Opinión

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VALS PARA HORMIGAS

Al año siguiente

Publicado: 29/10/2025 ·06:00
Actualizado: 29/10/2025 · 06:00
  • Dos hombres observan el barranco del Poyo en Paiporta.
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Siempre al día de las últimas noticias

No fue en un primer instante, sino mucho mas tarde, cuando la À Punt que se está extinguiendo como una llama de vela comenzó a dar la medida de lo que estaba ocurriendo. “No sé si saldrá en las noticias que ha habido inundaciones en España”, avisé a mi suegro, allá en la Argentina, a las 23.49 horas de acá. Con un mensaje que un año después parece la ceniza que te sacudes de la camisa casi sin mirar, quise tranquilizarle. “Han sido cerca, pero nosotros estamos bien”. Y no, no lo estábamos, pero aún tenía que amanecer para darnos cuenta.

La noche fue de barro, la mañana fue de barro. Varios meses fueron de barro, antes de que llegara todo aquello que no se va con agua, lo que sigue manchando la memoria de un día de temporal. Comenzaron a llegar las imágenes de las carreteras destrozadas, de las torrenteras desbordadas, de los rescates, de los desastres, del horror. Comenzaron los bulos, que se apilaban como los coches en las calles, como los escombros en la Albufera. Y comenzó el recuento, el goteo más implacable de todos. Diez, veinte, setenta y cinco, ciento cincuenta. 229. No mata la muerte, escuché el otro día en algún sitio. Mata la enfermedad, mata la edad. Mata también la angustia, el río que baja, las calles y caminos y bancales de l’Horta Sud repletas de gente. De la gente de los martes, con sus nóminas, sus hipotecas, sus recados de última hora, su taekwondo, su solfeo, sus dolores de reuma, sus paseos con el perro, sus coches de autónomos, sus planes para Halloween. Con esa sensación que gastamos por la costa mediterránea de que los años ya no se cuentan en las primaveras que tenemos por delante, sino en los otoños que logramos dejar atrás. Y esas casas que daban a la ribera. Y esos colegios con cuestas. Y esas residencias con ventanales a la calle.

Y sin tablas para el naufragio.

El dolor de las familias fue tan intenso que lo sentimos todos los demás, por lejos que estuviéramos, como quien sospecha que se ha movido una vitrina a cien kilómetros del epicentro de un terremoto. Y el desconcierto. Y el duelo. Y la indignación. Porque mientras los compañeros de Valencia lo contaban, mientras las cuadrillas de ayuda se formaban hasta en Plasencia, mientras los vecinos, los bomberos, los militares y hasta algún desgraciado, este por disimular, achicaban agua, en el Palau de la Generalitat sacaban los botes para salvar a los de primera clase, como en el Titanic. Los contramaestres y los músicos primero. Y dejad una chalupa preparada para cuando llegue el capitán.

Que nunca llegó. A Mazón le perseguirá el postre, el coñac y el puro de El Ventorro toda la vida. Y un rastro de fango cosido a la sombra. Aunque en el fondo parece que ya le da igual. Su único objetivo desde el 30 de octubre, mañana hará un año, es escapar. Del laberinto, de la Casablanca ocupada, de una cena con los cuñados, del gallinero de un hotel rural, de sí mismo, de la justicia. Con la particularidad de que pretende huir sin moverse del sitio en el que ya no lo quiere ver nadie. No me merece más texto. Él sabrá.

Hoy se cumple un año de la Dana de Valencia. La de los muertos, las familias de los muertos, sus amigos, sus vecinos y hasta esa pareja de Vigo que no puede entender lo que ocurrió. La de los damnificados cuya casa quedó en unas migajas de ladrillo. La de los que tenían más poder que ganas y capacidad para ejercerlo.

La tormenta que nunca acabará de escampar.

@Faroimpostor

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