetan a las minorías, devalúan los derechos humanos y ejercen de nacionalistas-aislacionistas marcados por la xenofobia. Y se genera, asímismo, una conciencia social que tiende a disolverse en la individualidad extrema, incentivando la ruptura de valores compartidos, el surgimiento de extremismos y la admiración de líderes mundiales que fían su mejor futuro a la dominación de los débiles por los fuertes. Eso sí: todo ello en nombre de un embarrado patriotismo ad hoc.

La toxicidad de tales cambios está penetrando con rapidez. Se encuentra a la vista. Me pregunto, pues, qué piensan hacer (y cuándo) quienes están obligados, por sentido de la responsabilidad y pensamiento equilibrado, a ejercer de contracorriente ante esa atmósfera que envenena el ánimo de las gentes y empobrece su capacidad de pensar por sí mismos. Me pregunto por qué se habla tanto de la extrema derecha, pero no se reacciona ante ésta mediante la organización ciudadana, la reivindicación de la democracia y del diálogo político pacificador, la educación en valores e historia del siglo XX, la razón de ser de Europa como vacuna contra las guerras y la incorporación a las redes sociales de anticuerpos fagocitadores de mentiras, bulos y demás porquerías. 

Me pregunto, en fin, si la Comunitat Valenciana podrá crear sus propias defensas ante las nubes ponzoñosas que, procedentes del ecosistema Madrid, riegan de toxicidad nuestras interacciones y funcionamiento institucional. Me pregunto si resulta posible aislarse en alguna medida de aquello que incita a inyectar confrontación, polarización y mala educación en el discurso público, enervando las conciencias valencianas. Con mayor motivo cuando, si ya éramos relativamente pobres en el pasado, todavía lo somos más desde la DANA del 29 O: a nuestra exigua financiación autonómica y atrasada renta por persona se ha añadido la obligación absoluta de construir seguridades para las víctimas y actuar con presteza en otras áreas inundables de nuestra geografía. 

Mimetizar lo que viene del centro e interiorizar las enfermedades que anulan el entendimiento entre distintos, subrayando la destrucción del contrario como objetivo fundamental, no es propio del ánimo general de los valencianos y valencianas ni nos conviene como simiente de nuestro inmediato futuro. Cuando nos acerquemos a los niveles de opulencia y poder que se digieren en Madrid ya veremos lo que interesa. Pero, mientras tanto, diseñemos el modelo valenciano, un modelo propio aferrado a nuestra realidad, a nuestras necesidades, capacidades, cultura y ambiciones de justo avance.

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